Las batallitas de los abuelos abruman a los oyentes con la agobiante repetición de su ocurrencia.
- Ya está el abuelo con sus “Cañones a mi derecha, cañones a mi izquierda, cañones ante mí… ¡Y allí estaba yo!”
No, no es éste el caso. Tengo una edad, pero no tanta como para molar de haber estado en la batalla de Balaclava o presumir de haber merecido un renglón en el poema de Tennyson. Mis batallitas son menos grandiosas y nada heroicas, naturalmente.
Ésta de hoy, por ejemplo, consiste en rescatar un viejo soneto al que se le estropeó su vínculo al audio (el original se puede encontrar buscando en Archivos del Blog, enero de 2009). Al no disgustarme en exceso (aunque he retocado alguna que otra palabra), he querido reflotarlo de las honduras abisales de los años pasados, ésas que van cultivando el olvido en los ayeres de un blog.
Cierro el día. Portazo en la mirada
y la noche de pronto; de repente,
la oscuridad. Estamos frente a frente
bebiéndonos el vino de la nada.
Robo al silencio –voz fantaseada–
un beso de palabras impaciente…
Y callas. Callas tú… Creo que hay gente
del otro lado de esta voz robada.
Las sombras de la noche son de acero
templado en mi rabiosa vigilancia;
tu sombra, su ternura sin embargo.
Otra vez cierro el día y aún espero.
Regálame un renglón de tu distancia:
no bebamos un vino tan amargo.
23 enero 2009
¿Qué puedo decir de tus poemas que no haya dicho ya en muchas otras ocasiones ? ¿Que acarician?¿Qué llegan al alma? ¿ Qué son preciosos los versos?. Pues lo dicho. Hacen que la vida sea más bonita.
ResponderEliminarUn beso
¿Y qué puedo decir yo de tu infatigable amabilidad?
ResponderEliminarMuchas gracias, Susi.
Un beso