La razón primero narró bellas historias que daban sentido a todo y todo lo comprendían. En ellas soñó la verdad. Siglos después hizo reinar a ésta al final de un camino hecho de hermosos argumentos e impecables silogismos; aunque, más tarde, un poco obligada por el auge de la pragmática burguesía, empezó a perseguirla por la piel de los fenómenos hasta acabar creyendo ser ella la propia verdad. Al cabo, se desesperó y se defraudó a sí misma. Y en los tablaos del escepticismo se hizo palmera de los zapateados de la incertidumbre por su amargo sinsentido. Entonces empezó a hablar con la posverdad, que no es sino la humillante destitución de la verdad ante los triunfantes galones de los sofistas. Y así fue como la razón se convirtió en su falsificación. Lo malo es que, entre la razón falsificada y la verdad destituida, al ser humano le cegaron todos los nortes. Y, cegado y desnortado, no halló mas paisaje en el horizonte que el de su vieja y animal condición. De ahí el cinismo d...