Asegura la tradición verbal que la desgracia une, que la adversidad compartida genera una proximidad humana que anula rencillas y acaba con enemistades. Deberíamos verlo en las grandes catástrofes, en los acontecimientos de dolor común, en todo lo que nos coloca frente a nuestra ontológica debilidad o nuestra ignorada insignificancia. Hace ahora dos años el mundo entró en una de estas situaciones, desconcertado y casi incrédulo por lo que suponía de cuestionamiento de su poderío. Al menos así fue al principio. Muy pronto, al desconcierto y la incredulidad le sucedieron la incertidumbre y el miedo. Y con ello la desazón ante la vulnerable debilidad de una naturaleza que había perdido la costumbre de andar sobre tierras movedizas. La covid-19 puso patas arriba todas nuestras inseguras seguridades, pero también abrió las puertas del hombre a su limitación y de la humanidad, moralmente hablando, a su esperanza. La desgracia une... Qué insensatez, ¿verdad? Esta pandemia surgió entre p...