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Qué cosas tiene este hombre que, de “caballero inactual”, ahora parece quererse atemporal y caballero. Un “email”, que le cuadra menos que a mí la simpatía, unas pocas palabras…
Amigo mío, le adjunto unas seguidillas que, aunque no se lo crea, son de verdad. No son “seguidillas compuestas”, que viajan con coda, sino “simples”, que a mí me nacen del corazón y sus razones. No le envío mi domicilio porque ahora mismo vivo en ninguna parte. Ya le contaré.
No sé qué tendrá que contarme, pero como yo sigo en huelga –que no holganza– de palabras, he aprovechado el latido de ese corazón anacrónico para que suene el silencio de este otro envejecido.
Sin querer me dijiste
que me querías,
esas cosas te pasan
por distraída.
Por mirar de reojo,
por no mirarme,
por dejarme a la suerte
de un tal don nadie.
Por cruzarme contigo
sin tu mirada,
pasajero del día,
sombra nublada.
Que ni sombra me dejas
que me permita:
un solar que la luz
nunca visita.
Sin querer, mira que eres,
y yo sabiendo:
¡estocadas al aire
y herir al viento!
Que por mucho que digas,
por más que niegues,
es negar, si así niegas,
que no me quieres.
(19 noviembre 2008)
Qué cosas tiene este hombre que, de “caballero inactual”, ahora parece quererse atemporal y caballero. Un “email”, que le cuadra menos que a mí la simpatía, unas pocas palabras…
Amigo mío, le adjunto unas seguidillas que, aunque no se lo crea, son de verdad. No son “seguidillas compuestas”, que viajan con coda, sino “simples”, que a mí me nacen del corazón y sus razones. No le envío mi domicilio porque ahora mismo vivo en ninguna parte. Ya le contaré.
No sé qué tendrá que contarme, pero como yo sigo en huelga –que no holganza– de palabras, he aprovechado el latido de ese corazón anacrónico para que suene el silencio de este otro envejecido.
Sin querer me dijiste
que me querías,
esas cosas te pasan
por distraída.
Por mirar de reojo,
por no mirarme,
por dejarme a la suerte
de un tal don nadie.
Por cruzarme contigo
sin tu mirada,
pasajero del día,
sombra nublada.
Que ni sombra me dejas
que me permita:
un solar que la luz
nunca visita.
Sin querer, mira que eres,
y yo sabiendo:
¡estocadas al aire
y herir al viento!
Que por mucho que digas,
por más que niegues,
es negar, si así niegas,
que no me quieres.
(19 noviembre 2008)
El arranque, soberbio. Y, de inactual, nada de nada. Se sobrelleva mejor tu ausencia si de vez en cuando le dejas tu espacio a tus apócrifos...
ResponderEliminarQué cosas dices de ti y del caballero. Como va a tener casa, sería ubicarse e incluso hipotecarse.
ResponderEliminarEl e-mail le va más, tiene su magia.
Parece contento, ¿no?.
Buenas noches, caballeros.
Gracias, Juan Antonio. La verdad es que no estoy ausente, sino “impertinente”. Tanto, que no me aguanto; vamos, que he dejado de hablarme.
ResponderEliminarUn abrazo.
Tienes razón, Olga: no había caído yo en lo de la “hipoteca”. Sin duda es por eso. De lo que no estoy tan seguro es de su presunto “contento”; aquí me parece que marras.
ResponderEliminarGracias y besos, dama de hermosas "perplejidades".
Huele a cancionero y ese es uno de los mejores olores. Quizá, el lunes, aparezca por la SC, pero no garantizo nada. Un abrazo al caballero y al Maestro.
ResponderEliminarQué bueno que este caballero siga cabalgando, para admiración y deleite nuestro. Por cierto, en el blog de Antonio Rivero Taravillo ("Fuego con nieve") cabalga magistralmente en octosílabos otro caballero. Merece contemplar su trote.
ResponderEliminarSaludos.
Muy buena noticia, Diego, la del lunes, aunque dependa de ese “quizá”. Y gracias por la generosidad de tu pituitaria.
ResponderEliminarUn abrazo.
En efecto, Antonio, el caballero de Antonio (¡hay que ver cuánto abundamos!) es de los de adarga y gesta reales; el mío lo es sólo de decadentes memorias.
ResponderEliminarGracias por la caballerosidad de tus palabras.
Un saludo.