Aunque parezca mentira a estas alturas de la Humanidad en que estamos, es asunto de capital importancia determinar, definir, promocionar y etiquetar que “es”, primero, y que “debe ser”, después, el “hombre” (léase en este caso como varón y no como especie). La tipología al respecto establece dos categorías fundamentales: los “machitos”, por sí mismos considerados "machos" o "machotes"; y los “blandengues”, que asisten a cursillos para superar su sentimiento de culpa porque son pecadores de un machismo original que heredaron del principio de la especie. A mí, la verdad, todo esto me parece una tontería. Yo sé, como casi todo el mundo, que hay hombres en exceso cercanos al babuino, a los que sería pertinente soltar en la selva más cercana; también sé que hay otros, más amables y expertos, que, sin necesidad de desconocer lo que es un “fuera de juego”, hacen, y saben cómo hacer, las cosas debidas en la casa. Sé que hay hombres mezquinos y mujeres iguales. Sé que hay...