. En Figueira da Foz un 25 de agosto cercano . No sé qué hace allí, ni quién lo puso allí para hacer lo que yo no sé. A su derecha queda el mar, el océano inmenso. A su derecha y cerca. No se ve, se intuye; se oye y huele. Pero él no mira tanta cercanía ni atiende a tanta posibilidad. Él parece pensar. Visto de frente, incluso parece enfadado. No me extraña, supongo que es por la verja, por esa cárcel de acero que le niega la inmensidad que permitimos –todavía– al océano. Porque el pensamiento es como el océano, cuyo límite es la tierra; pero si el océano quiere, ni la tierra lo limita: si se embravece, la costa tiembla; si ruge, el hombre calla…, y aguarda la mansedumbre de las olas para cobrar el fruto de su respeto. Con este pobre pensador no sucede lo mismo. Está encerrado, rodeado de un acero implacable que le impide el mar y le niega la inmensidad. Cuando lo vi, no pude resistir la tentación de fotografiarlo. Ni de pensar que ese montón de materia triste tras una verja era un esp...