Los ojos, redondos y negros, sin norte en la mirada. La boca, entreabierta, con un gesto de asombro y confusión. Detuve el coche, lo observé con fraternal melancolía. Estaba empapado de lluvia y soledad junto al último portal de una calle solitaria. En su montura sólo quedaban memorias imposibles de niñas felicidades y horas de párvulas alegrías y jinetes de fingidas galopadas... A su grupa, apenas un equipaje de ayeres repentinamente ausentes. ¡Pobre caballito de mentira! Eras como un cuento triste de Navidad, un cuento vulgar con un asunto común; un objeto forrado con los sueños de un niño, abandonado en la calle, una tarde lluviosa de diciembre. Normal que fuera así. Producimos para consumir, consumimos para sustituir. Nos hablan de obsolescencias programadas. Nos convencen de usar y tirar. Y, poco a poco, todo se va haciendo indiferente, todo se va diluyendo en una reificación estúpida de objetos sin equipaje de ayeres ni álbumes del alma... Lo doloroso, lo cruel,...