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Nosotros y ellos

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La malaria se habrá llevado de la luz a un niño en el tiempo que tarde yo en escribir esta frase.

Sin duda soy lento escribiendo, pero la muerte, esa muerte, es rápida. Muy rápida. Treinta segundos son un intervalo de vergüenza para que muera un niño. En el siglo XXI, naturalmente, porque en el X o en el XI, por ejemplo, no disponían nada más que de su fe románica. Nosotros no; nosotros tenemos organizaciones mundiales de loables competencias y laboratorios farmacéuticos de indiscutibles eficacias. Mes y algo debe de cumplirse desde que un virus –que pasaba por un cerdo– se decidiera a prácticas olímpicas de mayor envergadura. Porque saltó al hombre. Un salto con pretensión de récord que a los pocos días llegó a Estados Unidos; y poco después… al resto de Estados Unidos. No tengo nada en contra de ese país ni se trata de una concesión al pensamiento “progre”. Quede claro. Sólo es una premisa más para un silogismo inexplicable que cruza por “Occidente”, este lugar de plenitudes, avances y grandezas que nos permite preocuparnos por penurias de las que en el fondo no hacemos caso alguno. Porque, si ordeno todos los principios del razonamiento, si leo rigurosamente el hilo de los hechos, si pienso en las morales pretensiones de sus derechos universales, veo, por ejemplo, emerger una pandemia contundente en un par de meses, veo una considerable dedicación mediática (se dice así, ¿no?) al número de consecuentes fallecimientos (unos trescientos ochenta en ese tiempo) , veo una laboriosidad industrial plausible en la producción de vacunas disuasorias para tan oscuras aspiraciones víricas, veo… ¡Veo un mar de interrogaciones! Porque en 1982 la malaria provocaba la muerte de un millón de niños; y en 2009, la de uno cada treinta segundos, es decir, más o menos lo mismo. Parece que en estos treinta años no hemos avanzado mucho en eficiencia frente al paludismo. ¿Eficiencia o dedicación?... Claro es que el paludismo pasa por allá y la otra, la puñetera y olímpica gripe, nos puede ocurrir acá

El caso es que preocupa la gripe esa. Normal, científicamente hablando; dieciocho millones de vacunas hemos negociado ya con no sé qué laboratorios. A mí, personal y egoístamente, me preocupan mis hijas, que están en la edad malditamente favorecida por el antojo del virus porcipelo. Pero…, humanamente hablando, que diría Blas de Otero, ¿a quién preocupa de verdad ese otro dolor que sucede cada treinta segundos en el mundo, toda esa inmolación que lleva ocurriendo igual desde hace treinta años…?

¿Somos quienes proclamamos ser o sólo una indecente caricatura de quienes presumimos proclamar que somos?
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Comentarios

  1. Es algo que no hay quien lo entienda, yo por lo menos no lo entiendo. ¿No tenía Patarroyo la vacuna o el tratamiento ya hace años, más de diez? ¿Qué ha pasado con esto? En fin, incomprensible y terrible. Pero más terrible la atención mediática no ya a la gripe A, sino ... a la muerte del rey del pop, joé, vaya semanita y vaya dedicación...

    Un abrazo
    Aurora

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  2. Si, como sociedad, fuésemos lo que proclamamos que somos, la malaria no podría matar a los mismos niños que en el 82.
    Tal vez es que somos como sociedad la gran mentira que también somos en pequeñito. Escaparates de buenas intenciones, seres políticamente correctos que comercian con el sufrimiento sin ninguna vergüenza. Si repasamos nuestra vida cotidiana, mil veces volvemos la cara para no ver lo que está mal, tantas como pedimos que nos miren. La culpa se reparte; unos la tienen más, pero yo creo que llega para todos... o es que la optimista se ha cansado de sonreír.
    No lo sé.
    Un beso, Antonio.

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  3. Hay quienes dicen, expertos ellos, que si todos los países del mundo mundial, que diría aquélla, fueramos desarrollados, este planeta duraría un par de días. Es por eso, imagino, que los países ¿desarrollados? mantenemos en el subdesarrollo a buena parte del planeta. Por nuestro propio bien. ¡Hay que joderse! Por cierto, mientras suspiramos con afectación esa exclamación, los que se joden de verdad son otros.

    Un abrazo triste

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  4. Cuando leo textos como el tuyo siempre me acuerdo de Pablo Neruda, cuando, al responderse a sí mismo de por qué su poesía no trataba sobre volcanes y paisajes de su país natal,
    escribía: "Venid a ver la sangre de los niños corriendo por las calles", "Venid a ver la sangre de los niños corriendo por las calles", "Venid a ver la sangre de los niños corriendo por las calles". Mientras tanto, nosotros pensamos en viajes estivales y descansos al arrimo de la sombra.
    Un abrazo.

