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Teatro Apolo


Para dos entusiastas de la zarzuela: Antonio, que está con nosotros y, sin embargo, no lo llegará a leer, y Enrique que, aunque nos dejó, lo va a leer esta noche; estoy seguro.


Ya no recuerda la fecha; hoy me ha dicho que sobre el 31. He visto por estos pagos que fue en 1929, el 30 de junio para ser exacto. Noventa y tres años empiezan a serle edad de mucho olvido. Sin embargo, se sigue emocionando cuando me habla de aquella función última del Teatro Apolo, el viejo, el que estaba en la calle de Alcalá junto a la iglesia de San José, sobre las oraciones enterradas del convento de San Hermenegildo, hoy suelo de especulaciones bancarias y estampa de coleccionistas nostálgicos, o atril de melancolías para un puñado de supervivientes de entonces, cuando aquella dificilísima España empezaba a llenar de acidez su incierto futuro.

No recuerda la fecha, pero sí que sonaron acordes de La Verbena de la Paloma y de La Revoltosa, sí que Selica Pérez Carpio anduvo con la voz poniendo orden en los átomos del aire, sí que él era joven, muy joven, tan joven que la niñez le quedaba a un par de años de distancia… ¡Se le tensa la frente y parece que se le asfixia la mirada al recordarlo!

No entiendo de música; en realidad, creo que no entiendo de nada. Lejos, pues, de mi intención cualquier atisbo de mal intencionada crítica. Lo único es que, mientras escribía esto que quería ser un homenaje a las melancolías de mi padre, me ha estado sonando por los rincones del alma el preludio de La Revoltosa, “género chico” (qué modestia), género popular (qué ironía), que se tarareaba por condes, menos condes y nada condes en las calles de Madrid. Y, no he podido evitarlo, se me ha aparecido un sujeto en el lado oscuro de la memoria cantando una cosa muy popular, hoy por hoy, llamada el Chiki-Chiki…

No sé, pero algo raro está pasando.

Comentarios

  1. La memoria de las personas mayores guarda un mundo que ya no existe pero está vivo en ellos. Sólo ellos nos pueden llevar allí con ese potente sustituto de la realidad que son las palabras. Si a eso se le une el cariño, puedes salir de la conversación como el que vuelve de un melancólico viaje de estudios.
    Pero el Chiki-Chiki, no sé, a mí me hace tanta gracia cuando lo canta mi hijo… quizá por eso no acabo de verlo en el “lado oscuro”. Lo importante es que no sea lo único que aprenda a cantar. Hoy no sólo hay vulgaridad, hay de todo, como en botica, como siempre. También hay que querer mirar. Esta entrada, por ejemplo, es de hoy.
    Saludos, Antonio.

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  2. Esta entrada es de nunca, querida Betty. Como todas las demás. La fecha del encabezado es un apéndice circunstancial. El “lado oscuro” lleva un complemento imprescindible: “de la memoria”. La mía, por supuesto, que a lo peor está mal ajustada. Ya sabes que tengo un colega “inactual”. Entiendo que te haga gracia ver a Adrián cantar el Chiki-Chiki, pero estoy seguro de que te provocaría la misma sensación si lo vieras entonando aquello de “Mari Pepa de mi vida…”
    Pero no me confundas: no soy “retro”. Quiero el futuro más que el noventa por ciento de la gente que conozco. Pero el futuro de que hablo es de superación y crecimiento, de voluntad y grandeza, no este presente cutre, “amorcillado”, estúpido, vacuo, aborregado, “asentidor”…, este presente que tiene las ideas (no platónicas, por cierto) y las emociones fuera del “yo”, en los titulares de los periódicos y telediarios, en las revistas del corazón y consultorios de videntes. Es el mismo presente que insiste en que debo dejar de fumar porque soy un peligro público y consiente y alienta un subterráneo tráfico de armas y drogas. El mismo presente que habla de libertad (cada vez menos) y esclaviza (cada vez más). El mismo presente que cumple más de medio siglo de “Declaración de Derechos Humanos” y, simultáneamente, más de medio siglo de sistemática violación de los mismos. “Hay de todo”, es cierto, pero después de tanto y tan cacareado progreso debería haber “más de unas cosas” y “menos de otras”. Yo no lo veo. Mi recurrencia al pasado sólo es para ejemplificar, mejor dicho, para ridiculizar la cumbre que se piensa haber alcanzado desde el valle de que se partió.
    Un saludo.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Ya Leonardo habla de esa relación piedra-grulla (no "perogrullo") para defensa de su rey. Pero no es el caso. El problema es que las "ridiculeces" son la punta enana que aflora de un inmenso iceberg. Nunca hay que menospreciar lo que se ve con indiferencia de lo que oculta: el verdadero peligro es el que se disfraza de insignificancia.

