La paz es asunto de correspondencias justas; “tranquilidad del orden”, decía San Agustín. Y el orden es el equilibrio, la adecuación del ser a lo que debe ser. Porque, como todos sabemos, no casan casi nunca aquél y éste. Acomodar uno y otro es la virtud, que hace excelente la paridad del ser con lo debido. Y eso es la justicia, armonía al cabo, como Platón asegura. Y volvemos al principio, a la tranquilidad del orden, que es la paz, que es el alma del hombre justo.
No hay mirada sin mundo que mirar. Ni mundo sin mirada que lo mire. La justicia es tener en paz la mirada con el mundo, armonía de uno y otro para ver lo que se debe ver. Por lo general, el ojo se enreda en sus limitaciones, casi siempre en la memoria de sus perdidas imágenes. Y el resto, esa exterioridad de luces y de sombras, se decanta por unas o por otras según sea el tirón de aquellos fantasmas. Es bastante improbable la mirada justa, es dolorosamente improbable.
¿Y el hombre justo? Si con tamaña torpeza miramos el mundo, ¿qué suerte de errores no cometeremos a la hora de juzgar a nadie?
Demasiada perífrasis para una desazón tan sensata. Lo cierto es que la paz del alma es un silogismo de complicada resolución.
La paz es un asunto de ausencia de dudas. Un paraíso imposible. Más vale pensar que a veces una duda es una bendición. La duda lleva dentro su sospecha junto al deseo de no equivocarse aún, un rechazo total a la idea de entregarse dócilmente al error y estropear algo que tampoco se sabe muy bien qué es.
ResponderEliminarLas personas normales vivimos en medio de un desbarajuste que no es fácil de ordenar, un puzzle roto en infinitas piezas desiguales y dispersas que forman un dibujo insoportablemente grande. Vivimos con la esperanza (no siempre convencida) de que al final exista esa foto fija que debería existir, sobre la cual todas las piezas encajan y ninguna falta. Dudamos. Sólo podemos, tal vez, preguntar.
Betty B.
Bueno, Betty B; lo primero, tu comentario merece ser una entrada: escribes y piensas muy bien. Muy bien. Lo segundo, las “personas normales” somos un desastre. Pero todos somos “personales normales”, todos andamos entre la foto y los fotogramas, que son un secuestro del sueño en la locura cinematográfica de la vida. Lo tercero, la grandeza del ser humano está en que no puede ser gorrión, o mirlo, o águila, o pato… El ser humano tiene que ser lo que ningún otro ser puede: sueño que se sueña y se confunde… y se duele, o se alegra, por ello. Lo cuarto, mi entrada de hoy es consecuencia de una incertidumbre “casi sólo” profesional, tu comentario tiene un aire de dolor existencial, “casi” exclusivamente. Lo quinto, me confunda o no, esto, tan evangélico al cabo, siempre será verdad: el que tenga el alma en paz arroje la primera sentencia.
ResponderEliminarUn saludo.
Cuánto desasosiego hay siempre, aunque no lo queramos, en la mirada...
ResponderEliminarY cuánto sabes tú, Francisco, desde el "ojo ciclópeo" que quiere detener el mundo.
ResponderEliminarLo de cíclope me lo tomaré como un piropo jajajjajaj
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Hablando en serio: Bernardo Soares, del "Libro del Desasosiego" de Pessoa (¿cuántas preposiciones pueden caber en una sola secuencia tan sencilla?) hace una distinción fantástica entre ver y mirar. En uno de los pasajes, la lluvia, aún tupida y casi violenta, le deja intuir la fachada enfrentada a su habitación. Mientras no es capaz de verla, se abstrae sin cortapisas. Sin embargo, con las primeras rachas de lluvia rala se percata de que al fondo del cuarto enfrentado (casi en espejo) cuelga un calendario brutalmente cotidiano (el detalle cronológico e impreso es fundamental). Soares pierde el hilo, se ensucia de realidad y su escapada inmóvil acaba, diluida y sin sentido, como un charco cualquiera.
ResponderEliminar¡Así debes! A ver si me paso por la exposición de Polifemo.
ResponderEliminarUn abrazo
No hay que negar que eso nos salva,
ResponderEliminarpero entre tantas cosas tan perdidas
no es posible aceptar la salvación.
Y las manos, sin darse cuenta aprenden
el gesto incorregible
de volver a enterrar el corazón.”
No sé si es de mala educación poner el autor o es al revés, qué más da, es preciosa.
Eso que tú llamas “dolor casi exclusivamente existencial” es lo que yo suelo llamar tristeza.
Un saludo, Antonio.
Betty B.
Ahora no puedo. luego os contesto.
ResponderEliminarSaludos.
No me explico que ha pasado, Francisco. Cuando te respondí lo de Polifemo, no estaba ese tercer comentario. Lo he visto esta mañana. Raro capricho de estos ingenios que ha querido camuflar la severa reflexión que apuntas de la mano de Pessoa.
ResponderEliminarGracias y un abrazo.
Espero y deseo, Betty B., que el paso de las horas desde tu último comentario te haya permitido enterrar la "tristeza" definitivamente, no de modo provisional como el corazón de Juarroz.
ResponderEliminarLo deseo con el corazón enteramente desenterrado.
Un saludo
El alma....el alma....¿qué es el alma? No creo que sea la voz, rectifico, las palabras que salen de nuestra boca, porque hay sensaciones, sentimientos que no tienen aún su palabra (algunas ni siquiera pueden aspirar a tenerla porque su esencia es infinita y variable. Cómo acotarlas pues en una palabra. Sería encarcelarlas).
ResponderEliminarQuizás el alma está en la mirada, en los ojos, esas puertas que llevamos expuestas, ese libro abierto. Muchas veces la palabra no se empareja con la mirada. Hay sonrisas con ojos frios. Definitivamente me fio más de la mirada.
Si, creo que ahí está el alma, o más bien, ahí se lee el alma, se lee su paz, su guerra individual, su desafio al mundo, se ve su negrura y su luz, sus carencias y ausencias, su infinito, su inmortalidad.....
Un saludo.
Ana
Sí, estoy de acuerdo en el peso de la mirada, en su relevancia como indicador para decirnos algo del alma. He hablado también de esto (lógico: hablo –escribo- demasiado). Por eso la escojo como metáfora de justicia: ver lo que “se debe ver”, no lo que se quiere, lo que se teme, lo que se desea… Aquello sería su virtud, firmaría su paz.
ResponderEliminarY, desde luego, el alma no es la palabra. Pero sí que quiere serlo; y cuando el alma no “es” lo que “debe ser”, a veces se falsea, se adultera, se tergiversa... Igual que los ojos que deforman su mirada. Cosa distinta es que, como puerta de veracidad, sea más dificultoso engañar desde éstos que hacerlo desde aquélla. Pero, también es posible: con un poco de entrenamiento, cualquiera puede convertirse en un gran “actor de primeros planos”.
En cuanto a qué es el alma, quizá yo no sea capaz de decirlo, pero sí de señalar dónde se encuentra silenciosa, ciega y sin engaños: en la soledad.
De una u otra forma, me gusta tu comentario. A “La imaginaria del alma” le han salido comentaristas de seriedad generosa y elegante. ¡Afortunado de mí!
Un saludo.