Asegura la tradición verbal que la desgracia une, que la adversidad compartida genera una proximidad humana que anula rencillas y acaba con enemistades. Deberíamos verlo en las grandes catástrofes, en los acontecimientos de dolor común, en todo lo que nos coloca frente a nuestra ontológica debilidad o nuestra ignorada insignificancia.
Hace ahora dos años el mundo entró en una de estas situaciones, desconcertado y casi incrédulo por lo que suponía de cuestionamiento de su poderío. Al menos así fue al principio. Muy pronto, al desconcierto y la incredulidad le sucedieron la incertidumbre y el miedo. Y con ello la desazón ante la vulnerable debilidad de una naturaleza que había perdido la costumbre de andar sobre tierras movedizas. La covid-19 puso patas arriba todas nuestras inseguras seguridades, pero también abrió las puertas del hombre a su limitación y de la humanidad, moralmente hablando, a su esperanza.
La desgracia une... Qué insensatez, ¿verdad? Esta pandemia surgió entre proclamas solidarias con arrebatados aplausos vespertinos, con amorosos mensajes en los móviles repartiendo compañías, con tristezas y soledades en las UCIs, con muertes por todas partes (seis millones llevamos ya en el mundo de huecos para sus ausencias). Esta pandemia y todo su dolor parecían prometer un tiempo nuevo; más humilde, más amable, menos egoísta, menos “provinciano”… Qué estupidez, ¿verdad?
Han pasado dos años; y la desgracia, que según la tradición verbal habría de unirnos, ha roto parejas, ha corrompido a políticos, ha alimentado ambiciones inicuas, ha envenenado relaciones amables, ha crispado sociedades, ha prostituido proyectos… Ha mentido, traicionado, confundido… Y todo ello ha culminado en una guerra de cínica hipocresía que resucita el inmortal nazismo, ése que siempre habita tras las palabras de quienes más lo niegan o más combatirlo dicen.
Visto lo visto, habrá que concluir que esta especie no tiene remedio porque somos norte de nuestra propia destrucción; inventores de hermosas palabras, sin duda alguna, pero hacedores también de iniquidades que las desmienten y traiciones que las deforman. Algo anda mal dentro del hombre.
Asegura la tradición verbal que la desgracia… Bah!... Palabras, palabras, palabras. O eso diría Hamlet.
26 febrero 2022
Ah, el hombre, este ser orgulloso capaz de las mayores heroicidades y también de las mayores aberraciones. La ingenuidad de pensar que una adversidad terrible puede unirnos y hacernos mejor personas es una falacia.
ResponderEliminarLa historia lo demuestra una y otra vez, una y otra vez. En un momento el hombre aplaude y al momento apedrea. Así somos y así seguiremos siendo aunque nos cueste aceptarlo.
Un beso
Así es, Susi; mucho me temo que así es.
ResponderEliminarGracias por la visita.
Un beso
Cuánta razón en lo que dices y qué poca memoria la de todos, no la colectiva, la de cada uno. Qué pronto se olvida lo mal que lo pasamos, lo bueno que eso nos inspiraba. No aprendemos, no llegaremos a aprender jamás, no nos da la gana hacerlo. Lamentarnos es lo único que sabemos y volver a empezar con las buenas intenciones para olvidarlas de nuevo
ResponderEliminarGracias, anónimo visitante, por tu comentario. En realidad, no sé si el problema es la memoria o la dudosa sinceridad de las buenas voluntades. Lo primero sería inquietud de la psicología, lo segundo de la moral; lo que es mucho peor.
ResponderEliminarMil disculpas, Bea, siento no haberte reconocido. Es todo un placer verte por aquí.
EliminarGracias de nuevo por tu visita.
Un beso