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La verdad, ese humano deber


Recupero esta entrada (2 de octubre de 2011) por su complementariedad de la anterior. La verdad es una obligación humana consecuencia de su ontológica libertad. Ningunearla, embaucarla, prostituirla, como hacen la posverdad y sus perniciosos militantes, está metafísicamente penado. Aunque soy consciente de que esta penalización importa una mierda al mundo nuestro. ¡Qué le vamos a hacer!


La verdad es una obligación. Para el ser humano, naturalmente; para las demás criaturas, no. Las demás criaturas son lo que les ha tocado ser. Y no encuentran problema en ello; por eso los geranios se limitan a ser geranios y los saltamontes, saltamontes. La verdad para la naturaleza es la herencia del tiempo acumulado. Las plantas y los animales sólo tienen que vivir de aquélla e invertirla en la prole que habrá de sucederlos. Ellos sí que pueden decir que “el mundo está bien hecho”; o, simplemente, que ya está hecho. El hombre, sin embargo, nace sin riqueza y sin verdad. Su herencia es pobre; miserable, diría: apenas tres o cuatro muebles biológicos para adornar su edificio desnudo. Y a partir de ahí, tiene que hacerlo todo: descubrirse, ganarse, reinventarse, quererse... ¡Todo! El hombre es el único animal construido naturalmente para conocer el mundo a costa de no saber de sí mismo. Por eso estamos en las metafísicas antípodas de la vida: todos los seres menos nosotros saben la verdad de lo que son; y cumplen con esa verdad rigurosamente. Jamás pastará el lobo ni cazará la oveja jamás. Nosotros, sin embargo, tan atentos y pendientes, tan inquisidores de la exterioridad, tan capaces de predecir la posición de los astros o la evolución de las tormentas, ante un niño, ante la humana pequeñez de un niño, nunca podremos aventurar la imprevisible verdad de sí mismo que acabará siendo. Nunca, por mucho que sepamos escribir en los laboratorios la ecuación ya resuelta de su modesta esencia o el humilde mobiliario biológico que lo arrojó al mundo.


Una pena, sin embargo, lo poco que la verdad ya nos importa; tan poco como la libertad que ontológicamente la define.


Comentarios

  1. La defensa más fiable, es que todos nosotros nos convirtamos en pensadores críticos. No hemos logrado enseñar a nuestros hijos a contrarrestar la credibilidad de lo que oye o lo que lee( si es que lee) Somos una especie social y tendemos a creernos lo que los demás nos cuentan. Nuestros cerebros son capaces de generar explicaciones rocambolescas para justificar su veracidad. Justamente esa es la diferencia entre pensamiento creativo y pensamiento crítico, entre las mentiras y la verdad.
    Hemos fallado en la educación o no hemos sabido proporcionarles las herramientas necesarias. Por eso la verdad importa tan poco.

    Un beso

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  2. En primer lugar, gracias otra vez. En segundo, que por supuesto estoy de acuerdo contigo en que la educación ha sido el gran fracaso de los últimos tiempos; y no tiene pinta de que vaya a cambiar. Pero este desnortamiento humano no es sólo un problema nuestro, es un desastre compartido y repartido por todo el mundo que vanidosamente llamamos desarrollado. El proyecto histórico de Occidente está en la UCI; y la libertad que definía nuestras obligaciones con la verdad humana en un columbario que ya ni en noviembre va nadie a visitar.
    Besos

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