La palabra posverdad es una palabra jovencita que anda por nuestros días causando más daño que beneficio, entre otras razones porque es una palabra okupa, un signo que ha venido a invadir el domicilio habitual de la verdad y no parece haber nadie que intente desalojarla. La verdad es algo que últimamente parece importar bastante poco. Como adecuación del conocimiento a los hechos o coherencia del pensamiento con sus enunciados, en ambos casos parece que ha dejado de interesar al mundo. En lo primero, por lo que podríamos llamar la pandemia de lo opinable, es decir, esa enfermedad de la ignorancia que hace creer a cualquier indocumentado que lo que él opina es tan verdadero -¡o más!- que lo que ha comprobado y sabe el experto. En cuanto a lo segundo, esto es, que lo que se diga se corresponda con lo que se piensa, la patología imperante tiene otro feo diagnóstico: el cáncer de la rectitud o, en términos acordes con una estúpida cultura actual, la “cancelación” de la autenticid...