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Amar la vida

 

Es un texto viejo (marzo de 2007 “Al atardecer”) que recupero hoy gracias a un gorrión que me ha mirado un instante de eternidad esta mañana al salir de casa.


Estoy viendo a través de mi ventana un chopo, ayuno aún de primaveras, desde una de cuyas ramas a su vez me observa un gorrión no sin cierta indiferencia. Entre el chopo, él y yo estamos construyendo un momento único, de nula trascendencia por supuesto, pero único. No volverá a repetirse nunca una luz como esta luz, agónica en el poco día que le queda, ni un pájaro así en el punto preciso de esa rama en que ahora lo veo, ni este yo taciturno y tardeado a quien mira él con displicencia. Estamos los tres ya reunidos para un fotograma excelente en su temporal soledad (lo único siempre es lo solo); un fotograma de nuestras vidas, hoy excepcionalmente coincidentes. La única diferencia entre nosotros es que este intervalo en mí se hace conciencia, en mí se vuelve palabra.


Decía Ortega, nuestro Ortega, que cada hombre tiene una misión de verdad; es decir, que de alguna forma somos hacedores del ser. La alegría que siento cuando ocurren determinados hechos o la tristeza que me embarga cuando suceden otros son alegrías y tristezas que nunca antes fueron y jamás volverán a ser. Las pone este modesto yo en la realidad existente, se crean conmigo y, gracias a mí, pertenecen -desde el momento en que pasan- a una eternidad imborrable en la infinita memoria del ser. Son ontológicamente verdaderas porque han sido reales.


Cada momento de la vida, desde la más insigne hasta la más mezquina, es un ejercicio de divinidad. No es que juguemos a crear, es que creamos de modo inevitable el mundo y su verdad porque estamos humanamente vivos.


Esto es lo que para mí significa amar la vida; y respetarla por encima de todo. Porque quien arranca la vida a alguien le arranca a la realidad toda el ser que le debía su insustituible mirada.



Febrero 2023

Comentarios

  1. Un árbol, un pájaro y el ojo que los aprehende en un instante que a un mismo tiempo es eterno y fugitivo. Nada más valioso que ese instante, precisamente porque es irrepetible. De instantes como ese se compone lo mejor de nuestras distraídas vidas. Un saludo.

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    Respuestas
    1. Muchas gracias por tus palabras. La vida más insignificante dota de una mirada irrepetible al mundo. Y en ello está la grandeza de nuestra pequeñez.
      Un saludo.

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