Un buen poema no debe tener excesivas referencias cronológicas o espaciales. Éste y su complementario (‘Cerca del mundo’, 6 de junio) las tienen. Un buen poema debe ser capaz de saltar sobre su circunstancia, de hacerse atemporal e inespacial. Éste y su complementario no lo hacen. Así que, ni éste ni su complementario son buenos poemas. Solamente ‘son’ porque no he sabido evitarlos.
Quince días después, a doce horas
del verano reciente, para nada
decirte que no sepas, pena alada,
te escribo desde casa turbadoras
palabras. Mira tú si las decoras
con tu voz para un alma aterrizada,
mira esta soledad enajenada
que no sabe qué hacer si las ignoras.
Quince días… Calor –es junio al cabo–.
Y yo, de nuevo, con el verbo a cuestas,
a rastras con tu no y mi desconsuelo.
Te escribo sin deber: como a un esclavo
me das la vida y libertad me restas.
En Coslada, Madrid, lejos del cielo.
(21 de junio de 2008 a las 2:03 P.M.)
Ser capaz de saltar sobre sus circunstancias, sí, pero por qué no debe tener referencias cronológicas o espaciales (si, total, es capaz de saltarlas). Cuántas reglas y teorías. Pueden ser una foto precisa de un lugar y un momento y una emoción, como la tuya de hoy, lejos del cielo. Ese es siempre el lugar que tenemos. Sólo algunas personas nos acercan al cielo.
ResponderEliminarSaludos, Antonio.
No son reglas ni teorías, Betty B., es sólo una opinión.
ResponderEliminarEs verdad que nuestro lugar siempre está lejos del cielo. Platón fue de los primeros en darse cuenta, por eso se sacó aquello de los dos mundos. Sin duda estamos tan cerca de éste como alejados del otro. Aunque a veces intentamos puentes entre ambos.
Gracias, una vez más, por tu visita.
Besos.
A mí ambos me parecen grandes poemas... jamás consiredaría, del mismo modo, a Manrique poeta de circunstancias.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo,
Francisco
Tienes razón, ya me lo reprocha Betty B. Reconozco que la dos primeras oraciones de la introducción sobran porque no se explican adecuadamente. Lo que quería decir es que la anécdota pormenorizada se queda en anécdota, nada más; lo que desde luego no es el caso de Jorge Manrique. Perdón pues por la tontería y gracias por tu generosa palabra.
ResponderEliminarUn abrazo, Francisco.
Con la poesía y la anécdota habría mucho que decir. Por ejemplo, esos sonetos de Lope inspirados en alguna cosa sin importancia (el de la pulga, por ejemplo, uno de mis favoritos: "Picó atrevido un átomo viviente"), o el incluso más atrevido "A una mujer que le echó un puñado de tierra". A partir de la anécdota, Lope universaliza, y por eso es tan grande. Generaciones posteriores, sobre todo desde las vanguardias, desecharon la anécdota de la poesía, tal vez incapaces de superarla.
ResponderEliminarTu soneto me gusta. El terceto final es excelente, como debe ser. Por poner una pega (no todo van a ser alabanzas), lo de la "pena alada" me resulta un tanto previsible. Perdón por la osadía, compañero.
De osadía nada, amigo mío, ¡faltaría más!, pero uno no puede evitar que lo que le ocurra sea previsible (“manso rüido” pudiera resultarlo en Fray Luis). Es un “pero” probablemente real, pero, para lo que malamente quise decir, inevitable. También estoy de acuerdo, como he dicho más arriba, con la consideración que haces sobre la anécdota: la anécdota puede ser pretexto para otra cosa, entonces el papel de la anécdota es “anecdótico”. Lo malo es si la anécdota se centra excesivamente en la anécdota (Campoamor, en mi opinión, es un maestro en esto). A eso quise referirme.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu tiempo, tu visita y tus palabras.
Un abrazo.
Estimado Antonio:
ResponderEliminar¿No llegó un comentario que hice a esta entrada? Es inquietante la comunicación en internet.
Saludos y aprovecho para felicitarte por el texto sobre Vermeer.
Hernán
Pues muchas gracias, Hernán. Y, en efecto, no me llegó. Ya sabes... ¡serán las meigas!
ResponderEliminarUn saludo.