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Para Olga y Juan Antonio, con mi gratitud (aunque me habéis hecho romper el voto de silencio)
Estoy en estos días –de octubre empecinado en no acabar de serlo– con Platón en las aulas, repitiendo otra vez esa historia de unos milenarios prisioneros que se contentan con sombras y hablan entre sí de su pobre mundo espurio; allí abajo, en cavernosas oscuridades, ignorantes de luz y de verdad… Hasta que un día, les visita un antiguo fugitivo y les cuenta radiantes maravillas que existen del otro lado de su noche interminable. Y no le creen, claro; Platón piensa que no le pueden creer porque la costumbre de la penumbra siempre acaba siendo mineral certidumbre.
Yo llevo también más de un mes encerrado en mi particular caverna, como un viejo caracol metafísico que sólo examina la espiral logarítmica de su mundo portátil. Incluso parece que ando perdido. Pero no es así: mi paralelismo con los prisioneros platónicos es relativo, porque yo ya he visto maravillas de ese calado. Mi oscuridad no es irreversible, mi gozo en la belleza es recuperable. Y en estos días de apartamiento, me han venido, por gracia decidida de sus dioses, noticias de esa tierra que es real y es infrecuente, y existe más allá de las negras paredes de todas las cavernas. Porque en estos días –de octubre empecinado en no acabar de serlo– me han visitado las palabras de dos fugitivos de las sombras que, abandonando las precarias antorchas subterráneas, se han paseado bajo el sol auténtico, y con él me han regalado. No los conozco, doy fe. Y sin embargo, ¡los conozco tanto…!
Olga y Juan Antonio, dos nombres que han tenido la generosidad de acompañar estas imaginarias tantas veces, han publicado sendos libros de poesía: Caricias perplejas, Olga Bernad; Señales de vida, Juan Antonio González Romano (ambos en Siltolá Poesía; Fundación Ecoem). No soy quién para reseñarlos. Tampoco lo pretendo: uno es consciente de sus limitaciones. Pero nadie podría negarme la capacidad de sentirlos. Soy un lector de infantería que amontona palabras para traducir lo que siente. Y ¿qué quiere decir esto?, ¿qué es lo que puede sentir y pretender decir un viejo caracol metafísico?…
Caricias perplejas es un río de pasión vital, el estallido de un alma que no cabe en si misma, que se desborda, que arrasa, que lanza dentelladas al cauce que la constriñe, que se sabe destino de mar, de océano inmenso. Caricias perplejas es como las olas suaves que rozan con su mano las vencidas playas o las violentas olas que se estrellan y muerden la resistencia inútil de los acantilados. Tal vez de ahí, su bellísima perplejidad.
Señales de vida, sin embargo, es la mirada a una noche despejada; una de esas noches en que se descubre que las verdades grandes se escriben en palabras pequeñas, en puntitos de luz humildes que nos arrastran de la música celestial de los pitagóricos a las preguntas y soledades de la vida. Señales de vida está lleno de estrellas, de “púlsares” que palpitan en las noches oscuras del alma… con una guitarra de fondo.
Probablemente sea poco decir; pero, indudablemente, yo sé que ha sido mucho sentir. En particular, porque conozco a un platónico prisionero que ha vuelto a ser feliz al recordar la belleza.
(Gracias a ambos. Es la primera vez –que yo sepa al menos– que os he tratado de él y de ella, que os he objetivado. Creo que es innecesario decir que seguís siendo tú y tú, mejor dicho, Tú y Tú. Así que, un beso y un abrazo, con evidente reparto en los destinatarios).
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Estoy en estos días –de octubre empecinado en no acabar de serlo– con Platón en las aulas, repitiendo otra vez esa historia de unos milenarios prisioneros que se contentan con sombras y hablan entre sí de su pobre mundo espurio; allí abajo, en cavernosas oscuridades, ignorantes de luz y de verdad… Hasta que un día, les visita un antiguo fugitivo y les cuenta radiantes maravillas que existen del otro lado de su noche interminable. Y no le creen, claro; Platón piensa que no le pueden creer porque la costumbre de la penumbra siempre acaba siendo mineral certidumbre.
