Hay
muchos rincones de uno que no saben pensarse a sí mismos. O no pueden… O no quieren.
Me desconcierta su rigor empecinado prohibiendo la entrada a la ordenada corte
de las ideas. Me desconcierta –a veces me duele– suponer que no sabré llegar
jamás adonde soy verdad y esperanza al cabo. Algunos dicen que el arte puede
hallar interesantes pasadizos con que burlar la atenta vigilancia de tan
celosas aduanas. Otros están convencidos de que con el psicoanálisis los viajes
hacia uno no son más que excursiones en diván de clase turística. Los hay que
incluso niegan que esto tenga sentido. Pero en Delfos se escribió la
advertencia, y en la soledad de la noche resuena el aforismo socrático: conócete a ti mismo.
Saber
que no sabemos entristece; saber que no nos
sabemos aterra (debería al menos). Y no es por narcisismo, vanidad o cosa que
se le parezca; es porque en esos rincones, que no saben pensarse, se guarda el
código real de lo que somos, la matemática singularidad
de nuestra aventura, la ecuación que resuelve la conjetura del hombre..., el
alma que comprende todas las almas.
noviembre 2012
Creo que, efectivamente, nunca, jamás, llegaremos a sabernos, ni a conocernos del todo. Solo ese "yo" del interior, ese que nos es tan desconocido incluso para nosotros mismos, ese es el que manda, el que anhela, el que sueña, el que rige de verdad nuestra vida. Es el que nos lleva por caminos, la mayor de las veces, inescrutables, que no sabemos incluso por qué queremos explorar o por qué no deseamos hacerlo. Por qué nos empuja ante el abismo, por qué deseamos la soledad o la tememos.
ResponderEliminarNi si quiera creo que lleguemos a saberlo alguna vez. Por eso no somos libres, pese a que eso duela reconocerlo, porque somos esclavos de nosotros mismos, caminamos bastante a tientas por la vida. Creemos conocer las motivaciones de nuestras decisiones y no es así en absoluto. Gran parte de nuestro "yo" permanece oculto y por eso es tan apasionante caminar por los escondrijos del alma e ir redescubriendose a uno mismo y aunque siempre creamos que al fin, hemos dado con la respuesta verdadera, resulta que esa nos lleva a otra y a otra y... que, al cabo, seguimos estando a oscuras.
Pero, es apasionante.
Un beso
Sería el acabose.
ResponderEliminarQuerida Doña A, sé de buena tinta que sois experta investigadora y vocacional “compañera de almas”, así que poco puedo aportar yo –que me limito a vigilar el sueño de éstas– a los conocimientos que poseéis. Salvo una cosa: agradecer que dediquéis parte de vuestro tiempo a comentar mis delirantes imaginarias. Me atrevo, no obstante, a disentir un poco de algunas de vuestras afirmaciones. Somos libres; sí que lo somos: la libertad consiste precisamente en ser ‘esclavo de uno mismo’ –es decir, depender sólo de la propia voluntad– y no de lo demás. El problema es que no queremos serlo, que nos da miedo serlo (recordaréis sin duda aquel libro de Fromm de obligada lectura en la juventud de hace años y emblemático título al respecto). Probablemente también por ello temamos más de lo debido llegar a conocernos.
ResponderEliminarMuchas gracias y un beso.
En primer lugar, Angélica, mi bienvenida y mi agradecimiento por tus palabras.
ResponderEliminarEn cuanto a tu “acabose” –que entiendo positivamente–, estoy de acuerdo porque el ‘comprender’ de esta entrada, en el doble sentido de ‘abarcar’ y ‘entender’ la condición humana, nos haría más justos, menos egoístas, mas convencidos de nuestra naturaleza... ¡Un auténtico acabose!
Un saludo.
Me refiero a que sería el fin de nuestros días, a que el interés por nuestras almas desaparecería por completo. Es un tópico, pero es tan cierto como la vida. Sólo de nuestros errores aprendemos. No se si eso será positivo, pero a mi me parece que no. Nos creemos con la capacidad de saber, de conocer los límites de la bondad, de lo que es la justicia, del buen hacer, cuando ni siquiera podemos abarcar todo el conocimiento, la razón, porque no somos todo razón, aunque así nos creamos,... Y también pensamos que conocemos los límites de la maldad, el egoísmo,.. la vileza del ser humano la damos por hecha.
ResponderEliminarY en verdad en nosotros hay tanta ignorancia, mediocridad,.. dejadez, que no tiene límites. Cada uno tiene capacidad para una u otra cosa, a cada uno se nos da bien algo que al otro no, tenemos inteligencia, según la capacidad de cada uno, de hallar a preguntas respuestas, y todo lo demás que nos conforma, son interrogantes absolutos.
Hasta el fin de nuestros días seguiremos dentro de ese desconocimiento de las cosas que nos `organizan´ el alma, porque de ellos, de errores, esta llena.
ResponderEliminarQuerido Antonio:
En primer lugar es un placer para mí dedicar algo de mi tiempo a un viejo amigo.
En segundo lugar,estoy de acuerdo contigo a que el miedo a ser uno mismo, es decir, a la libertad, paraliza bastante nuestras vidas, pero también creo que en esto, tiene que ver mucho la "educación" o para ser más explícito; "la mala educación" recibida.
Un beso siempre.
¿De verdad crees, Angélica, que “sería el fin de nuestros días”?... ¿Por qué? ¿Por qué ‘conocernos’ tendría que acabar con nosotros? ¿Por qué si dices que “sólo de nuestros errores aprendemos”, aunque concluyas que el alma está llena de ellos, aseguras, sin embargo, que “desaparecería” nuestro interés por aquélla? Tanto si aprendemos de nuestros errores como si no, yo no veo el problema: en el primer caso, porque sacaríamos una jugosa lección –dado que ‘aprenderíamos’ de todos los que ‘nos llenan’–; en el segundo, porque quedaríamos como al principio, es decir, convencidos de que “no había errores” en nosotros. En cualquier caso, no me parece que el resultado fuera “el fin de nuestros días”.
