. . …vencida de la edad sentí mi espada. Francisco de Quevedo Suceden otras cosas y pasan otros días… Se adoran otras lluvias, arrecian otros dioses. Ocurre entre los hombres un verbo diferente. Y nada se parece –o nadie es quien debiera–. Ni siquiera la danza prodigiosa del alma ni el álbum de uno mismo, el sepia distraído que empolva sus imágenes. Sin embargo, sucede lo de siempre. Pero ya es otro siempre; no el siempre de verdad –de la verdad aquella al menos– sino un siempre enajenado, un siempre de los otros, un siempre con extraños testigos de sus horas. A vosotras, las mías, mis horas sin mañana, ¿qué miserable adverbio os rodeó de nunca? Volved de la asamblea de las sombras . Debo fundar un sueño… El último, os lo juro. Un sueño más. Y luego, la memoria, la línea fronteriza con la muerte. Regresad un instante y yo os daré un asunto, una crónica más –la última, de veras– sobre el raro silencio que se ha abierto de pronto. No abandonéis el ágora del alma; no me dejéis el voto del...