La llaman la partícula de Dios y la buscan por anillos colosales donde la insignificancia se estrella contra la insignificancia y provoca la ilusión de lo grandioso. Un bosón, el bosón de Higgs, una casi nada que, suponen, tiene la culpa de casi todo. Y puede que la tenga. Puede que un día nos sorprendan con el descubrimiento de su rastro. Porque sólo se podrá leer su rastro. Y todo será coherente; todo incuestionable, explícito y rotundo. Las cuatro fuerzas sólo serán dos –la gravitatoria, suave y tenaz, es una fuerza contestataria que se resiste a las reducciones hasta el aburrimiento de los sabios–. En el fondo, seguimos buscando el arjé.
La partícula de Dios es como la sexta vía del Aquinate saltándose los siglos y trocando el método aristotélico-deductivo por el método científico-experimental. Claro que ya no se busca a Dios, sino su partícula; mejor dicho, el rastro de su partícula: un renglón sobre una pantalla. Para ello hay que recrear la Creación a cien metros bajo tierra… Y nos encontraremos con un dios pequeñito y tonto (los bosones no se enteran de lo que hacen) al que le salió por casualidad un mundo ordenado bajo el rigor de la causalidad.
Yo soy un pobre tonto, inerme de ecuaciones, sin aceleradores ni colisionadores de hadrones o cosa que se le parezca. Tan tonto soy que ni siquiera sé si creo en lo que creo. Mis hipótesis son desamparadas. Sin embargo, he visto la partícula de Dios en muchos guiños de la vida: todos los días, en los periódicos del dolor del mundo; hace un rato, en unos ojos bellos bajo la gravitación de la ternura.
Acuérdate del gato tonto.
ResponderEliminarExcelente recordatorio, mi Señora Doña Ana. Sigo pensando que es preferible pretender los “nidos”, aunque sintamos vértigo, a quedarse en el suelo comiendo saltamontes.
ResponderEliminarMe hacéis feliz con vuestra visita.
Yo confiaba en las predicciones catastrofistas, pero veo que todo sigue igual: exámenes, trabajo y unas ganas atroces de que llegue el sábado. Seguro que es el sábado cuando se acaba el mundo, pero a mí me pillará el apocalipsis en plena siesta. ¿El sueño de los justos? Quién sabe. Un abrazo, Antonio.
ResponderEliminarY del astrónomo de Vermeer.
ResponderEliminarHace muchos años, querido Diego, cuando yo contaba catorce recientes primaveras y tenía que afrontar un horror llamado “Reválida de 4º”, una noche de junio soñé que a la Luna le salía una mancha roja en el centro y que la gente gritaba que se acababa el mundo. Yo estaba la mar de contento porque lo único que pensaba era que ya no tendría que examinarme. Tu comentario me ha recordado el sueño. Las soluciones expeditas, amigo mío, son engañosas y no funcionan: no te fíes de los “Apocalipsis”.
ResponderEliminarUn abrazo.
No menos excelente recordatorio, Olga. En el fondo, siempre estoy hablando de lo mismo.
ResponderEliminarGracias por tu visita.
¿“Credo ut intelligam”, por tanto, y no al contrario...?
ResponderEliminarSiempre hay que poner la fe por delante del entendimiento. Y no me refiero sólo a la fe religiosa: el conocimiento es la carrocería del hombre; la fe, la cilindrada de su alma.
ResponderEliminarGracias, Francisco, y un abrazo.
¿El Apocalipsis no era que venía escoltado por cuatro jinetes?
ResponderEliminarBueno, Alejandro, algo de eso hay, pero en este caso no era nada más que un tropo coloquial en referencia a otro comentario. El famoso experimento del CERN ha dado lugar a interpretaciones alucinantes y verdaderamente "apocalípticas".
ResponderEliminarUn saludo.
Es la constante búsqueda del centro: interminable afán de los humanos.
ResponderEliminarGracias por sus frecuentes visitas y por los no bien merecidos elogios que siempre me dedica.
Un saludo,
Hernán
Muchas gracias a ti.
ResponderEliminarSaludos.