. No son éstos malos días para hablar con una vieja amistad, para citarse con ella en un café nostálgico y estrechar sinceridades en la esgrima de dos copas. Yo lo he hecho hoy. La he llamado por teléfono esta tarde. Le he preguntado por su ayer y por su ahora después de tanto no saber de ella. Y hemos quedado para brindar por todo lo que nos debíamos y no habíamos hablado. Ha sido a las diez, en un bar de barrio antiguo y pobre donde solíamos vernos cuando apenas nos conocíamos. Yo he pedido un Four Roses , sin hielo, naturalmente; ella, una tónica sin firma –siempre tuvo un paladar puritano–. Y he vuelto a preguntarle por su hoy y por su antes. Hemos pasado dos horas –cuatro vasos de bourbon y dos tónicas– despertando palabras y desordenando soledades; porque la verdad es una soledad ordenada que retiene innumerables silencios. Algo parecido flameaba ya en el templo de Delfos. Hasta que lo divulgó Sócrates y lo divinizó San Agustín. Ahora se ha vuelto impopular defender tales cosas ...