Todos dejamos señales inequívocas, pequeños indicadores de inocente factura que parecen los signos de una semántica indigente. No sirven para nada, pero quedan ahí, con una plenitud de memorias adherida que para sí quisiera la mejor de las enciclopedias. Un papelito con una alegría escrita a mano en el fondo de nuestra cartera; un billete de tren, de aquéllos grandes y amarillos de prehistórica tecnología, entre las páginas de un libro; la foto amarillenta de un momento indefinible en el cajón de olvidos no olvidados; la pluma estilográfica de amable anacronismo que aprobó una reválida antiquísima; la factura de un hotel de cualquier parte en donde hizo el amor su primera reserva…
Son como frágiles hebras de seda; ese hilo de Ariadna de la vida con que, al cabo, intentamos escapar del laberinto engorroso de los años cuando, incluso sin trofeo prodigioso, sin heroica hazaña que merezca la pena, nos pide el cuerpo el aire libre de otros días felices… O se nos saltan las lágrimas de la nostalgia… O nos duele el reloj casi tanto como la memoria.
Tengo que ordenar un día de estos mis señales inequívocas; ponerlas, cronológicamente en fila, encima del escritorio y seguir su rastro liberador. Pero me preocupa una cosa, me preocupa que se las haya comido el tiempo, me preocupa que no sean el hilo de mi amada Ariadna, sino las miguitas de pan del tonto de Pulgarcito.
Me preocupan los pájaros.
como a Hitchcock
ResponderEliminarPues no, Rod Taylor, esos “pájaros” eran medio antropófagos, ya lo sabes tú. A los que yo me refiero son “cronófagos”, devoradores del tiempo y la memoria. Los de Hitchcock atacan la "vida" de los hombres; los míos, su biografía.
ResponderEliminarGracias por tu apunte.
A veces, querido Antonio (y cada vez con más frecuencia), creo que ni ese rastro feble de las miguitas es lo que dejamos. No hace falta que nadie venga a borrar la ruta que no existió.
ResponderEliminarUn abrazo.
Filosóficamente, amigo Fran, caigo en ocasiones en esa misma tentación, tan machadiana, tan de “estelas en la mar”. Pero, en vivo, cuando uno aún esté en el laberinto, cuando uno vea todos los caminos iguales y no halle el hilo, y no encuentre las migas por culpa de esos pájaros de la edad excesiva, entonces no será la amarga seriedad de la razón lo que me preocupe...
ResponderEliminarLa verdad es que pensar en ello me produce una tristeza desmedida.
Yo no dejo de hacerlo. El problema es que el laberinto es el de los senderos que no sólo se bifurcan sino que también se borran... "El inmortal" de Borges, con su terrible contradicción interna.
ResponderEliminarAdemás de tristeza, desazón y falta de sosiego.
Un fuerte abrazo.
Sin embargo, yo siempre he visto esos senderos borgianos como la mente de Dios, como todos los posibles siendo permanentemente, como una hipérbole de las paradojas de la mecánica cuántica. ¡Una maraña infinita de rutas, una red de infinitos paseantes bifurcados en sí y en una totalidad a su vez inconmensurablemente bifurcada!
ResponderEliminarLo curioso es que no me parece imposible.
Un abrazo.
gracias.Fran y yo tenemos en común nuestra admiración, también, hacia las ariadnas.
ResponderEliminarte lo agradezco mucho, se me había olvidado.Gracias por hacer de esta tarde para mí algo feliz.
ResponderEliminarHay que encender el motor de la voluntad, gentil Ana, y el resto de la tarde será una totalidad feliz.
ResponderEliminarPor si ayuda otro poco, mira esta greguería de Gómez de la Serna: “No hay nada más conmovedor que la risa de una mujer bella que ha llorado mucho”.
Un saludo.