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  5. Ahí le diste, Antonio. Eso somos... seres que pretenden una globalización que no alcanza al llanto de los niños africanos.
    Soplamos para hinchar el "globo"... hasta donde nos alcanza la vista. Más allá, se tapa y punto. Ciegos... porque no queremos ver. A partir de una línea imaginaria del Planeta... la vida ¿vale menos?...la muerte ¿es una rutina?

    Gracias por la reflexión, Antonio.

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  6. Claro está, Aurora, y no se entiende porque es un razonamiento viciado. Al revés de eso que se llama “falacia naturalista” (desde Hume se abusa de ella compulsivamente) que partiendo de hechos lleva a valoraciones morales, el “Primer Mundo” parte de declaraciones morales y concluye en hechos vergonzantes y contradictorios con aquéllas. Pero sería injusto olvidar el esfuerzo de muchos que, como el doctor Pedro Alonso, hacen por corregir tales dislates superestructurales.
    En cuanto a los medios de comunicación, ¿qué diríamos de la crónica interminable –e indecente por las cifras– del fichaje de Cristiano Ronaldo? ¡Qué barbaridad todo!
    Muchas gracias por la visita.

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  7. Tus reflexiones indignan, pero cuando acabo de leerlas y me calmo, la siguiente pregunta que ma hago siempre cuando analizo injusticias injustificables, valga la redundancia, es, ¿y qué estoy haciendo yo?, y muchas veces mi alma llora.

    Un saludo

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  8. Sin duda, Olga, el microcosmos reproduce la estructura del macrocosmos, o éste la de aquél. De lo que se desprende que el todo es repetición de las partes y viceversa. Pero no es sólo un problema de fractales… O a lo peor sí. A lo peor estamos brutalmente determinados, hijos del “gen egoísta”, el de ese autor de tanto renombre que hace campañas en los autobuses de Londres y promueve campamentos para sacarnos de prejuicios milenarios…
    Con todo, yo seguiré pensando que el hombre es otra cosa: libre y por consecuencia responsable. Así que lo que pasa es porque nosotros lo introducimos en el mundo o, pudiendo no hacerlo, lo consentimos.
    Gracias por la compañía y un beso.

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  9. Duro y certísimo lo que escribes, amigo Tato. Peor incluso, porque hay muchos que sin decirlo lo piensan mientras palabrean con exquisitos sofismas. ¡Hay que joderse! Estoy de acuerdo.
    Tengo otra pregunta que no puedo dejar de hacerme: si el sida estuviese circunscrito en los dos tercios mundiales de la pobreza, ¿obtendría la misma atención investigadora de los laboratorios occidentales…?
    Un abrazo.

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  10. Antonio, que razón tienes siempre, sobretodo en eso de: "lo que pasa es porqué nosotros lo introducimos en el mundo o, pudiendo no hacerlo,lo consentimos".
    El pecado de omisión, esconder la cabeza bajo el ala y consentir tranquilamente sin hacer nada frente a lo que clama al cielo,
    de eso supongo que Vicente Ferrer, cuyo deceso reciente lamentamos, sabia bastante y se puso a la tarea para minimizar sus efectos.

    Un abrazo.

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  11. Un doloroso dedo en la llaga, Antonio, tu comentario, que coincide con ese “mil veces volvemos la cara” de que hablaba Olga. El primer mundo tiene una tarea moral urgente, debe dejar –y hacer– crecer la conciencia del hombre. Debe negarse a las ambigüedades, debe combatir el embrutecimiento (sé que me entiendes de sobra porque perteneces a la “cosa educativa” que diría Juan Antonio), debe tener la gallardía de creer de verdad en lo que cree. Si hiciera eso, todo lo demás se daría por añadidura.
    Gracias por recordarnos ese Neruda tan oportuno.
    Un abrazo.

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  12. Perfecta imagen, Sunsi: “Soplamos para hinchar el "globo"... hasta donde nos alcanza la vista. Más allá, se tapa y punto.” Lo que pasa es que habitamos un mundo festivo y espectacular. Tan acostumbrados estamos a la fiesta y al espectáculo, que los telediarios se ven como las películas, hasta compiten por los índices de audiencia; lo que me suena más a pretender la seducción que a proporcionar información veraz. El dolor de verdad se confunde a menudo con el dolor de mentira y, cuando ocurre algo dramático, se busca la imagen más impactante, el efecto más espectacular. Al cabo, todo es cine, como repetía machaconamente aquella canción de Aute. Vivimos en un cuarto donde el sol se pone por otra parte y, probablemente también, salga por cualquier otro especular antojo. Vivimos en Matrix. Y así, lógicamente, nadie se cree nada. O se cree lo que no es real. No sé qué es peor.
    Gracias por tu palabra, y un saludo.

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  13. ¡¡ Qué alegría!!

    Me pongo enferma con la injusticia y los desatinos de este mundo.
    Ya dice mi hermano ( y él es médico )que la peor pandemia es la del ser humano.

    Un beso de esperanza.