ResponderEliminarPor otra parte, yo no hablo de “inteligencia”. No al menos en ese sentido tan ‘factorialista’ a que te refieres. Ni de intelectualismo moral, a pesar de la obligada referencia a Sócrates de la entrada. Por lo tanto, no apelo a ninguna razón envanecida, abstracta y vacua. En realidad, es bastante más inocente –y posible para cualquiera con independencia de sus capacidades intelectuales– lo que pretendía decir. Algo así como ponerse ante un espejo con el alma desnuda y tener el valor de encontrarse con uno mismo.
Muchas gracias por tu interés. Un saludo.
Nada que objetar a lo que dices, querida Doña A. La cuestión es que a la “educación” –la de aquí y no sólo la de aquí– parece importarle bastante poco que cada cual pretenda ser uno mismo. O tal vez lo que le importe sea otra cosa: por ejemplo, que cada cual sea un “demás” programado y controlable.
ResponderEliminarBesos de igual temporalidad.
No hombre no, .. estoy completamente de acuerdo contigo en aquello de conocernos a nosotros mismos. Y yo respondo a ello diciendo que el camino del aprendizaje no termina hasta que dejemos abandonado completamente el equipaje, lo que hayamos estado haciendo en vida. Lo que digo es que ni creo que nos conozcamos del todo, que ni queremos(sería demasiado aburrido), ni lo haremos. Que espero que con cada nuevo día de nuestros días nos sorprendamos a nosotros mismos, y que colaboremos en ese aprendizaje de conocer y conocernos (al mismo tiempo). Porque no es lo mismo conocernos que conocerte, pensarte o pensarnos.
ResponderEliminar¡Vaya!, según parece no te entendí bien. Y, por supuesto, estoy de acuerdo: no nos conocemos “del todo”. O preferimos no hacerlo; no porque pueda ser aburrido como dices, sino porque nos exigiría mucha más comprensión hacia los demás de la que estamos dispuestos a invertir.
ResponderEliminarMuchas gracias, repito, por tu amable conversación
Para conocernos no basta solo con pensarse. Y cuando los hechos nos faltan, sólo son las palabras lo más cercano que poseemos para describir la esencia de nuestra alma, el espíritu. Y queremos darle tanto sentido y significado del que podrán tener jamás. Sólo son palabras que de nuestro espíritu se escapan. Y así con ellas queremos perdernos en un cuerpo que no existe, que solo suponemos, y cuanto más precisos queremos ser con ellas, menos esencia tienen. Cierto es que no son solo vanidad, orgullo,.. solo son una idea, una parte de nosotros mismos. Solo son parte del alma que perdemos con cada una de ellas. Así que hemos de mimarlas mucho, tanto, que nos gusta, porque a veces solo con ello podemos cuidarnos el amor propio.
ResponderEliminarUna pequeña objeción, Angélica, que me parece importante. Pensar –o pensarse– no es fabular o enhebrar ideas vacías, representaciones vacuas sostenidas por palabras igualmente vacuas. Pensar –o pensarse– es analizar, profundizar, argumentar y concluir sobre los hechos, sobre nuestros hechos. No es construir una fantasía enajenada en signos que se le escapan y que quiere perderse en corporeidades que no existen. Pensar es un compromiso ontológico del hombre al que últimamente se suele renunciar porque sus resultados suelen ser poco cariñosos con el amor propio.
ResponderEliminarUn saludo.
No es vaciedad de lo que hablo. Es de algo de enormes dimensiones, tan inmenso, que no es imposible abarcar con los brazos, con el pensamiento. `Creo´ que hablas de la esencia de cada persona. Del origen del hombre.
ResponderEliminarYa sé que no hablas de vaciedades, Angélica, pero me alarmó eso de que “cuando los hechos nos faltan, sólo son las palabras lo más cercano que poseemos para describir la esencia de nuestra alma” y que “cuanto más precisos queremos ser con ellas, menos esencia tienen”. Si, humana y moralmente hablando, nos faltan los hechos, nuestros hechos, si nuestras palabras no tienen su respaldo, entonces estamos hablando de nada. De ahí la “pequeña objeción” de mi respuesta.
ResponderEliminarY desde luego, “la esencia de cada persona, el origen del hombre” es algo enormemente complejo, pero “comprender” aquélla o éste (en el doble sentido de “entender” y “abarcar” a una u otro) a lo mejor no lo es tanto. Tal vez ocurra lo que en el Universo, inmenso y complicadísimo, cuya explicación, sin embargo, puede reducirse para la Física a la interacción de sólo cuatro fuerzas (probablemente a una sola). Cosa distinta es que seamos capaces de lograr tal conocimiento; pero, como diría Ortega, a nadie quita la sed saber que no podrá beber.
Y gracias por dar a esta entrada más interés del que se merecía.
Nos aterra la luz (del conocimiento). porque nos deja a la intemperie, sin excusas para nosotros ni para los demás. Y, sin embargo, más debería asustarnos la oscuridad. Hacemos de la caverna una especie de casa, pero no lo es;en el fondo no nos protege de nada.
ResponderEliminarUn beso, maestro.
Sí, Olga, nos deja “sin excusas”, pero no ante los demás, sino ante nosotros. En el fondo, nos damos más miedo del que cualquier cosa pudiera darnos.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu visita siempre.
Un beso