Ha tenido la culpa una chicharra enloquecida que se ha pasado la tarde cantando la ardiente pasión de la Niña Chole... Del verano, quiero decir.
Las recojo del suelo, donde nadie las quiere,
donde quedan absurdas, desprendidas
del disfraz de las horas;
hebras de una sonrisa o de un enfado,
de un momento común… Cualquier anécdota.
Las recojo y las guardo en refugios del alma.
Almaceno su historia sin hazaña ni empresa,
su renglón de humildad desconcertante.
Almaceno el residuo de esas horas
para pasar el tiempo que me queda
–el invierno que aguarda después de este verano–
y tener otra vez su risa, su mirada,
su forma de decirme “buenos días”,
de sentarse y hablar,
de escoger un silencio y hacer que no lo sea,
de volver prodigioso
el momento común que el mundo olvida.
Las recojo y las guardo con ternura indecible
en este subterráneo rincón de la memoria.
Otros hay que se quedan con el tiempo
–su telar luminoso, su estricta indumentaria–.
Y lo cantan y viven y acarician,
y desprecian los restos de su tacto.
De ellos son la palabra y el paisaje infinitos.
De mi reino aquí abajo,
el modesto jardín,
el pétalo caído,
el silencio…
21 de julio de 2008
0jalá sean suficientes y llenen tu invierno de luz. Recoger como la hormiga y almacenar en nuestra alma esas horas que den esa luz que se va apagando poco a poco.
ResponderEliminarPrecioso el poema, Antonio.
Estoy contigo en que hay que resguardar del olvido esas horas en el "refugio" del alma.
La cigarra no puede soportarlo y por eso muere.
Un beso
Como siempre, Susi, una espléndida lectura la tuya, a la que poco puedo añadir, salvo agradecer su compañía tan leal. Es evidente que también tú acostumbras a hacer provisión de esas pequeñas memorias que nos hacen la vida y tanto necesita el alma para su invierno.
EliminarUn beso.