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Segunda parte. Ahora que hablamos de la felicidad…

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Para Francisco (y perdón por el retraso en el “combate”: he estado fuera de casa todo el sábado)


Cometí un error el otro día: antes de ponerse uno a hablar de algo, lo primero que debe hacer es acotar los términos que piensa emplear; sobre todo si esos términos se acompañan de una confusa polisemia. La felicidad es un concepto escurridizo que anda lastrado por otros en apariencia afines. Aristóteles lo sabía y empezó su Ética a Nicómaco desautorizando los sentidos espurios con que el vulgo se refiere a ella. Pero claro, él era un sabio y yo no.

La felicidad es un mecanismo de supervivencia humana como lo es la satisfacción para la supervivencia animal. Para salir adelante, para no regresar al laxo estado mineral, el ser vivo necesita enterarse de que está haciendo lo adecuado para seguir vivo. A esa noticia sobre la idoneidad de su conducta es a lo que llamo satisfacción o saciedad –o bienestar orgánico–. Cuando se da ésta, el animal sabe que puede poner a descansar la maquinaria de sus determinaciones. Aunque es una pausa eventual: en cuanto se descuida, torna a romperse el equilibrio alcanzado y tiene que volver a empezar. Esto es una de las teorías de la motivación que, sin duda, ya habréis reconocido. La tomo como ejemplo porque con la felicidad ocurre algo semejante. Pero, claro, aquí hablamos del hombre, y para mí el hombre da un salto cualitativo al arrancarse de la naturaleza. Ya no se trata únicamente de alcanzar órdenes y armonías en ésta, ahora hay que “hacerse la vida”; no sólo conservarla, sino “hacérsela”. Porque el hombre es libre; eso es le que le pasa al hombre, que es libre, mal que le pese. Sin embargo, igual que el resto de los animales, necesita un indicador que le informe sobre la adecuación entre su quehacer y su proyecto de hacerse. Yo llamo felicidad a ese indicador, por eso, insisto, considero a aquélla un mecanismo de supervivencia, porque si no funciona, la vida humana está haciendo agua.

Hablo entonces de la felicidad como plenitud, como coherencia, como aplauso que se dedica el hombre a sí mismo porque lo que quiere se acomoda con lo que hace, lo que defiende casa con lo que piensa, lo que ama se iguala con lo que le define. La confusión sobre estos principios arrastra a otras cotidianas confusiones. Nuestra sociedad (la de los pocos que podemos permitirnos el lujo de titubear cuándo y en qué medida somos felices) no es una sociedad de la felicidad, sino una sociedad del bienestar; es decir, del estado previo, del nivel orgánico en que se siguen buscando provisionales equilibrios entre necesidades (tanto da que éstas sean naturales o artificiales) y satisfacciones. Me parece muy bien el bienestar; tanto, que su territorio no debería ser un feudo minoritario en el mundo. Pero la felicidad de que hablo está más allá, bastante más allá: es una obligación de nuestra humana naturaleza, no sólo una continuación de nuestra naturaleza animal.

Que no se disparen las alarmas, por favor. Sí, he dicho “obligación”, de obligar, de ob-ligare; es decir, ligar, atar a algo. Porque, indudablemente y por esa condición de indicador sobre lo bien o mal que nos estamos haciendo la vida, está ligada, atada a nuestra naturaleza. Más aún: “obligación” porque somos “libres”, ya que únicamente estamos o nos sentimos obligados ante aquello que podemos elegir no hacer (el infortunado que por un resbalón se precipita al vacío desde un décimo piso no se siente en absoluto “obligado” a llegar al suelo, pero lo va a hacer, sin ninguna duda).

Desde luego que, por lo general, a la felicidad se le piden otras muchas cosas mientras que de nosotros exigimos muy pocas. De ahí que me atreviera el otro día a plantearlo al revés. Aunque, bien pensado, y ya que he hablado de plenitud, lo que debiéramos pedirle ya lo dijo con hermosísima humildad Amalia Bautista en ese maravilloso poema que es Al cabo y que acaba con tres perfecciones para el alma de los hombres:

…Al cabo, son poquísimas las cosas
que de verdad importan en la vida:
poder querer a alguien, que nos quieran
y no morir después que nuestros hijos.