Yo llevo también más de un mes encerrado en mi particular caverna, como un viejo caracol metafísico que sólo examina la espiral logarítmica de su mundo portátil. Incluso parece que ando perdido. Pero no es así: mi paralelismo con los prisioneros platónicos es relativo, porque yo ya he visto maravillas de ese calado. Mi oscuridad no es irreversible, mi gozo en la belleza es recuperable. Y en estos días de apartamiento, me han venido, por gracia decidida de sus dioses, noticias de esa tierra que es real y es infrecuente, y existe más allá de las negras paredes de todas las cavernas. Porque en estos días –de octubre empecinado en no acabar de serlo– me han visitado las palabras de dos fugitivos de las sombras que, abandonando las precarias antorchas subterráneas, se han paseado bajo el sol auténtico, y con él me han regalado. No los conozco, doy fe. Y sin embargo, ¡los conozco tanto…!
Olga y Juan Antonio, dos nombres que han tenido la generosidad de acompañar estas imaginarias tantas veces, han publicado sendos libros de poesía: Caricias perplejas, Olga Bernad; Señales de vida, Juan Antonio González Romano (ambos en Siltolá Poesía; Fundación Ecoem). No soy quién para reseñarlos. Tampoco lo pretendo: uno es consciente de sus limitaciones. Pero nadie podría negarme la capacidad de sentirlos. Soy un lector de infantería que amontona palabras para traducir lo que siente. Y ¿qué quiere decir esto?, ¿qué es lo que puede sentir y pretender decir un viejo caracol metafísico?…
Caricias perplejas es un río de pasión vital, el estallido de un alma que no cabe en si misma, que se desborda, que arrasa, que lanza dentelladas al cauce que la constriñe, que se sabe destino de mar, de océano inmenso. Caricias perplejas es como las olas suaves que rozan con su mano las vencidas playas o las violentas olas que se estrellan y muerden la resistencia inútil de los acantilados. Tal vez de ahí, su bellísima perplejidad.
Señales de vida, sin embargo, es la mirada a una noche despejada; una de esas noches en que se descubre que las verdades grandes se escriben en palabras pequeñas, en puntitos de luz humildes que nos arrastran de la música celestial de los pitagóricos a las preguntas y soledades de la vida. Señales de vida está lleno de estrellas, de “púlsares” que palpitan en las noches oscuras del alma… con una guitarra de fondo.
Probablemente sea poco decir; pero, indudablemente, yo sé que ha sido mucho sentir. En particular, porque conozco a un platónico prisionero que ha vuelto a ser feliz al recordar la belleza.
(Gracias a ambos. Es la primera vez –que yo sepa al menos– que os he tratado de él y de ella, que os he objetivado. Creo que es innecesario decir que seguís siendo tú y tú, mejor dicho, Tú y Tú. Así que, un beso y un abrazo, con evidente reparto en los destinatarios).
La luz y la belleza acariciadas por la mirada que reposa en las palabras de Olga y Juan Antonio.
ResponderEliminarGracias por el recuerdo de sus poesías.
Y también, gracias por tu regreso.
Saliendo de tu caverna a nosotros tamnbién nos haces salir de la nuestra... Aún es pronto para el silencioso y recogido invierno.
Saludos, y que sea un buen día, y el comienzo de un fin de semana, con recovecos de esa luz que las palabras sostienen, y las presencias, algunas.
Mi gratitud, Antonio, por estas palabras, por tus palabras siempre. Tu imaginaria del alma es siempre un lugar de referencia para mí, y tus versos una compañía. Hermosas las palabras que dedicas a mis Señales de vida. Y si te he hecho recordarla belleza, qué mayor privilegio, qué mayor alegría como escritor. Como decía ayer en mi blog, objetivo cumplido.
ResponderEliminarP.S: Fue una velada estupenda; la cercana compañía de Olga en la cena posterior, toda una delicia. Y tu recuerdo allí presente, que hablamos de ti, y siempre bien, cómo no. Nuevos abrazos, amigo.
