Hay un chopo enfrente de mi ventana; y una fachada, cercana y alta, al otro lado de ese chopo. A esta hora, de noche presumible y próxima, su sombra en la pared alcanza la talla de la verdad que admira. Se le nota a la sombra que quiere ser su causa, que la intenta imitar, que le reprocha el robo de la luz, que crece resentida de su oscura dependencia… En otros momentos, se arrastra y se somete, pero, en esta hora del día, encuentra la alianza de un muro vertical y triste que sólo sirve para engatusar contraluces. Y ella acude a su socorro cada tarde, más o menos por mayo, para acrecer su ser precario durante unos minutos. A mí, no sé por qué, esta sombra me parece medio humana. Hace catorce años de estas palabras (mayo 2008). La sombra sigue ahí, frente a mi ventana, insistiendo en la hazaña intrascendente de competir con la forma vanidosa de un chopo cuando por mayo es posible. Porque sólo entonces la tarde se lo consiente; el resto del año el sol se ausenta por ángulos ...