Intenté cerrar este
rincón el otro día, pero últimamente se oye cada cosa que es imposible aguantar
en estoico silencio.
Fueron cuarenta y cuatro años de maravilloso esfuerzo. Trabajé
envejeciendo de juventud, que es lo que nos pasa a todos los que un día
entramos en un aula llena de niños, púberes, adolescentes, jóvenes... y nos quedamos.
Reí con ellos, sufrí con ellos y padecí también por ellos. Pero sobre todo
aprendí de ellos; probablemente más de lo que nunca yo llegué a enseñarles. Y jamás
pensé que estaba perdiendo el tiempo. Cuando un trabajo se desempeña con
honestidad es imposible pensar tal cosa. Y un trabajo es honesto cuando cumple
consigo mismo, es decir cuando lo que en él se pretende es lo que con él se hace.
Si tal cumplimiento es ajeno a su ejercicio, entonces sí, entonces quien está
en tesitura semejante dirá con razón que su trabajo es una “pérdida de tiempo”.
Está conclusión es terrible. Sobre todo si la exhibe un político (o “política”)
como justificación del incumplimiento de sus obligaciones, ésas que ostenta (o
detenta) tras protocolario compromiso (juramento, promesa o antojadizo eufemismo)
y en deuda con la voluntad de sus votantes. Excuso decir lo espantosa que resulta
si la aberrante justificación se hace en calidad de portavoz de un colectivo
que es Gobierno de la Nación.
Pausa. Necesito una pausa para reponerme. Porque no estoy hablando de ninguna ficción. No es una alegoría. No es un cuento con displásica moraleja. Es un hecho, un suceso. Estoy hablando de una ministra (de Educación, además) que “portavocea” un Gobierno con obligaciones constitucionales de presentar y aprobar en el Parlamento sus presupuestos y que sin el menor pudor declara que, si no cuentan con los apoyos necesarios, no lo presentarán para no hacer “perder el tiempo” a sus señorías. Lo vi y escuché en las noticias de la tele mientras comía. Y me quedé con la boca abierta. Como un imbécil, lo que probablemente sea dada mi incorregible “incomprensión” de todo. Esto es lo más parecido a un partido de fútbol en que el equipo local se niega a jugar si los otros no le dan garantías de que va a ganar. Lo cierto es que la indecente barbaridad con que se ha despachado la ministra es toda una lección de lo que, tanto ella como el Gobierno que “portavocea”, piensan del Parlamento. Digamos que lo ven como un conjunto de señores, señoras y "demás" que han sido agraciados con un escaño para, de vez en cuando, hablar de sus cosas (insultándose, por ejemplo, aplaudiendo sus gracietas o ironías, ridiculizando al contrario, etc.). Así, vale, porque eso no es una pérdida de tiempo, contrariamente es una justificación de su salario. Para este Gobierno el Parlamento es lo más parecido al teatrillo de Maese Pedro: un conjunto de títeres que representan historietas y pasiones ajenas al día a día. Sólo falta un Caballero de Triste Figura que desmantele tantas falsedades con la verdad que los desenmascara.
Señora Alegría, apellido de gozo y júbilo de los que espero
disfrute largos años, permítame una observación final. Cualquier ciudadano, humilde
como yo, sabe que la obligación de nuestro Gobierno es sacar adelante en el
Parlamento todo lo que es razón, marco y desarrollo de nuestro cada día. Digamos
que donde debe vencer es precisamente donde no se atreve a intentarlo o, lo que
es peor, no quiere hacerlo. Hablan mucho de diálogos y consensos, pero los foros
que reservan a ambos parecen más de taberna que de Parlamento. Si de verdad
piensan que por no haber logrado apoyos en los pasillos o marcos ajenos a su
colectivo debate, no deben pelearlos donde por ley debieran porque es una “pérdida de tiempo”, sólo me queda preguntar:
¿Creen ustedes sinceramente que debatir en el foro que
representa a todos los ciudadanos es una “pérdida de tiempo”?
¿No les parece una falta de respeto al pueblo, que tanto apelan,
este “permiso gratuito” para que sus señorías hagan otras cosas y no “pierdan
el tiempo” con sus obligaciones?
Y finalmente:
De verdad, de verdad de la buena, no de ésa que depende de
las “opciones” que surgen, ¿creen ustedes en la democracia?
26 marzo 2025
Lo que llaman perder el tempo al Parlamento, en realidad es un acto de soberbia de un aprendiz de autocrata que desprecia a todo lo que no sea su permanencia en el poder a costa de todo. Es una obligación ciudadana quitar a esta gente del poder antes de que sea demasiado tarde para la Nación en general y para cada junio de nosotros, en particular. Un abrazo, Antonio.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo, Félix: soberbia y desprecio. Añadamos indignidad; y no sólo del “aprendiz de autócrata” porque ¿qué dicen “sus señorías” de este ninguneo, de este menosprecio de su actividad? Algo huele a podrido…
EliminarGracias por tus palabras.
Un abrazo.
Aprendiz de autócrata decís? Yo pienso que de aprendiz no tiene nada, es todo un maestro de la manipulación, la mentira, el control de la llamada "justicia," de los medios de comunicación etc, etc etc. Es un soberbio que no tiene nada que consultar con los que representan al pueblo.
ResponderEliminarHa estado jugando con todos nosotros y ahora el pueblo padece el " síndrome de la rana hervida" ya no se escandaliza por nada, la capacidad de asombro y de juicio crítico parece haber desaparecido, que a mi manera de ver, es lo que estaba buscando desde el principio.
Y huele a podrido, Antonio, porque está todo podrido.
Democracia? Donde está? Me temo que agoniza sin remedio.
Un beso
Piensas bien, Susi: de aprendiz, nada de nada. Y el pueblo, en efecto, se ha acostumbrado en tal modo a la desfachatez, al cinismo, a la mentira que parece morir indiferente a la irreversible gravedad de lo que con él están haciendo. Y es que han convertido la nación en un sucio mercado de oligarquías. Lo más triste es que en muchos casos se ha rebasado el punto de no retorno. Como dice el tango: “hay caminos del destino intransitables (…) y hay vacíos imposibles de llenar “.
EliminarMuchas gracias, Susi, y un beso.