La felicidad es eso. Quizá debí empezar por aquí y haber borrado todo lo demás.
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Comentarios

  1. A mí me parece muy bien, es tan absurdo negar el sufrimiento como negar la felicidad. Y muchas veces el sufrimiento es una actitud adolescente, casi estética. Pero la estética se derrumba y resulta una actitud impostada cuando nos enfrentamos a sensaciones reales.
    Creo que en la peor época de mi vida, cuando me sorprendió la enfermedad y tuve que esperar más de seis meses a que me operaran, abandoné esa adolescencia perpetua y dejaron de impresionarme los sufrimientos propios y ajenos. Dejé de titubear, como dices, quería cuatro cosas y estaban en el aire. Salir viva de aquello fue una felicidad y como tal lo celebré.
    Ese poema (qué maravilla y qué sencillez) se parece mucho a lo que pensé entonces y lo que sigo pensando para siempre.
    Un beso, Antonio.

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  2. Puedes suponer que, aun a toro pasado, nosotros celebremos contigo la felicidad de que hablas, Olga. Y, desde luego, el poema de Amalia no es sólo un gran poema, es una grandísima verdad.
    Gracias por tu visita y un beso.

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  3. Querido Antonio y (felizmente, por extensión) querida Olga:

    Prosigamos. En primer lugar, era obvio que en tu primera entrada no te referías a la felicidad prefabricada del posmodernismo occidental, pero sigues en este artículo, no obstante, ofreciendo formulaciones de felicidad que no son sino definiciones del anhelo, y eso no deja de resultar un tanto contradictorio. Afirmas, así, que la felicidad conlleva la realización de un proyecto, el buen término de un plan de vida. ¿Qué sucede si no hay tal plan? En cierta ocasión aciertas de pleno al definirnos como privilegiados, de manera que, ¿cómo habrán de alcanzar tipo alguno de felicidad aquellos que no pueden en absoluto trazar ningún diseño de sus vidas? Y no son pocos los que se ven obligados, los que ni siquiera quieren plantearse que desean y qué desean porque la denegación sistemática es la esencia de sus vidas...

    Por otro lado, en el primer resumen de tu planteamiento hablas de plenitud, coherencia y aplauso. Tanto la plenitud como el aplauso son (además de conceptos difíciles de delimitar, en ocasiones vecinos del egoísmo) meras vertientes de la satisfacción; por su lado, la coherencia es sierva de la lucidez, y no creo que ninguna formulación lúcida del mundo pueda admitir como obligatoria la felicidad. ¿Hay sentimientos, acaso, obligatorios? Si respondéis que sí, ponedme algún ejemplo, pero yo lo dudo. Dudo incluso que sean obligatorias las simples inclinaciones hacia esos sentimientos. Tal vez podríamos decir que ciertos deseos de satisfacción son difícilmente evitables, casi estadísticamente inevitables, pero (por hermosa que sea la etimología del término) ¿obligatorios?

    Por supuesto que es absurdo negar, Olga, sufrimiento y felicidad. ¿Yo lo hice? Si tal negación se desprendió de mi primer comentario, pido disculpas. Pero de la misma manera, y no entendiendo, como ya he expuesto, que la felicidad sea obligatoria, ¿por qué prestigiar constantemente al feliz y estigmatizar con la misma firmeza al que no busca tal satisfacción? Simplemente digo que la felicidad no puede ser premisa: incluso, Antonio, al defender como defiendes la intimidad y fugacidad intrínsecas a la felicidad (alejadas de la acepción inmóvil y perfeccionista del término) no estás sino llevándola a un plano fungible, anecdótico, accesorio. No soy (me conocéis ya bien a estas alturas) ningún EMO (permitidme la broma), y estoy en las antíopodas del Romanticismo: sólo defiendo la postura del que no busca, del que no traza, del que se frustra sin haberse dedicado con abnegación, del que sabe que todo es vano porque incluso los defensores de la felicidad le dicen que lo feliz es pasajero, que lo feliz no es sino la rareza del anhelo temporalmente conseguido.

