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Entre la posverdad y la preverdad

 

Veritas? Quid est veritas? Se preguntaba escéptico o irónico Pilatos en su inesperado encuentro con la Trascendencia…

 Nosotros ya no nos hacemos preguntas de ese calado, ni siquiera escéptica o irónicamente. Tal vez porque la Trascendencia ha perdido el interés por nuestra insignificancia o quizá porque hemos adulterado tanto la verdad que somos incapaces de curiosear en sus profundidades. Por lo pronto, de un tiempo a esta parte, la hemos escoltado de compañeras bastardas, muy poco recomendables y aventajadas discípulas del confusionismo y la mentira. Primero fue la posverdad que llegó a adquirir galones semánticos y pudo figurar en el diccionario de la RAE. Por ahí anda ahora una callejera ─todavía─ y no menos repugnante preverdad haciendo méritos para colonizar nuestro vocabulario y, lo que es peor, nuestro pensamiento. De la primera, ya sabemos que, como dice el DRAE, es deliberada distorsión de realidades y manipulación de creencias, esto es, magisterio de demagogos, como aquél ejemplifica. De la segunda, sin embargo, no tenemos aún el amparo de los académicos para acotar su definición. A primera vista podríamos suponer que la preverdad tiene algo que ver con los arúspices los clásicos lectores de entrañas─, adivinos, augures, videntes y ese largo etcétera de paseantes por lo que, sin haber aún ocurrido, creen que habrá de ocurrir necesariamente. Y no marraríamos mucho, por cierto. La diferencia es que ahora hemos abandonado las vísceras, el vuelo de las aves o los posos del café y los hemos sustituido por encuestas, bulos o noticias casi falsas (estúpidamente llamados fake news), difamaciones, debates de paniaguados en televisiones mercenarias, opiniones de  influencers (otra necedad para referirse a un rebaño de mediocridades) y una muy generalizada incultura, particularmente en el “pequeño mundo plurinacional” de nuestra cada vez más provinciana España. Al igual que un augurio, la preverdad proclama un hecho que no es, que aún no es, pero las emanaciones sulfurosas ─como en Delfos─ de las redes y de las enajenaciones mediáticas conmueven la convicción de los “inocentes” y lo metamorfosean en “verdad”… Y el hecho, que aún no era, ocurre; inexplicablemente, por narices, ¡ocurre!  Así es como la preverdad fructifica.

Al cabo, posverdad y preverdad se hermanan en la magistral eficacia de su discipulado; esto es, la mentira. Porque, si es cierto que la fe mueve montañas (para mí lo es desde luego), para mover a un imbécil basta una mentira mediáticamente bien confeccionada.

 

Septiembre 2020


Comentarios

  1. Este paisaje español es desolador. Aguas revueltas y oscuras se adivinan tras todos esos mensajes que nos hacen llegar de mil maneras diferentes! Tanta es la porquería de un necio narcisista, que su olor fétido va dejando regueros de dolor y muerte. No sé cómo acabará esto pero no pinta nada bien.
    La desilusión, la incertidumbre, el desamparo se hace sentir por todas partes.
    Todo esto crea tanta desazón que parece que todo lo hermoso y bueno del ser humano ha desaparecido.
    Qué pena, Antonio. Tristeza y soledad caminan unidas en un tiempo que parece no tener fin.
    Un beso triste.

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  2. El “paisaje español”, Susi, en efecto es cada día que pasa un paisaje más despojado de sí mismo, más enrarecido, más artificial e innecesariamente crispado; menos don Quijote y más Alvargonzález. Y todo ello gracias a las tribus de trileros que hacen rodar la verdad de cubilete en cubilete para estafarnos siempre.
    Gracias por tu compañía.
    Un beso

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