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Tengo que reconocer que aquí, en la caverna, las ideas acaban oliendo a rancio. En Siracusa, Platón estuvo a punto de ser vendido como esclavo –o lo fue, según se vea– porque se empeñó en encender ideas en el cráneo de un tirano. Y el tirano, que se aburría muchísimo con el empeño, decidió embalar al filósofo como si fuera una eficaz herramienta. Menos mal que un tal Anniceris que pasaba por allí lo rescató, tras abonar las veinte minas (al cambio, unos 5000 €) en que, al parecer, lo habían tasado. Evidentemente, el cráneo del tirano era una de las muchas cuevas que han sido, son y seguirán siendo, por voluntad que un filósofo ponga en excavar tragaluces en ellas.
Dos veces más tropezó Platón con Siracusa y, con tanto tropiezo, superó la cuota de error que el adagio nos permite a los hombres comunes. Pero él no era “común”; tal vez, de ahí su exceso. Al final, se dio cuenta de que “invertir ideas en la caverna” era un oscuro negocio: más tarde o más pronto, olían mal y “no servían para nada”. Algunos consideran que este personal desengaño hizo nacer al Platón más totalitario. Sin embargo, yo creo que, por entonces, es cuando la filosofía comprendió que tenía escaso futuro si intentaba competir con los embaucadores o secuestradores de la voluntad ajena (una especie inextinguible de difícil taxonomía histórica dada la versatilidad de sus apariencias y su adaptabilidad a las circunstancias). Y la filosofía se dedicó al valor del sueño. Porque, como dijo Lin Yutang, si no puedes vivir una vida bella, debes soñarla.
Y aquí, en la caverna, seguimos los prisioneros platónicos; respirando el mal olor de las ideas podridas; condenados al silencio de contemplar sus sombras; y soñando, soñando, soñando…
¡Qué remedio!
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Dos veces más tropezó Platón con Siracusa y, con tanto tropiezo, superó la cuota de error que el adagio nos permite a los hombres comunes. Pero él no era “común”; tal vez, de ahí su exceso. Al final, se dio cuenta de que “invertir ideas en la caverna” era un oscuro negocio: más tarde o más pronto, olían mal y “no servían para nada”. Algunos consideran que este personal desengaño hizo nacer al Platón más totalitario. Sin embargo, yo creo que, por entonces, es cuando la filosofía comprendió que tenía escaso futuro si intentaba competir con los embaucadores o secuestradores de la voluntad ajena (una especie inextinguible de difícil taxonomía histórica dada la versatilidad de sus apariencias y su adaptabilidad a las circunstancias). Y la filosofía se dedicó al valor del sueño. Porque, como dijo Lin Yutang, si no puedes vivir una vida bella, debes soñarla.
Y aquí, en la caverna, seguimos los prisioneros platónicos; respirando el mal olor de las ideas podridas; condenados al silencio de contemplar sus sombras; y soñando, soñando, soñando…
¡Qué remedio!
"Y los sueños,sueños son..."
ResponderEliminarTambién Dalí y Lorca,calificaban de "putrefacto",muchos conceptos de la vida.
Un beso creativo.
Ante todo, Arainfinitum, muchas gracias por tu visita y por tu comentario.
ResponderEliminarNo seré yo, desde luego, quien discuta nada sobre los “hilos de la vida”; únicamente apunto que, a veces –por lo menos, a veces–, también vale lo contrario; quiero decir, entretejer la vida con los hilos de los sueños. Es inevitablemente humano.
Un saludo con mi reiterado agradecimiento.
…Pero Calderón, Veridiana, pone otro verso antes. Primero dice que “toda la vida es sueño” y concluye después con ese principio de identidad lógico. Los sueños son lo que tienen que ser: sueños. Es la vida la que titubea, la que no tiene muy claro lo que es. Descartes sacó un sistema de ese vital desconcierto; y Calderón, mi paisano, un prodigio literario. Yo no soy capaz de ir más allá del sueño, que se parece bastante a la memoria de la vida cuando se calza más edad de la que uno es capaz de creerse. De jóvenes soñamos lo que aún no somos; de viejos, lo que ya no podremos ser.
ResponderEliminarAsí que es cierto lo que Calderón escribe; deseable, a lo que Descartes llega; y acogedora, amablemente acogedora, la sombra de Platón que, en el fondo, a los dos cobija.
Un beso, siempre y afortunadamente, “ensombrecido”.
Tiene algo de drama, aunque el escenario sea interno, esa manera tuya de contar el desengaño de Platón -"invertir ideas en la caverna" era un oscuro negocio: más tarde o más pronto, olían mal y "no servían para nada"-. No sé si de ahí nació el Platón más totalitario, como dicen algunos, o el soñador -la filosofía comprendió que tenía escaso futuro si intentaba competir con los embaucadores o secuestradores de la voluntad ajena (una especie inextinguible de difícil taxonomía histórica dada la versatilidad de sus apariencias y su adaptabilidad a las circunstancias- pero tú no me das la sensación de estar prisionero. Al contrario, en ese sentido, soñar no es una condena sino una elección. No una elección inconsciente ni utópica, blablabla (estoy segura de que me entiendes;-) pero sí una elección radical.
ResponderEliminarYo creo que soy bastante platónica también, aunque no quisiera mentar el nombre de Platón en vano, no te me enfades, please.
Un beso.
Pues supongo que te entiendo, Olga; aunque no estoy muy seguro de que se trate de una “elección radical”, sino, más bien, de una seducción… inevitable. Las alforjas de Occidente son impensables sin tres o cuatro mimbres fundamentales. Uno de esos mimbres, guste o disguste el ateniense, fue Platón. A su sombra hemos crecido y ante las sombras de su caverna estamos; unos sin saber del aire libre, otros respirándolo de memoria. No hay escapatoria de esta humedad subterránea ni de su olor a rancio; pero los sueños saben respirar como es debido. Te lo garantiza alguien que habitualmente presta servicio de imaginaria.
ResponderEliminarUn beso velando sueños.
¿Elección radical o seducción inevitable? Me dejas pensando, tal vez lo que nos seduce nos elige, "compromete" nuestra voluntad y nosotros le correspondemos, si no exactamente con eso que llamamos voluntad, ejerciendo una elección que ejecuta ¿nuestra alma? La que a veces no sabe lo que quiere pero siempre parece reconocer lo que quisiera.
ResponderEliminarMuy bien esa consideración: “…lo que nos seduce nos elige.” Suena casi místico si nos quedamos con el significado más elevado de seducir.
ResponderEliminarY ya que tan metafísica estáis, mi Señora Doña Olga, permitidme disentir de lo que decís al final. Porque yo creo que el alma siempre sabe lo que quiere… Pero a veces quisiera no tener que quererlo.