Ir al contenido principal

Desde el laberinto


Todos dejamos señales inequívocas, pequeños indicadores de inocente factura que parecen los signos de una semántica indigente. No sirven para nada, pero quedan ahí, con una plenitud de memorias adherida que para sí quisiera la mejor de las enciclopedias. Un papelito con una alegría escrita a mano en el fondo de nuestra cartera; un billete de tren, de aquéllos grandes y amarillos de prehistórica tecnología, entre las páginas de un libro; la foto amarillenta de un momento indefinible en el cajón de olvidos no olvidados; la pluma estilográfica de amable anacronismo que aprobó una reválida antiquísima; la factura de un hotel de cualquier parte en donde hizo el amor su primera reserva…

Son como frágiles hebras de seda; ese hilo de Ariadna de la vida con que, al cabo, intentamos escapar del laberinto engorroso de los años cuando, incluso sin trofeo prodigioso, sin heroica hazaña que merezca la pena, nos pide el cuerpo el aire libre de otros días felices… O se nos saltan las lágrimas de la nostalgia… O nos duele el reloj casi tanto como la memoria.

Tengo que ordenar un día de estos mis señales inequívocas; ponerlas, cronológicamente en fila, encima del escritorio y seguir su rastro liberador. Pero me preocupa una cosa, me preocupa que se las haya comido el tiempo, me preocupa que no sean el hilo de mi amada Ariadna, sino las miguitas de pan del tonto de Pulgarcito.

Me preocupan los pájaros.

Comentarios

  1. Pues no, Rod Taylor, esos “pájaros” eran medio antropófagos, ya lo sabes tú. A los que yo me refiero son “cronófagos”, devoradores del tiempo y la memoria. Los de Hitchcock atacan la "vida" de los hombres; los míos, su biografía.
    Gracias por tu apunte.

    ResponderEliminar
  2. A veces, querido Antonio (y cada vez con más frecuencia), creo que ni ese rastro feble de las miguitas es lo que dejamos. No hace falta que nadie venga a borrar la ruta que no existió.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Filosóficamente, amigo Fran, caigo en ocasiones en esa misma tentación, tan machadiana, tan de “estelas en la mar”. Pero, en vivo, cuando uno aún esté en el laberinto, cuando uno vea todos los caminos iguales y no halle el hilo, y no encuentre las migas por culpa de esos pájaros de la edad excesiva, entonces no será la amarga seriedad de la razón lo que me preocupe...

    La verdad es que pensar en ello me produce una tristeza desmedida.

    ResponderEliminar
  4. Yo no dejo de hacerlo. El problema es que el laberinto es el de los senderos que no sólo se bifurcan sino que también se borran... "El inmortal" de Borges, con su terrible contradicción interna.

    Además de tristeza, desazón y falta de sosiego.

    Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
  5. Sin embargo, yo siempre he visto esos senderos borgianos como la mente de Dios, como todos los posibles siendo permanentemente, como una hipérbole de las paradojas de la mecánica cuántica. ¡Una maraña infinita de rutas, una red de infinitos paseantes bifurcados en sí y en una totalidad a su vez inconmensurablemente bifurcada!
    Lo curioso es que no me parece imposible.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. gracias.Fran y yo tenemos en común nuestra admiración, también, hacia las ariadnas.

    ResponderEliminar
  7. te lo agradezco mucho, se me había olvidado.Gracias por hacer de esta tarde para mí algo feliz.

    ResponderEliminar
  8. Hay que encender el motor de la voluntad, gentil Ana, y el resto de la tarde será una totalidad feliz.
    Por si ayuda otro poco, mira esta greguería de Gómez de la Serna: “No hay nada más conmovedor que la risa de una mujer bella que ha llorado mucho”.
    Un saludo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares

La metáfora amable

El mundo está tenso, enrarecido. Casi todo lo que uno oye o lee es desagradable; y si no lo es, parece contener un inquietante presagio. A los felices veinte del pasado siglo les sucedieron los amargos treinta y los trágicos cuarenta. Latía extraño el hombre, y cuando el hombre late de ese modo, algo podrido cocina la historia. Cientos, miles de veces ha ocurrido así. Para Sísifo –siempre Sísifo–, al final del esfuerzo sólo está la derrota. Su modesto placer de coronar la cumbre es efímero y repetidamente inútil. No hay paz ni paraíso al cabo de la escalada; sólo desolación, tristeza, crueldad, destino… ¿Existe el destino? ¿Debe ocurrir siempre lo que siempre ha ocurrido? ¿Es de verdad la historia la brillante sustitución de la fatalidad natural por la libertad humana o es simplemente la metáfora amable de la ‘ordenada’ crueldad de aquélla? Las especies combaten, y se destruyen y sustituyen. ¿Y las culturas? ¿Y los pueblos del hombre?... ¿Qué de especial creímos ver en los h

El destino de las supernovas

. . Luz, ¡más luz! J. W. Goethe …somos polvo de estrellas C. Sagan La mayor parte de los átomos es vacío . Al cielo le ocurre algo parecido con la oscuridad. La luz es toda una excepción: un paseo puntual de diminutas y alejadas insolencias. Porque la luz es una insolencia, un atrevimiento, una osadía rodeada de sombras que, al cabo, revienta hastiada de tanta y tan constante hostilidad. Luego se esparce en la noche, como un raro prodigio, y siembra lugares y posibles miradas. Del agotamiento de la luz ante su empresa nacen rincones en la oscuridad, surgen otras diminutas y alejadas insolencias que miran al cielo y admiran su vencida hazaña. Eso dicen al menos los sabios que de aquélla saben. El hombre es la mies de una derrota, el pan de un desastre. Pero también el atleta que recoge el testigo de una rebeldía luminosa. El hombre es un héroe trágico que se obstina en la luz, como la luz se obstina en no ser su contrario. Supongo que es así porque si no, ser humano sería una indecenc

La tristeza de la inocencia

Por Julia y a su hijo Julio Me han llegado noticias tristes por ese golpe tan temido de los teléfonos, repentinos y traidores como es su costumbre. Un familiar lejano, una mujer, mayor desde luego, aunque eso... ¿qué importa? …Y  he pensado en uno de sus hijos; un niño detenido por la vida, varado en una luz de infantil inteligencia que oscureció la caprichosa divagación de un cromosoma y nació bendecido de inocencia interminable. He pensado en ese niño, que ha cumplido ya los años de los hombres, aunque no sus soberbias ni vanidades... Y he pensado en la tristeza y el abandono, un abandono en su caso más cruel por la distancia inmensa de los otros. He pensado en el desconcierto de su ternura mirándose al espejo; y en el estupor de su niña memoria ante el beso sin labios de su madre. Un río de pequeños recuerdos; tal vez, algunas lágrimas; un no saber, un  sí sufrir la soledad repentina, inexplicable...Y el dolor de su alma en carne viva golpeándose desconcertada