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  5. Yo pienso que cada cosa tiene su momento y su lugar. La zarzuela, afortunadamente, tiene sus adeptos y sus seguidores. También afortunadamente siguen saliendo grandes voces que la llevan a la altura que merece,es decir, es un género que sigue VIVO. Por otro lado la canción ligera, del verano, la de tararear y bailar también sigue su curso y es justo donde se encuadra al Chiqui, que como canción pegadiza tiene un pase, pero como representación de la canción de un país ya les vale (qué pena).
    Sé que eres consciente de que la zarzuela es un género musical y no música folclorica es decir, nunca hubo un Madrid donde las señoras cantasen el Felipe de mi vida según lavaban en aguas del rio Manzanares, aunque debo decir a este respecto que todo puede ser, de hecho, hasta no hace mucho, mi madre según barría la casa tarareaba a Bach, claro que yo cuando chica me pasaba diariamente 6 horas tocando el albúm de María Magdalena y eso impacta a cualquiera. Un saludo.

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  6. Perdón, manly, que haya tardado tantísimo en publicar y responder: la red se me ha quedado muda por culpa de una avería “masiva” en mi zona (eso me han dicho al menos) hasta hace unos pocos minutos.
    Yo no hablaba de cantar, sino de tararear; no pretendía comparar géneros con folclore o folclore con vulgaridad. He dicho demasiado por aquí arriba y no quiero repetirme. Sólo quiero insistir en que la entrada no iba de música. Dices bien en que “cada cosa tiene su momento”. El problema es que lo insignificante, y a veces lo terrible, goza en mi opinión de “demasiados” momentos, de prácticamente “todos” los momentos cuando median intereses que ya sabemos. La técnica actual debería extender y potenciar lo excelente. A mí me parece que no lo hace; es más, lo que me parece es que hace todo lo contrario. Y hay demasiada gente que respira de modo exclusivo en esa viciada atmósfera.
    Un saludo y gracias por tu comentario y tu tiempo.

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  7. Quería ser un homenaje y lo es. Si en edad de mucho olvido recuerda que fue el 30 de junio y casi acierta el año , tu padre tiene una cabeza prodigiosa. Gracias a él y a ti, ayer, al pasar por la iglesia de San José, pensando en "las oraciones enterradas de San Hermenegildo", la miré con un poco más de atención y me encontré con la placa que recuerda que allí, en el antiguo convento de San Hermenegildo, cantó Lope su primera Misa. Qué emoción... y yo sin saberlo. Muchas gracias a los dos.
    No te amargues con tanto "debería ser", Antonio. Tú haces lo que puedes, con los tuyos, con tus amigos, con tus alumnos, incluso en estas aguas. Lo demás no está en tus manos. Es cierto que a veces desespera tanto "más de lo malo y menos de lo bueno" y, peor aún, que se borre incluso la diferencia entre "lo malo" y "lo bueno", pero quiero pensar que cuando una puerta se cierra otra se abre. Quizá esta sea la puerta de los "yo", como tú dices. Y qué fantásticas puertas, la tuya, la de Betty, y aquella y la de más allá...
    En fin, gracias otra vez por la primera Misa de Lope.

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  8. A la iglesia de San José, cuando yo era un crío, mi hermana y yo íbamos a misa con mi padre todos los domingos; después nos acercábamos a ver a mi abuela, que vivía en la calle de San Bartolomé, por allí cerca. A entonces se remonta esa memoria, ajena y mía, de un tiempo ya sin tiempo: raro era el día que no se nos hablaba del Teatro Apolo. Como ves, el homenaje quería serlo con fundamento de nostalgia.
    Y dices bien: por aquí se abren puertas donde yo las cierro. ¡Afortunadamente! En una redacción de reflexivo análisis que hemos mandado hoy como castigo a un alumno de esos que pueden calificarse de “díptero acomodado en partes pudendas”, decía de sí “el joven” que era “un gracioso” porque consideraba que en las clases tenía que haber un “gracioso”. Pues, al parecer, a mí me ocurre lo mismo, pero en el extremo contrario: soy un pesimista, porque pienso que se necesita de los pesimistas en el mundo. En éste sobre todo, donde nada se atreve a merecer la pena si no es jocoso, festivo, “diver”…
    Vamos, que si no hay negro, no habría blanco; si no contrapunto, tampoco punto.
    Muchas gracias, Pasabaxaquí, por tu tiempo, tu visita y tus palabras.

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