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Me dan lo mismo los análisis políticos, las disecciones ideológicas o la anatomía de las creencias. Me dan exactamente igual las culturas tras sus palabras o las civilizaciones bajo sus silogismos. Me importa un bledo el rigor erudito de las fortalezas en que quiere refugiarse la justicia, la cuota miserable de mentirosas ecuaciones que enarbola exponentes de equidades perdidas. Cuando veo la foto de un niño muerto en Gaza hace unas pocas horas, cuando leo que en el Congo se asesinó a 150 personas en un templo durante un concierto de Navidad, cuando repaso la delirante crónica “habitual” de esa bestialidad que con patético e incomprensible “eufemismo” han decidido llamar “violencia de género”, cuando un pretendido intelectual de mierda intenta poner zancadillas a la inteligencia para que el tiro en la nuca de un mafioso parezca la bandera de una idea… Cuando la vida humana no vale nada, los argumentos valen aún menos. Cuando la persona pasa a ser renglón intercambiable por razones, las razones se vuelven sentina de cualquier verdad.
Cuando estas cosas ocurren, uno siente vergüenza de pensar en otras cosas, de inquietarse por si habrá o no de aquietar los delirios de su economía; de si subirá, bajará o se mantendrá el zepelín antojadizo de la bolsa; de si brindará con champán o con cava… Cuando estas cosas están pasando, uno sufre de severo astigmatismo si se mira al espejo, o da un puñetazo a la pared a ver si su dolor pequeño le distrae de tanto remordimiento.
Incluso uno piensa que decir “feliz año”, aunque de corazón lo haga, es una inmoralidad. Porque el mundo sigue siendo el mundo que decimos que no debe ser. Y no pasa nada. Y no se detiene, con o sin estúpidas consignas para engalanarse el alma asegurando que quiere apearse. Lo cierto es que mi generación lo dijo. Lo evidente es que mi generación no lo hizo. Lo triste es que, en cuanto ha seguido sucediendo, yo no he visto ningún cambio.
Perdón por mi “confusa simpatía”.
Cuando estas cosas ocurren, uno siente vergüenza de pensar en otras cosas, de inquietarse por si habrá o no de aquietar los delirios de su economía; de si subirá, bajará o se mantendrá el zepelín antojadizo de la bolsa; de si brindará con champán o con cava… Cuando estas cosas están pasando, uno sufre de severo astigmatismo si se mira al espejo, o da un puñetazo a la pared a ver si su dolor pequeño le distrae de tanto remordimiento.
Incluso uno piensa que decir “feliz año”, aunque de corazón lo haga, es una inmoralidad. Porque el mundo sigue siendo el mundo que decimos que no debe ser. Y no pasa nada. Y no se detiene, con o sin estúpidas consignas para engalanarse el alma asegurando que quiere apearse. Lo cierto es que mi generación lo dijo. Lo evidente es que mi generación no lo hizo. Lo triste es que, en cuanto ha seguido sucediendo, yo no he visto ningún cambio.
Perdón por mi “confusa simpatía”.
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Comparto tus refexiones salvo por una cuestión, fundamental: nosotros no podemos asumir culpas que no nos corresponden. Nos puede y nos debe doler el dolor del mundo, pero nosotros no somos los culpables. Denunciemos a quienes lo causan o no le ponen remedio, pero no perdamos la esperanza de vivir, siquiera en nuestro pequeño huerto, al modo luisiano. Que los que se afanan en corromper el mundo no corrompan nuestra alegría. Un abrazo y síu, a paesar de todos, feliz año.
ResponderEliminarTerribles las imágenes de Gaza para acabar el año. Terrible esa situación sostenida y tantas otras que tal vez no llegan a nuestro televisor.
ResponderEliminarDa vergüenza, como dices, felicitar tranquilamente el año. Y da miedo el mundo. Este mundo seguirá rodando una nochevieja más, acunando con palabras y tiempo nuestras perplejidades.
Pero yo quiero desearte un feliz 2009, Antonio. Y que sigas de imaginaria, "... pues los que velan, salvan".
Un beso.
No puedo renunciar, amigo Octavio, a la idea de que el mundo y su historia son cosa nuestra (¿o habría que decir “cosa nostra”?), pero es mejor que hoy no lo haga para no salpicar más con mi antipatía; aunque sigo pensando que, si cada unidad de esta totalidad humana cumpliera mínimamente los cánones de plenitud y coherencia con que me refería a la felicidad en días pasados, otro gallo cantara en este “cacareado” planeta azul (¿no era el azul el color de la inocencia?).
ResponderEliminarLo dejo, que me enredo… Mejor, la gratitud por tus palabras; mejor, el deseo también para ti y “tu circunstancia” (¡qué decágono de tentaciones nos pusiste en tu blog por Navidad!) de un feliz 2009.
Un abrazo.
Perdona, Olga: la verdad es que quienes leéis esto no tendríais por qué hacerlo: nada hay más tonto, más cruel ni más innecesario que quejarse de algo ante quienes son pacientes y vecinos de lo mismo. ¡Tentaciones me dan de borrar esta entrada! De momento, te doy las gracias por tu visita siempre y pongo a trabajar el buen humor para también desearte el feliz 2009 que mereces.
ResponderEliminarUn beso.
P.S.: Por cierto, Rigoletta, que está en período de sequía literaria, te desea lo mismo.
Me gusta tu " punto" de locura.
ResponderEliminar¡ Feliz 2009!
Un saludo
No estamos en el mejor de los mundos posibles, eso ya hace mucho que se evidencia. "Parece como si el mundo caminase de espaldas/hacia la noche enorme de los acantilados", como dijo mi querido Blas de Otero. El mundo es confuso, el camino confuso, pero uno está muy contento de sus compañeros de viaje. Por eso, feliz año, Antonio. Un abrazo.
ResponderEliminarFeliz año, “veridiana”, y que venga cargado de trescientos sesenta y cinco puntos de lucidez.
ResponderEliminarUn saludo agradecido.
Quien desde luego anduvo algo despistado con las hechuras del mundo fue Guillén; eso pasa por beatificar sillones.
ResponderEliminarPero estoy contigo, Juan Manuel: me quedo con los compañeros.
Un abrazo y feliz 2009.