Son unos cantos de soleá un tanto atípicos. Se asemejan por la forma pero poco tienen que ver con lo que decir suelen aquéllos. Los he recuperado porque "me" echaba de menos. Y en este sentido sí; sí que merecen llamarse soleares. Porque lo son: del niño y del monstruo.
A veces cierro los ojos
para que no me distraigan
de la verdad unos y otros.
Y me pasa de puntillas
un niño que está jugando
con Dios a las cuatro esquinas;
un niño que es el que nunca
anduvo en los calendarios
o se perdió en sus preguntas.
A veces me ocurre un niño…
Otras, una criatura
licenciada en laberintos.
En los pasillos del alma,
se cruzan en ocasiones
sus dos soledades blancas;
sus dos miradas sin norte,
sin luz, sin tierra, sin mundo,
sin renglón en los relojes…
Frente a frente en los pasillos
del alma, a veces se cruzan
un sueño y un sinsentido.
Entonces, el niño aprende
melancolías de un monstruo
en el aula de la muerte.
Y el niño se pone serio;
y ya no quiere jugar
a las esquinas del cielo.
A veces, rendido y solo,
un minotauro se muere
y un niño cierra sus ojos…
…para que no vea nadie
lo que vio de sí y los otros.
11 febrero 2011
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPerdón, no había visto tu comentario. Entre unas cosas y otras he estado un poco "ausente". Me alegro d que te guste. Muchas gracias.
ResponderEliminarUn beso