Debería ser obligatorio llevar uno siempre encima. No por coquetería. No para disfrazar nuestra disconformidad física antes de afrontar la mirada de los otros. Se trataría de una herramienta realmente revolucionaria. Podrían ser pequeños; tal vez circulares, del tamaño de un reloj de pulsera por ejemplo, y, ahora que lo digo, con una correílla, como éstos, que facilitara su constante portabilidad. Sumergibles, por supuesto, y resistentes a los golpes, claro está (seguro que existe alguna “aleación de algo” que hace viable todo lo que digo).
El caso es que estuvieran siempre a mano para poder mirarnos los ojos de frente cuando mentimos, cuando traicionamos, cuando despreciamos, cuando somos cobardes, cuando rompemos la voluntad y dejamos los trozos tirados encima de la desidia, cuando ignoramos el bien que tenemos y lloramos el bien que suponemos no tener; cuando somos injustos, o mezquinos, o crueles… Tengo la impresión de que nunca se nos olvidarían esos ojos nuestros, ese artificio intencional de la mirada que disimula un párpado, una lágrima, una fijeza confabulada con el deseo, la ambición o la mentira. Y creo que después nos pediríamos perdón, nos arrepentiríamos de nosotros… Y los índices de la barbaridad sufrirían un serio revés en el mercado bursátil de todas las almas.
Como se ve, el método poético-deductivo, pese a lo que ayer pudo entenderse, no se limita a logros contemplativos, tiene también derivaciones técnico-instrumentales: el espejo de pulsera, sin ir más lejos, que es un acelerador moral de cuyo éxito estoy plenamente convencido. De momento, no he encontrado ninguna firma dispuesta a su fabricación y comercialización. Pero todo se andará. Creo que dedicaré los beneficios a alguna Fundación humanitaria, O.N.G., o algo así.
Ya veré.
Qué persona tan noble eres. Y qué torpe me siento. Yo, aún más que un espejito para mirarme los ojos, necesitaría un marcador que me impidiera abrir la boca donde no debo antes de contar hasta 10, 100, 1.000… Tendría que ir por ahí como rezando un rosario muy largo. No sé si esto es ser más sabia o más hipócrita, pero la mentira o la maldad no son los únicos problemas, a veces la falta de sentido para comprender lo oportuno puede ser mucho más impertinente y puede perjudicar a quien no lo merece. Y eso sí que es para arrepentirse.
ResponderEliminarSeguiré leyendo tus cosas, a ver si aprendo un poco. ¡Y no abandones por “manía numérica”, que me pondré muy triste!
Betty B.
Muchas gracias, Betty B.
ResponderEliminar¿Torpe tú? ¡Vamos!... ¿Noble yo? ¡Venga! Aquí el “espejito, espejito” lo necesitamos todos; y lo de contar ¡figúrate yo!: ¡un pitagórico! En cuanto a la oportunidad-inoportunidad, muchas veces hay que calibrarla con el parámetro de la inoportunidad ajena, quiero decir, que a lo mejor el inoportuno es el otro. Yo creo que con contar hasta 10 es suficiente: luego se dice lo que uno quiere decir, respetuosamente, y punto. Aquí no hay daño que valga.
Encantado de tu visita.