    Es un auténtico placer dialogar con vosotros. Un abrazo muy fuerte,

    Francisco

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  4. Ay, Francisco, tienes razón en muchas cosas que yo no pretendo discutir,aunque me gusta, pero es que no lo pretendo. Personalmente, no prestigio ni desprestigio la felicidad, ni tan siquiera la busco exactamente: cuando la siento (y alguna vez la siento), la expreso y la celebro y, si hay quien quiere, la comparto.
    Un besazo.
    P.S.: ¿Pero por qué te importará tanto este tema? Curiosamente, yo le doy muy pocas vueltas...y mira que seguramente les doy vueltas de más a casi todos.

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  5. Contrincante-amigo mío, el proyecto o plan de vida, no es ningún “anhelo”, sino algo inevitable. La razón de ello no es emocional ni moralista, sino metafísica. Mis argumentos, acordes con dicha metafísica, son:

    1. El hombre no nace con las determinaciones biológicamente rigurosas de los demás seres vivos: de un cachorro de león recién nacido podemos pronosticar con certidumbre absoluta que, si se hace adulto, será carnívoro y cazará gacelas si se le ponen al alcance de la garra. De un niño, ni de coña; ni Rappel en sus mejores tiempos habría podido aventurar si sería un criminal, un santo varón, un poeta, un místico, un vegetariano, un carnívoro o un empecinado en cualquier cosa que se deja morir por su defensa en una huelga de hambre.

    2. A esa rara indeterminación, como sabes, es a lo que se llama libertad. El hombre nace “libre de esencia genéticamente prefabricada”. Así que, como no la tiene, se la tiene que hacer; tiene por tanto que “elegir”. Puedes poner aquí todos los condicionantes que quieras; da lo mismo: al fin y al cabo, será cada cual el que decida lo que quiere, lo que pretende, de sí. Por ejemplo, puede elegir dejarse llevar, o suicidarse, o irse de compras al “Corte Inglés”, o tirar del carro, o llorar o reír por todo, o decir que no hay plan ni proyecto, o creer o no creer en Dios o en lo que sea… Incluso podrá cambiar y ser progresista quien fue reaccionario, o viceversa. Será “su” vida, siempre la suya.

    3. No sólo no he negado la relación entre felicidad y satisfacción, sino que he escogido la segunda como ilustración de la primera. Salvando las distancias, claro está. Pienso –a lo peor equivocadamente– que la vida irrumpe con la intención (esto es una prosopopeya) de mantenerse. Probablemente para nada, pero es así. A la vida no le basta, según esto, con ser: quiere “seguir siendo”. Lo primero que hace es aprender a duplicarse; por si acaso; para que las posibilidades de su “intención” sean de más difícil derrota. Luego, cuando las cosas le van mejor, instruye (esto es otra prosopopeya) a cada individuo para que haga todo lo posible en agotar el paréntesis de luz que le concede la nada. Y entonces inventa la satisfacción, una especie de mensaje tranquilizador que parece decirle: “tranquilo, muchacho, las cosas van bien”. Es lo que oye el león cuando caza y come, y luego se tumba a la sombra de una acacia. Pero aparece el hombre; una “chulería” más ante la nada porque con él “se recortan” las instrucciones básicas. Al hombre se le pone aquí con el siguiente prospecto: “¡a ver cómo te las apañas!” Es decir, que lo que ocurra es cosa suya. Pero se mantiene el esquema general. A la “coherencia”, a la “libre satisfacción” entre lo que ha elegido y su consecuencia es a lo que me he referido como felicidad.

    4. ¿Egoísmo en el aplauso?... Sin duda. Como el león, que se relame y sestea a la sombra de su acacia porque ha hecho lo que “tenía que hacer”. Pero hay una diferencia verbal: la felicidad es un aplauso íntimo por haber hecho lo que “debíamos hacer”. Aquello es “determinación”; esto, “obligación”; o si se prefiere “autodeterminación”. Éste es el salto “cualitativo”, el punto y aparte, a que suelo referirme.


