. . Nadie sabe lo que pasa allí dentro, en esa oscura soledad en que el espacio se engulle a sí mismo. Tan lejos se hallan de la espectacularidad del universo, que sólo las matemáticas intentan hablar con ellos. Porque las matemáticas, cuando dejan de ser aritmética cotidiana o proporción canónica, se dedican a telefonear oscuridades y a indagar silencios. Si los fenómenos responden, los científicos proclaman leyes; o incluso teorías cuando lo que escuchan es una conversación más o menos sensata. Galileo dijo algo sobre esto, y Platón –¡no iba a olvidarme de él!– intuyó preludios semejantes de esta ciencia. Pero los agujeros negros son la última vejez de las estrellas y es muy difícil hablar con ellos. De alguna forma, se parecen a la oscura soledad de los ancianos: con la edad, se retira tanto el alma del brillante espectáculo de la vida que ésta parece engullirse a sí misma. Ya no escapan luz de ella ni palabras; los signos que llegan de fuera se hunden, probablemente distorsionados ...