Retrocedo por un momento. Estoy aquí, en Coslada, Madrid, como acostumbro. Hoy es martes 12 de febrero de 2008. Por la mañana he ido al instituto. He hablado de Kant, para todos y para nadie, que diría Nietzsche. Al atardecer, me he puesto a escribir estas notas sobre un sueño, sobre una pesadilla que he tenido esta noche:
"Siempre he creído que los sueños no son un supermercado de diagnósticos, como decía el Psicoanálisis, sino un confesionario de sinceridades; ese momento y lugar en que uno se dice a uno lo que piensa de sí mismo. Y lo hace descaradamente, sin eufemismos ni medias tintas, tan de frente que la mayoría de las veces ni lo queremos entender.
Anoche escuché uno de esos altavoces de la autenticidad mientras dormía. Un sueño extraño, como casi todos los sueños, que en realidad son una clase de células anarquistas que operan en el alma. Estaba yo en un confuso teatro donde vibraba la portentosa voz de un tenor cantando 'Pagliacci'. Más en concreto, esa celebradísima aria, 'Recitar!', con que Leoncavallo se hizo común para los demás mortales, yo entre ellos. Llegaba el momento culminante (Ridi del duol / che t'avvelena il cor...), los últimos acordes de la orquesta y el irreal estallido de una ovación emocionada. Canio se adelantaba a saludar; y entonces yo reparaba en él… ¡Bendito sea Dios, qué significaba aquello! El payaso no iba de payaso, vestía una malla de negro riguroso, adornada de estampados rojos que querían semejar llamas. La cara delgada, una barba apuntada y triangular, la nariz aguileña… Pensé en Goethe, pensé en el Fausto. ¿Qué extravagante director podía haber concebido a Canio con tan mefistofélico aspecto…?
No recuerdo más. Lo que sí recuerdo, y estoy por arrepentirme, es lo que he dicho al principio, eso de que en los sueños “uno se dice a uno lo que piensa de sí mismo”. No sé si me veo así, si me creo así: un payaso que ni siquiera lo es, el alma de un payaso en el cuerpo de un demonio..."
Se acabó el viaje. He regresado a este ahora desde aquel lejano antes. Estoy aquí, en Coslada, Madrid, como acostumbro. Hoy es martes 27 de septiembre de 2022. Anoche sólo escribí unas líneas recordando aquel sueño en que aparecía un teatro, un payaso, una famosa aria y un demonio. Lo que entonces pensé que no sabía, al cabo ha coincidido con lo que hoy sé y ya no quiero pensar; probablemente, ni ser. La vida es una payasada, una perversa y dramática payasada; una circense mentira que recoge, mefistofélicamente, las carcajadas y aplausos estúpidos al amargo espectáculo de su cada día.
Interesante y aguda reflexión sobre el carácter tragicómico de la vida. Pues sí, todos somos payasos en este circo que nos toca vivir. Darse cuenta de ello y no amargarse es el principio de la sabiduría, o casi. A fin de cuentas, qué le vamos a hacer!
ResponderEliminarMuy agradecido por sus palabras. Comparto ese principio tan estoico de sabiduría que refiere: no nos queda otra.
ResponderEliminarUn saludo