Tarde de junio ya, de por fin junio, que últimamente el tiempo ha presumido en exceso de antojos y extravagancias para confundirnos. Tarde para que vayan acostumbrándose los balcones a estar abiertos y a recaudar bullicios de las calles, y del cielo enmarañado por las pequeñas algarabías de los vencejos (qué despiste el de Machín con sus “angelitos negros”, qué distracción la suya para no darse cuenta de que ya tenían pintor, pintura y bóveda atardecida todos los veranos). Tarde para escolares pre-ociosos (“pre” o “pos” o “siempre” ociosos: hoy no importa ni pienso reprochárselo). Tarde para escuchar sancionadoras advertencias en el aire: ¡Carlitos, como te vuelvas a tirar al suelo, te quedas sin Kinder!; y Carlitos, que luce una camiseta con el número 1, se vuelve a tirar al suelo.
Tarde para sentarse a no hacer nada, en un banco, en un parque; para regalarse una ráfaga de madreselvas o un espectáculo de azules degradados sobre el horizonte. Para consolar a un niño por ese raspón canalla que se ha hecho en la rodilla después de un mal rodar su lúdico entusiasmo. Tarde para que la vida se permita un homenaje por serlo y esta vieja arquitectura se tome una cerveza para que no todos los lujos sean propiedad del mundo.
Tarde de junio, bella, sencilla, que me ha puesto un nudo en la garganta, como siempre, por culpa del recuerdo, por culpa de otros junios, de otros muchos junios que guardo bajo el otoño –¡tan de repente!– del alma.
Para mí ha sido una tarde tan loca que ni siquiera me he enterado del buen tiempo, menos mal que me he pasado por aquí. Bello y sencillo texto, como la tarde de junio que nos cuentas; vieja conocida la melancolía final. Sonrisas para tu alma.
ResponderEliminarEn efecto, la de ayer fue una de las tardes más hermosas que recuerdo. Pero, también en efecto, cómo duelen a veces los recuerdos.
ResponderEliminarUn saludo,
Hernán
Siento el retraso, pero lo cierto es que tengo mucho trabajo estos días. De hecho, la entrada de ayer fue por una breve mirada desde la ventana; y eso de “tarde para sentarse a no hacer nada”, mera formulación del deseo.
ResponderEliminarTe agradezco, Betty B., la visita y siento que tuvieras que caer en la cuenta del buen día sólo por haberte “pasado por aquí”; a fin de cuentas esto era una copia, el original, sin embargo, infinitamente mejor.
Besos.
Ésa es lo bueno y malo de la memoria, que casi nunca nos deja indiferentes.
ResponderEliminarUn saludo, Hernán.
Qué precioso texto, Antonio. Y esa "ráfaga de madreselvas" me ha dejado K.O., porque las he olido otra vez. Me recuerdan a mi niñez, en una casa que ya no existe, donde junio siempre era los últimos exámenes, la promesa de unas vacaciones y, sobre todo, ese insultante olor a madreselvas. Ahora vivo en una casa que no tiene madreselvas, supongo que porque yo no he querido, cobarde de mí. Pero no hay un olor como ése, tan sencillo y tan terrible, y tú me lo has devuelto. Gracias, y un abrazo.
ResponderEliminarTienes razón de nuevo, porque no hay un olor como ése tan de junio, tan de los atardeceres y amaneceres del junio de los exámenes, ésos en su momento odiados, ésos por los que hoy uno estaría dispuesto a alguna que otra negociación no excesiva con Mefistófeles.
ResponderEliminarGracias, Juan Manuel, por tu visita y tus palabras.
Un abrazo.
Nada que ver esta hermosa y evocadora tarde de junio con las sombras habituales de tus vigilias. Andas con la botella medio llena...
ResponderEliminarAndaba, porque desde el miércoles... ya me la he bebido. Es broma ( o medio broma)
ResponderEliminarGracias por tu visita, Antonio.