. Lo escribí y dejé colgado de un “atardecer”, tal día como hoy, hace dos años. Lo recupero por capricho y coincidencia; a mí es que la noche del 2 de enero me sigue gustando mucho. Modifico, por lógica, la hora y el año del último párrafo y me permito la compañía de Chopin en manos de ese jovencísimo maestro que es Yundi Li. . No se oyen gritos, ni frenazos, ni alaridos, ni petardos, ni arcadas, ni sirenas, ni bramidos… No se ven montones de humanidad ni comas etílicos; ni hordas asfixiadas en vinos espumosos; ni envases ni papeles ni suciedad por las aceras, ni borrachos orinando al amor de una farola… No se huelen perfumes espesos hasta el vómito, ni alientos de tabaco mezclados con carmín y eructo de champán. No se roza el sudor de un abrazo artificial, ni se engulle el vigésimo polvorón para empapar la inundación obligatoria… No pasa nada, no se oye nada, no se ve nada... Si acaso alguna estrella entre la bruma alta, si acaso el ladrido solitario de un perro en la lejanía. Es la n...