Las noches de imaginaria son lugar de soliloquios; y cuando uno habla consigo, en realidad lo hace con sus recuerdos. Vuelvo pues otra vez a ellos porque hay abandonos que, al cabo, nunca nos abandonan: Que te llame y no estés, o no respondas; que el dolor sea un frío cristal cortando el labio azul de la esperanza; que haya un rastro de líquenes abriéndose camino por los ojos de los muertos; que el corazón de un niño se eclipse entre algodones; que un disparo reviente la sien de un inocente... Que te llame y no estés, o no respondas, o pongas cara a cara mi voz con el vacío; que el mundo esté cansado de tanto vuelco inútil en la noche; que amanezca de pronto la falsa compañía; que nos hayan mentido; que una idea diluya su grandeza en la tierra... Que te llame y no estés, y no respondas, y no sepas de mí, y no apartes del hombre este cáliz amargo, y no haya inocencia, ni virtud, ni ternura... Que de pronto la nada sea la última nave... ¿Hay mayor s...