    Dejo lo del “sufrimiento” a Olga, si quiere sumarse a este combate singular; aunque no me parece muy caballeroso por mi parte convocar aliados en el cruce de las espadas.

    En todo caso, estoy de acuerdo en una cosa: comparto contigo el placer de esta esgrima.

    Un fuerte abrazo.

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  6. Yo sería tu aliada aunque no tuvieras razón, Antonio, pero es que la tienes y entonces puedo incluso dártela:-)
    Siempre con vos.
    Pero no voy a hablar más del sufrimiento, me da vergüenza.
    Os mando un beso a cada uno, que me gusta más.

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  7. Madre mía, la que tenéis montada, y yo que me venía con el matasuegras a felicitaros el año nuevo (que luego habrá más ocasiones, pero para ir ensayando :-). He estado leyendo vuestros comentarios con detenimiento e interés. Pero al hilo de lo que me respondías, Antonio, en tu anterior entrada, usé como muy bien viste, a los dioses como símbolo. Creo que la felicidad es incompatible con el tiempo. Al margen de la fe o no fe en una trascendencia, es un hecho evidente que el tiempo nos condena, y queremos más. Estamos condenados a la fuga de las cosas y lo único que podemos tener es un presagio de lo que buscamos. Ese presagio no podría ser en modo alguno felicidad sino "alegría", algo momentaneo, una esquirla que se nos clava de eternidad. Me gusta distinguir, como hizo el gran C.S. Lewis, entre alegría y felicidad. No sé, eso son, para mí, los datos inmediatos de la conciencia. No creo que el problema tenga que derivar por una cuestión de obigación o libertad, como Francisco parece señalar. Un alegre abrazo en este tiempo que nos condena (a la vez que nos salva).

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  8. Qué peso me quitas de encima, Olga: ¡creí que te habías pasado al "enemigo"!

    Bromeo, naturalmente.

    Un beso.

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  9. Me has hecho polvo, Juan Manuel: has metido en este “Campo de Marte” la eternidad. Mira que he intentado ignorarla, hacer como si no pensara en ella... Era una argucia, sin duda, porque yo sabía que “El caballero de los cuatro nombres” me quería coger en un renuncio. Yo blandía espadas de razones para que pareciera que todo era consecuente. Y vienes tú y me pones de cara a lo que pasa, a lo que nos pasa, a lo que a los seres humanos nos ocurre ante el desconcierto de vernos aquí sin norma de naturaleza escrita ni señal que nos explique ese abandono. Me has quitado el yelmo. La verdad es que si no miro más allá de lo que sé (que, sin duda, es muy poco), si no sustituyo lo que sé que “es” por lo que desearía -y creo- que “debiera ser”, la felicidad es nada. Bueno, menos los dos últimos versos del poema de Amalia.

    Gracias (a pesar de todo) y un abrazo.

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  10. Queridos amigos:

    ¡Vaya escena de mosqueteros nos está quedando! ¡Digna de Gene Kelly!

    Sigamos. Como bien apunta Juan Manuel, el tiempo es un factor fundamental en esta conversación, y a él me refería, por supuesto, al aludir a esa infinidad de personas que no tienen forma de reflexionar sobre lo que querían, quieren o querrían hacer. Hace ya mucho, Antonio, discutimos sobre determinismo. Fue en mi blog, al hilo de una entrada sobre el suicidio, y llegamos a la conclusión de que no nos poníamos de acuerdo. Y yo, por mi lado, defendí la idea de que no puede haber felicidad desde el punto y hora en que envejecemos, enfermamos, perdemos y morimos.

    A su vez, Olga, ese es uno de los motivos por los que me interesan tanto la felicidad y sus ficciones: siempre me he preguntado cómo, visto lo visto, fugaz como es la felicidad o su mera conjetura, los hombres no se suicidan con mucha mayor frecuencia.