Dichoso tú, Antonio, que ya has podido leerlos. Desde mi retiro belga espero esos dos libros. En el caso de Olga tiene uno la impresión de haber asistido a su gestación a través de la red. Un abrazo.
ResponderEliminarPues sí, Ana, son dos espléndidos libros, lo que tampoco me ha cogido por sorpresa porque era de esperar.
ResponderEliminar¡Y tú, siempre tan leal a estos rincones, siempre tan amable!
Claro está, Juan Antonio, que había leído tu entrada de ayer, por eso el “prisionero” termina como termina, completando tu deseo de felicidad en su real cumplimiento.
ResponderEliminar¡Qué seguidillas, maestro, qué coplas, qué soleares! Lo bueno es que hasta lo que de ti conocía aquí se me antoja nuevo.
Un abrazo.
Ya sé, amigo mío, que andas por Flandes bajo regencias de la sabiduría, pero de algún privilegio han de gozar los viejos hidalgos que deambulan por esta corte.
ResponderEliminarTe encantarán cuando los leas.
Por cierto, no engañaron las ecografías durante la “gestación”: al cabo, ha salido una criatura perfecta.
Un abrazo.
Efectivamente, Antonio, un gran poemario el de Olga. Y al hilo de lo que dice tu tocayo Antonio Serrano Cueto, todos hemos tenido el regalo de verlo crecer "en vivo". Y enhorabuena a ti, que fuiste la primera persona que lo vio, e incluso quien le animó a abrir un blog.
ResponderEliminarUn abrazo.
Compartiremos pues la “enhorabuena”, Juan Manuel. Yo, es cierto, fui quien primero se cruzó con Olga (entonces, Betty B.), y me desconcertó que ese buen hacer literario anduviese enterrado entre “facturas”. Pero, si yo la animé a abrir un blog, tú has sido el exquisito heraldo de su primer libro. Así que, a medias.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tienes suerte de compartir con amigos: Inteligencia,creatividad, belleza y buen gusto.
ResponderEliminarUn beso platónico.
Sigo por Sevilla. Ha sido todo maravilloso: la presentación, la gente, la ciudad... ahora bajo de la Giralda, ya no podía más y me he metido en un cíber, y acabo de leer tu entrada.
ResponderEliminarGracias, Antonio. Gracias.
Y a todos los demás.
Todavía estoy flotando. Cuando aterrice, que lo haré, me quedará un recuerdo imborrable y seguramente una entrada;-)
Vas a pensar que ya no sé qué hacer por romper tu silencio... hasta publicar un libro;-)))))
Un beso.
...Amigos entre los que sin duda estáis, mi "temida" Circe.
ResponderEliminarUn beso de milenario prisionero.
¡Vaya, Doña Olga en Sevilla, Don Ebro y Don Guadalquivir citándose en la Giralda para intercambiar caudalosos endecasílabos navegables…!
ResponderEliminarQue sea así, que yo tenga que seguir rompiendo el silencio. Si es por lo que dices, merece la pena.
Felicidades de nuevo y un beso.
Enhorabuena a Olga y a Juan Antonio. He seguido el acontecimiento gracias a una tercera persona... Y gracias.. porque vuestras palabras impresas han hecho que Antonio salga de la caverna...
ResponderEliminarHola, Antonio. Muy contenta por saber de ti...que estás a pie de aula y el silencio lo rompes cuando merece la pena romperlo. Un profundo respeto por ese silencio, aunque, la verdad, echo de menos tus actualizaciones en esta "Imaginaria del alma" .
Un saludo afectuoso y otoñado
Lo cierto, Sunsi, es que hay muchísimas cosas por las que merece la pena romper el silencio. Lo malo es que uno se vuelva caracol egoísta, sólo atento a las ecuaciones que definen su concha, a los círculos que se van cerrando hasta volverse punto o nada. Eso es una borrachera decadente. Así que mi silencio no tiene nada de respetable ni, mucho menos, de importancia.
ResponderEliminarPero gracias, Sunsi; siempre gracias.
Me parece, Antonio, que hay muchos tipos de silencios. Un blog no es, ni mucho menos, la vida. Es sólo una ventana que muchas veces hay que cerrar por motivos profesionales, personales...
