Se me ha ido mayo sin darme tiempo de pensar en mayo; a traición de sí mismo, distraído, distante. Se me ha ido mayo sin tiempo de saber de mayo; sin el olor del cielo en los jardines o el beso enamorado de sus signos; sin inventar las rosas tras la lluvia ni prender de amapolas los solares. Se me ha ido mayo sin haberme asomado a los balcones de mayo; sin oír los vencejos, la bendita algazara que establece la linde entre Dios y los hombres; encerrado en mis torres de tiempo y ausencia entre cuatro relojes implacables, extraños al empeño venial de la tierra por dejar de ser polvo, al humilde destino de nacer, de morir...; ignorando el prodigio del día de volver a ser día –sin luego, sin antes; sin aquí ni más lejos– con el limpio milagro del sol en los ojos y el rocío reinando en el alma... Se me ha roto mayo donde nunca fue mayo; en las manos del hombre, en los ojos del hombre, en los verbos del hombre... Ha pasado de incógnito entre tanto...