Ir al contenido principal

Delirios decadentes de un viejo platónico





Un día te levantas y descubres que el alma cojea, que apoya el pie sutil en un vacío y pierde el equilibrio porque no encuentra el cuerpo donde habita. Y se tropieza. Y cae entre los muebles de siempre, que siguen donde siempre con esa parmenídea vocación de ser refugio de las sombras. Porque las sombras se quedan pegadas a las cosas, no se mueven jamás de donde estaban, no acumulan paisajes ni aventuras nuevos; ni sucesos comunes o infrecuentes, distintos de sí mismos. Son sólo testimonio imperturbable de un ayer irreal en el que fuimos –quién sabe– un poco más felices de lo que hoy nos pensamos.

 Un día, mientras el alma va dando tumbos entre las cosas, que son como el disco duro de nuestras vidas, te das cuenta de que el cuerpo no está ya donde ayer lo dejaste, que en su lugar hay una caricatura tuya, ajada y derrumbada, sin brillo ni vigor, sin carnal entusiasmo. Una carcasa estrecha o ancha que se ajusta en modo horrible a las ideas que de ti te quedan. Algunos se rebelan entonces y protestan con vehemencia. Los más empecinados se apuntan a un gimnasio; piden cita a un psiquiatra los menos entusiastas. Pero esta alma tropezona y cojitranca, si no es del todo tonta, lo que comprende es que está cercano el fin de su hospedaje. Que es hora de buscar otros lugares. Una isla quizá de clima bonancible en la esquina inabordable de un océano infinito. Una isla de luz…

 Y el alma espabilada mira con melancolía ese hogar envejecido, ajado y arrumbado en un rincón que no era el suyo, porque, para el viaje que planea, las alforjas del cuerpo están de sobra.


Comentarios

  1. Ay, Antonio, que para este virus de la melancolía tampoco tengo vacuna.
    Qué razón la de Calderón cuando decía aquello de los sueños. Fuimos lo que soñamos? O soñamos lo que fuimos? Y claro, el alma, al menos la mía, que le ha dicho a este cuerpo que ni gimnasio, ni psiquiatra, por Dios! Anda buscando esa isla de luz donde de noche aún brillen las estrellas.
    Mis nietos piensan que nos convertimos en una de ellas y brillamos para siempre. Un bonito final.
    Estamos demasiado melancólicos no?
    Un beso.
    Pd. Perdón por la signos de interrogación y admiración, no los tiene este teclado.

    ResponderEliminar
  2. Gracias una vez más, Susi, por tu compañía. Pero recuerda que el alma platónica es bastante heterodoxa y no hay que hacerle demasiado caso cuando parece arremeter contra los hábitos corporalmente saludables. Quiero decir que tal vez sea un poco radical la irónica referencia al ejercicio físico de los gimnasios.

    Sabido es que las almas platónicas son muy suyas y les trae al fresco la suerte que hayan de correr los cuerpos. Podríamos decir que, respecto al mundo material, son un poco antisistema y, por tanto, hay que andarse con mucho tiento con ellas. Sobre todo porque son bastante más seductoras que las de Aristóteles, por ejemplo, tan “funcionarias” del cuerpo y, consecuentemente, tan sometidas a jubilación irremediable. Mejor, sin duda, pensar en islas de luz.

    Un beso.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares

La metáfora amable

El mundo está tenso, enrarecido. Casi todo lo que uno oye o lee es desagradable; y si no lo es, parece contener un inquietante presagio. A los felices veinte del pasado siglo les sucedieron los amargos treinta y los trágicos cuarenta. Latía extraño el hombre, y cuando el hombre late de ese modo, algo podrido cocina la historia. Cientos, miles de veces ha ocurrido así. Para Sísifo –siempre Sísifo–, al final del esfuerzo sólo está la derrota. Su modesto placer de coronar la cumbre es efímero y repetidamente inútil. No hay paz ni paraíso al cabo de la escalada; sólo desolación, tristeza, crueldad, destino… ¿Existe el destino? ¿Debe ocurrir siempre lo que siempre ha ocurrido? ¿Es de verdad la historia la brillante sustitución de la fatalidad natural por la libertad humana o es simplemente la metáfora amable de la ‘ordenada’ crueldad de aquélla? Las especies combaten, y se destruyen y sustituyen. ¿Y las culturas? ¿Y los pueblos del hombre?... ¿Qué de especial creímos ver en los h

La tristeza de la inocencia

Por Julia y a su hijo Julio Me han llegado noticias tristes por ese golpe tan temido de los teléfonos, repentinos y traidores como es su costumbre. Un familiar lejano, una mujer, mayor desde luego, aunque eso... ¿qué importa? …Y  he pensado en uno de sus hijos; un niño detenido por la vida, varado en una luz de infantil inteligencia que oscureció la caprichosa divagación de un cromosoma y nació bendecido de inocencia interminable. He pensado en ese niño, que ha cumplido ya los años de los hombres, aunque no sus soberbias ni vanidades... Y he pensado en la tristeza y el abandono, un abandono en su caso más cruel por la distancia inmensa de los otros. He pensado en el desconcierto de su ternura mirándose al espejo; y en el estupor de su niña memoria ante el beso sin labios de su madre. Un río de pequeños recuerdos; tal vez, algunas lágrimas; un no saber, un  sí sufrir la soledad repentina, inexplicable...Y el dolor de su alma en carne viva golpeándose desconcertada

El destino de las supernovas

. . Luz, ¡más luz! J. W. Goethe …somos polvo de estrellas C. Sagan La mayor parte de los átomos es vacío . Al cielo le ocurre algo parecido con la oscuridad. La luz es toda una excepción: un paseo puntual de diminutas y alejadas insolencias. Porque la luz es una insolencia, un atrevimiento, una osadía rodeada de sombras que, al cabo, revienta hastiada de tanta y tan constante hostilidad. Luego se esparce en la noche, como un raro prodigio, y siembra lugares y posibles miradas. Del agotamiento de la luz ante su empresa nacen rincones en la oscuridad, surgen otras diminutas y alejadas insolencias que miran al cielo y admiran su vencida hazaña. Eso dicen al menos los sabios que de aquélla saben. El hombre es la mies de una derrota, el pan de un desastre. Pero también el atleta que recoge el testigo de una rebeldía luminosa. El hombre es un héroe trágico que se obstina en la luz, como la luz se obstina en no ser su contrario. Supongo que es así porque si no, ser humano sería una indecenc