Intenté cerrar este rincón el otro día, pero últimamente se oye cada cosa que es imposible aguantar en estoico silencio. Fueron cuarenta y cuatro años de maravilloso esfuerzo. Trabajé envejeciendo de juventud, que es lo que nos pasa a todos los que un día entramos en un aula llena de niños, púberes, adolescentes, jóvenes... y nos quedamos. Reí con ellos, sufrí con ellos y padecí también por ellos. Pero sobre todo aprendí de ellos; probablemente más de lo que nunca yo llegué a enseñarles. Y jamás pensé que estaba perdiendo el tiempo. Cuando un trabajo se desempeña con honestidad es imposible pensar tal cosa. Y un trabajo es honesto cuando cumple consigo mismo, es decir cuando lo que en él se pretende es lo que con él se hace. Si tal cumplimiento es ajeno a su ejercicio, entonces sí, entonces quien está en tesitura semejante dirá con razón que su trabajo es una “pérdida de tiempo”. Está conclusión es terrible. Sobre todo si la exhibe un político (o “política”) c...