Es un texto viejo (marzo de 2007 “Al atardecer”) que recupero hoy gracias a un gorri ón que me ha mirado un instante de eternidad esta mañana al salir de casa. Estoy viendo a través de mi ventana un chopo, ayuno aún de primaveras, desde una de cuyas ramas a su vez me observa un gorrión no sin cierta indiferencia. Entre el chopo, él y yo estamos construyendo un momento único, de nula trascendencia por supuesto, pero único. No volverá a repetirse nunca una luz como esta luz, agónica en el poco día que le queda, ni un pájaro así en el punto preciso de esa rama en que ahora lo veo, ni este yo taciturno y tardeado a quien mira él con displicencia. Estamos los tres ya reunidos para un fotograma excelente en su temporal soledad (lo único siempre es lo solo); un fotograma de nuestras vidas, hoy excepcionalmente coincidentes. La única diferencia entre nosotros es que este intervalo en mí se hace conciencia, en mí se vuelve palabra. Decía Ortega, nuestro Ortega, que cada hombre tiene una m...