    Por otro lado, insisto en que Juan Manuel me ha leído el pensamiento: mientras salía de casa esta noche, he reflexionado: "Le he dicho a Antonio que un sentimiento como la felicidad no puede ser obligatorio... ¡y tendría que haber añadido que no lo es de la misma forma que no puede serlo la alegría!" Cómo me gusta, Juan Manuel, que cites a Lewis en mi defensa: sea cual sea el matiz, la obligatoriedad sigue en entredicho. ¡Qué más puedo añadir!

    Sigo pensando, Antonio, que sólo si se soslaya el hecho de que tanta libertad (la admito para seguir adelante y no embrollar más la charla) tiene una determinación final como la muerte se puede hablar de felicidad o felicidades: de felicidad inmóvil si se cree en la vida ultraterrena; de felicidades (raras, fungibles, difusas entre la coherencia y la supervivencia) si olvidamos que la suma de los factores es siempre negativa. Retomo una de tus imágenes: hay luz (y somos luz) entre tanta nada, pero la felicidad a lo sumo puede ser el alivio que siente la llama de la vela al comprobar que el soplido aún no la apagado. Y digo que a lo sumo puede ser tal cosa, porque no es muy alentador pensar que sólo tenemos eso, apenas eso, frente a tanto y tan sobrecogedor vacío.

    Es un placer charlar con vosotros. Siempre, pero en estos días más que nunca.

    Abrazos,

    Francisco

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  11. Amigo Fran, ¿por qué “tanto y tan sobrecogedor vacío” ha tenido que generar seres que se pregunten por él y por sí mismos?, ¿por qué tanto y tan extremado rigor de esas leyes físicas que nos sostienen (provisionalmente, al menos) y en las que creemos a pies juntillas?, ¿para qué tanta parafernalia? O, como dice Heidegger, “¿por qué es en general el ente y no más bien la nada?”

    Ya suponía yo que esta felicidad que dirimíamos era fracción de otras totalidades. Por debajo de estos lances, no nos engañemos, protestaba una inquietud de interrogantes más altos. Ni felicidad, ni satisfacción, ni obligación, ni alegría, ni sufrimiento; seamos sinceros (yo ya he perdido el yelmo, y creo que también la adarga), la verdadera pregunta (que tiene un millón de años más o menos) es: ¿qué sentido tiene todo esto?

    Si el tiempo es incompatible con la felicidad, es porque estamos pensando que la felicidad sólo es tal si no se acaba; es decir, si es trascendente; porque lo inmanente escapa de tales sutilezas. Vamos, que estamos hablando de Dios… o de su necesidad. Y conste que no he sido yo, que debería, quien ha conducido a tanta altura. Yo empecé por algo más pequeño, más modesto, más inmediato; pensando, como diría Schopenhauer, que “lo esencial para la felicidad de la vida es lo que uno tiene en sí mismo.”

    Un abrazo, testarudo “Caballero de los cuatro nombres”

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  12. Querido Antonio

    Sí, esa era, al cabo, la cuestión que discutíamos. Y ha sido un placer hacerlo, sin duda. ¡Deseando estoy que llegue una nueva ocasión pronto!

    Mientras tanto, recibe un fuerte abrazo de tu testarudo contrincante, a finales de 2008.

    Francisco

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  13. Soy yo quien más ha disfrutado, Francisco, y quien además debe agradeceros (a ti especialmente) el interés y la vida que habéis dado a estas dos modestas entradas mías.

    Un fuerte abrazo, mi admirado amigo.

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  14. Antonio, me he paseado un ratín -más bien un ratón, si no fuera porque es un animal- por tu blog. Me encanta. Pero las 2 de la felicidad, la anterior y esta, no pueden ser mejores.
    Y el debate, estupendo, incluso en diferido ahora. Un buen partido de ... tenis? (dobles?)lo es hasta en diferido.

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  15. Muchas gracias, Máster; la verdad es que estos entrañables amigos me hicieron enormemente "feliz" con su aliada-contrincante generosidad.

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