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Puertas al alma

 



Deberíamos disponer todos de una pequeña puerta en el alma por la que poder escapar, de vez en cuando, de nosotros mismos. Hace algunos años, ante mi confesada debilidad por el platonismo, un alumno me preguntó con cierta sorna que si yo creía eso de que el alma abandonaba el cuerpo para irse a contemplar las ideas. Con una sonrisa le respondí que no era eso exactamente. Y no lo es, desde luego. Lo que, sin embargo, muchas veces lamentamos, mientras estamos vivos, es no poder darnos unas vacaciones de este prometeico yo que nos define; poder holgar de nosotros sin nosotros; despojarnos de la preocupación, del compromiso, del dolor, del supremo esfuerzo que tenemos que hacer para levantarnos el alma cada día y seguir sonriendo como si tal cosa.


Dios me libre de psicólogos, psiquiatras y demás psicoloquesea. Si alguno se cruzara por estos apuntes, diría que esa puerta se llama enajenación y que cuanto digo son síntomas de un estado predepresivo (¡o presicótico!) de preocupante pronóstico. Al diablo con la jerga de esta especie tan ayuna en el conocimiento del hombre como en la eficacia de su trato. Esa absurda pretensión de que la salud del alma consiste en reír constantemente, estar plenamente adaptado al medio, gozar de aplaudidas habilidades sociales, ser empático, emocionalmente estable y leer el periódico sin sentir ganas de vomitar no hace más que estupidizar a la gente, arrancarle la fuerza, trastornar su capacidad de sacrificio y hacer un enfermo de lo que pudiera ser un luchador egregio.


Pero eso no quita para que, en ocasiones, también el luchador se canse de sí, o no se quiera tanto como debiera, o no se quiera nada en absoluto y, como Cortés, tenga su “noche triste”. Eso no quita para que el alma quiera escapar a veces de sí misma.


Lo de abandonar el cuerpo es otra historia.






Comentarios

  1. Uy, Antonio lo que yo daría por tener esa puerta!!!! O poder dejar la cabeza en la cómoda de mi habitación y marcharme sin ella. Da igual a donde. Imposible alcanzar esa felicidad.!!!!!!
    Ya se lo que me vas a contestar, pero también tengo derecho a estar sin cabeza unos días para ver lo que se siente.
    En lo que corresponde a ese párrafo, a lo que afirma esa " especie" de "psicoloquesea", te diría tantas cosas que no sabría por dónde empezar y nos llevaría a una especie de noria sin parada, ni final. Lo que si puedo apuntar, es que ya somos dos los que pensamos y opinamos lo mismo al respecto, tú de una manera subjetiva y yo de manera más objetiva o quizás un poco más respetuosa.
    Quizás ahora los nuevos " psicoloquesean" han perdido la capacidad para profundizar en el estudio del hombre y se dejan llevar por las nuevas corrientes- léase modas- sin capacidad ninguna de pensamiento crítico.
    A mi no me gusta esa psicología barata de apuntes mal cogidos en un día de clase. En mi opinión creo que una labor fundamental es ayudar a la persona a conocerse y aceptarse a sí misma.
    Un beso, Antonio

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    Respuestas
    1. Hoy he estado ausente (no “de mí”, sino “conmigo enteramente”), por eso he tardado tanto en responder.
      Me alegra que compartas mi inexistente aplauso hacia la “Psicoloquesea”, pero rechazo que las maneras de mi desafecto sean subjetivas. La Psicología, en realidad, no tienes leyes ni teorías, sino preceptos y doctrinas. Y mientras las primeras derivan de hipótesis sobre los hechos, las segundas configuran los hechos desde los postulados de los “lobbies”. Por eso la Psicología no es una ciencia que explote el poder, sino un instrumento del poder que explota al hombre. Y no hay más que examinar las teorías de los últimos cien años para comprender que no hay nada de subjetivo en lo que digo.
      Muchas gracias por tu aportación siempre.
      Un beso

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  2. Dicha puerta no se llama enajenación ni conduce al enajenamiento. Se llama liberación y es precisamente el umbral que han pretendido cruzar los místicos de todas las culturas y de todas las épocas. En cuanto a los psicólogos, no dudo yo de que haya profesionales comprometidos y serios. Otra cosa son los hacedores de manuales de auto ayuda, que tal vez de modo inconsciente fomentan la moral del rebaño, el conformismo absoluto con lo que es “normal”, es decir con la mediocridad imperante. Era Shopenhauer quien decía que, al final, siempre hay que elegir entre la soledad y la vulgaridad. Pues eso. Un afectuoso saludo.

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