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  14. Pues sí, amigo Capitán, a mí me pasa lo mismo. Porque además, no veo ninguna luz en ese otro marketing de los “antisistema”: nada se cambia haciendo lo mismo que lo que pretende cambiarse. Como indico más arriba, el espectáculo es el lujo de este error, y lo primero que hay que hacer es desterrar el espectáculo, o, mejor dicho, devolverlo a su lugar, que es el símbolo, la admiración y la maravilla. Romper vidrieras o quemar contenedores es sólo mendigar unos cuantos fotogramas en cualquier noticiario. Esta decimonónica interpretación de la revolución y el cambio, como algo que se hace de fuera hacia dentro, no se ha traducido en nada. La verdadera revolución, aún por inventar, es al revés: va de dentro hacia fuera. No basta cambiar las decisiones y prácticas de los hombres que circunstancialmente las toman y ejercen, hay que cambiar a los hombres por dentro. A eso se llama educación. Y a lo que con ella se hace, yo lo llamo “genocidio”.
    ¿Es lento el proceso?... Puede, pero llevamos un millón de años haciendo las mismas barbaridades. Alguna vez habrá que tomarse en serio al hombre… Digo yo.
    Gracias y un saludo

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  15. Muchas gracias, Montse, por el apunte. Se lamentaba Aurora de los excesos mediáticos tras la muerte de Michael Jackson. Nada tengo en contra de esta persona ni de ese dolor. Pero… ¿y Vicente Ferrer? ¿Qué justifica el “tanto” para uno y el tan “normalito” para otro? Vende. Esa sería la respuesta: ¡vende! Uno canta y vende, otro emplea su vida en el dolor eclipsado y no vende. Por el funeral de uno se paga; por el de otro, sólo lloran unos cuanto miles de desheredados. Espectáculo contra verdad… ¿Quién gana?...
    Repito, Montse, gracias: entre Aurora y tú habéis puesto mejor que yo los subrayados de lo que ocurre.
    Un saludo afectuoso.

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  16. Siempre eres positiva, Veridiana: hasta besas de esperanza. Eso es bueno, muy bueno. Pero hay algo malo en lo que dices. Para mí, naturalmente. Y es que, a pesar de mis esfuerzos seudoliterarios y parcofilosóficos, en ocasiones, en algunas ocasiones, en demasiadas ocasiones… ¡pienso lo mismo que tu hermano!
    Un beso preocupado por sus contradicciones.

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  17. Somos vulnerables, sólo que en Occidente no parece que nos lo creamos.

    Yo, cada vez que pienso en la cantidad de niños que se mueren de tétanos... me avergüenzo de el lado de "acá"... palidezco...

    ... niños que a día de hoy... mueren de tétanos...!!! Es que parece imposible. Imposible!!

    Gracias por recordarnos estas cosas.

    Saludos.

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  18. En el fondo, y por desgracia, todo es una cuestión de dinero. Vacunar a miles de niños en países subdesarrollados, ¿a quién le interesa, económicamente habñando? ¿Quién paga esas vacunas? Porque está claro que las vacunas de la grpe A sí tienen compradores, y el negocio es total. Hay quien, desde dentro del mundo de la medicina, afirma que hay turbios intereses de multinacionales farmacéuticas para que la histeria por gripe A llegue a todo el mundo civilizado (perdón por el oxímoron).
    Muy triste todo. Más aún, asqueroso.
    Firmo tu reflexión, amigo Antonio. Un abrazo.

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  19. El pasado 30 de abril, mi amigo, ese “caballero inactual” que robó el nombre a Azorín, se despidió con una carta de evidente coincidencia con lo que tú dices, Ana: “…Hasta que, de pronto, un día descubre que él también es vulnerable. Y no se lo cree, y dice “esto no puede ser”. Pero vende su incredulidad. Y fabrica mascarillas a mansalva. Y se reúne. Y…”
    Yo sé por qué lo hacía. A mí me preocupa lo mismo que a todo el mundo: el dolor de los que quiero. Pero me desconcierta pensar que nos hemos acostumbrado a pensar que la enfermedad y el dolor habituales son cosa de “los otros”, que la tristeza es patrimonio de su costumbre.
    Tétanos, malaria, disentería, guerras, ejecuciones, violaciones… Son las estadísticas de la indiferencia. Lo normal, vamos. Y de repente… nuestra vulnerabilidad.
    Algo no se está haciendo bien, qué duda cabe.
    Gracias y un saludo

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  20. Pues eso, “maestro” Juan Antonio, que tú lo has dicho: dinero, compra-venta... De nuestra secular indecencia tiene la culpa el mercado (perdón a los economistas). No es lo mismo morir en Tanzania, que despedir la luz en el “Gregorio Marañón”. Aquello es “normal”; esto, “extraordinario”. ¿Por qué…?
    No sé por qué no se democratiza la tristeza, por qué nadie reivindica la igualdad del dolor, el derecho universal a que el dolor no tenga clases… Bueno, sí que lo sé; lo sabemos, quiero decir: ¡todo depende de su cotización en bolsa!
    Un abrazo.

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