ResponderEliminarA mí me parece importante tener el tino suficiente para encontrar el equilibrio entre lo virtual y lo real. La tentación de encerrarse en una concha también se puede trasladar al plano de la pantalla.
Son épocas, ¿no crees? Temporadas en las que miras más hacia dentro. Llevas razón en que ahí te puedes enquistar... lamiendo las heridas. Pero es el riesgo que se corre cuando tu condición de ser humano se empeña en no querer sólo ir tirando. Me estoy explicando fatal.Vaya... que a mí también me pasa... aunque siga manteniendo la bitácora. Y me pasa, sobre todo, cuando muchas piezas no me encajan.
Me pasa... me está pasando. Igual es la edad.
Gracias a ti. Un saludo con todo mi afecto.
Precisamente porque un blog no es la vida, Sunsi, decía yo lo de la poca importancia de su silencio. No es la vida, pero a veces es su escaparate, con ofertas de temporada (primavera-verano, otoño-invierno), su tiempo de rebajas, de saldos del alma (hace tiempo titulé así una entrada), su cierre por vacaciones, remodelación o quiebra definitiva de la empresa… No, no es la vida, pero se le parece bastante; porque de una forma u otra acaba destilando alegrías, tristezas, entusiasmos, desesperanzas, emociones, expectativas, memorias, desengaños, valoraciones, críticas, ideologías, creencias, convicciones, encuentros, desencuentros… No es la vida si acertamos a diferenciar lo virtual de lo real, pero ¿sabemos hacer esto?, ¿podemos hacerlo?, ¿son capaces de ello los “prisioneros de la caverna”?, ¿lo son los habitantes de “Matrix”, que nos resulta más cercano? Además, ¿qué es lo “real”?, ¿no es quizá esa modesta burbuja que nos acompaña siempre con nuestras alegrías, tristezas, entusiasmos, desesperanzas, memorias, desengaños...?
ResponderEliminarUf, lo dejo para evitar concluir que no es la vida pero acaba siéndolo y porque esta entrada tenía una pretensión diferente.
¿Ves lo que pasa por tirarme de la lengua?
Un cariñoso saludo, Sunsi.
Es un honor estar ceca de tí.
ResponderEliminarBajo tu luz, tambiém lo imperfecto resulta hermoso.
¿”Luz”…? ¿”Imperfecto”…? ¡Qué humor tenéis, mi “peligrosa” Veridiana-Circe!
ResponderEliminarQué grandes noticias. Espero con verdadero interés poder leer los dos libros, ya que a ambos y sus textos los conocemos parcialmente por este mundo bloguero.
ResponderEliminarUn abrazo, afortunado Antonio.
Te encantarán, Octavio, y no pierdas de vista los otros tres de esta collección: "Tiempo muerto" de Elías Marchite, "Cuando Herodes la tierra" (con juego semántico en el título) de Miguel Agudo y "A merced de los pájaros" de Jesús Cotta. Un brillantísimo quinteto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Leí tu entrada el sábado.
ResponderEliminarEntre mi cansancio y tu encierro, decidí respetar tu silencio.
Tu entrada, reseña o no, me ha parecido una maravilla. Da gusto ver con qué elegancia y sentimiento maneja una pluma tu corazón.
Gracias por tu amabilidad.
No era amabilidad, Alejandro, era verdad.
ResponderEliminarGracias y un abrazo.
Conozco la obra de Olga a través de su blog, y desde la primera vez que la leí me convertí en asidua lectora y admiradora suya. Su poesía tiene una fuerza extraordinaria, y estoy segura de que este poemario será el primero de otros muchos que verán la luz impresa. De Juan Antonio no conozco – hasta ahora – nada, pero espero hacerlo en breve. Felicidades a ambos por sus publicaciones. Saludos cordiales.
ResponderEliminarEstamos de acuerdo, Isabel, en lo que dices de Olga; y cuando leas a Juan Antonio, estarás de acuerdo conmigo en lo que digo de él.
ResponderEliminarUn saludo.