Todavía es tiempo de arrogantes hojas, de su amable sombra sobre las calles que aún les consiente el hombre. Se pasan el día engalanando el lugar que las acoge: ese tronco ─recio, arrugado, envejecido─ de algunos jardines que ha aguantado las heladas y soledades del invierno.
Vienen de lejos, de muy lejos, del hondo corazón de la tierra al que viajaron cuando octubre les hizo las maletas de otoño.
Volvieron luego, de verde-claro, en primavera. Y aprendieron a escribir de nuevo los párrafos que el sol iba dictando. Ahora, en esta primera madurez de empezar a no ser jóvenes, aún alegran la austera residencia de sus ramas. Y alivian la asfixia de las calles en los mediodías de estío. Bajo ellas se detienen los paseantes; hablan entre sí, presentan a un familiar o a un amigo que ha venido de otro lugar a visitarlos. La sombra de esas hojas vuelve a hacer del verano una estación de encuentros en vez de esa locura de distancias y desencuentros en que nosotros solemos convertirlo.
Porque éste debería ser el tiempo de pasear los atardeceres por las miradas alegres y celebrar las memorias vencidas del último invierno. El tiempo de recoger la felicidad, no de dispersar su empeño. El tiempo no de partir, sino de regresar; de volver a casa, que no es la casa de los días, sino la casa de siempre: la casa de la siembra y del arado; de la cosecha, del fruto, del árbol...
La casa de la tierra. La casa compartida con las hojas de los árboles. La explosión agradecida y rabiosamente verde de la vida…
No no vuelven. Nunca volverán. Estas son otras que repetirán el mismo ciclo que las anteriores. Nacerán limpias y brillantes en primavera y se irán volviendo del color que la vida les enseñe hasta que llegue su otoño y cristalicen sus sueños, sus memorias perdidas, su esperanza y una ilusión que era como una pregunta y una promesa a la vez.
ResponderEliminarMorirán entonces y la tierra mullida las acogerá como a todos.
La canción es preciosa, siempre me gustó, pero no deja de ser un ciclo de la vida. Un verano que ya no volverá nunca más.
Un beso
Bueno, Susi, lo primero, agradecerte que hayas venido a tapar la inexplicable “oquedad del ser” que invadió este espacio; y es que, como dice la popular y mal atribuida sentencia, “cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras."
EliminarY no, por supuesto que no vuelven las mismas hojas, ni las mismas sombras, ni los mismos días, ni las madreselvas de Bécquer… “Porque volver no siempre significa regreso…” escribió José Infante. Pero en esta imposible identidad entre vuelta y regreso es, precisamente, donde radica la intensidad del sentimiento de volver a algo. Llámalo nostalgia, saudade, añoranza… Gracias a aquélla sentimos la memoria de los hechos con una conmoción tan grande que hasta nos duelen, una conmoción que nos pasó desapercibida en su momento, claro está, y que nos volvería a pasar de igual modo si “volver” pudiera ser lo mismo que “regresar”.
Muchas gracias, otra vez, por tus palabras.
Un beso