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La iconoclasia es contraria a la razón –las matemáticas son tan icónicas como el Jesús de Medinaceli– y proclive a la engañifa –los no-iconos de los iconoclastas son tan iconos como los que más–.
Unas veces la iconoclasia propende a la soberbia individualizada, particularizada, pormenorizada en la breve importancia de cada uno; otras, no es más que adoración nirvánica de la cobardía humana al interpretar cuanto supera su presunta valentía.
Porque el hombre es un animal que irrumpe en la vida para llenarla de símbolos, para engrandecer aquélla a través de éstos.
Un iconoclasta puro, rigurosamente puro, acabaría demoliendo las palabras, destrozando los conceptos y regresando al árbol del primate más rudimentario que se negó a ser tan rudimentario.
Pero nuestros iconoclastas no son tan iconoclastas; en realidad, son iconoclastas a medias, espurios… ¡Simples traficantes de iconos!
Porque nada hay más icónico que el poder, la riqueza, la soberbia, la gloria…
O el mero aplauso con que se venera a cualquier imbécil que, por histórico azar, se encontró en la circunstancia de no parecerlo.
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Unas veces la iconoclasia propende a la soberbia individualizada, particularizada, pormenorizada en la breve importancia de cada uno; otras, no es más que adoración nirvánica de la cobardía humana al interpretar cuanto supera su presunta valentía.
Porque el hombre es un animal que irrumpe en la vida para llenarla de símbolos, para engrandecer aquélla a través de éstos.
Un iconoclasta puro, rigurosamente puro, acabaría demoliendo las palabras, destrozando los conceptos y regresando al árbol del primate más rudimentario que se negó a ser tan rudimentario.
Pero nuestros iconoclastas no son tan iconoclastas; en realidad, son iconoclastas a medias, espurios… ¡Simples traficantes de iconos!
Porque nada hay más icónico que el poder, la riqueza, la soberbia, la gloria…
O el mero aplauso con que se venera a cualquier imbécil que, por histórico azar, se encontró en la circunstancia de no parecerlo.
Que sería del hombre, Antonio, si no fuera capaz de simbolizar. Estoy de acuerdo en que eso es lo que lo convierte en persona, en ser humano, lo eleva por encima de su animalidad, por tanto todo aquel que es contrario a la iconoclasia no hace más que , al fin y al cabo insultarse a si mismo,aunque eso entraría, claro está , en su propio perfil de primate.
ResponderEliminarPero no te quepa duda, amigo, que no solo en los zoos están los monos.
Un besote
Doña Anónima
Gracias, Doña Anónima.
ResponderEliminarNo, no me cabe esa “duda”; incluso, muy cerca de mi casa, están proyectando algo acerca del origen de su planeta. En la cartelera aparece un simio muy mal encarado. Mucho más que yo, naturalmente.
Besos.