No los he visto aún, pero me dicen que ya han llegado. De esta tarde no pasa que me quede en la ventana hasta que la luz se pierda. Necesito saber que el cielo tiene ya su garantía de gozo vertiginoso y alto en los atardeceres. A la mayor distancia, allá arriba, con su inagotable vuelo y su vocación de ángeles, pequeñitos, negros, escandalosos. Son residentes del aire; todo lo hacen allí, hasta el amor es en ellos alado. Pero de verdad, no de cuento y fantasía. Porque los vencejos se aman volando. Por eso son una metáfora de altura. Por eso los necesito. Igual que a las amapolas, que sí he visto, éstas sí que las he visto, en la pleamar roja que acaricia el talud de las autovías de camino a fatigas y quehaceres.
Son mis dos certidumbres del cerco de la vida, del infatigable anillo de la vida en los dedos de Perséfone. Porque ése es el contento, el júbilo que la edad nos deja a pesar del cansancio en la válvula del alma: saber que los paisajes también resucitan. Y si ellos lo hacen, ¿vamos a ser capaces nosotros de no hacerlo?
Comentaba yo el otro día en mi blog el poema carta a José MªPalacio de Antonio Machado y de cómo él contaba la vuelta de Perséfone. Hoy nos hablas tú de los vencejos, que aquí en Sevilla siempre son abundantes a partir de estas fechas. Los estoy escuchando mientras corrijo exámenes y, de vez en cuando, visito algún blog (para hacer más llevadera la tarde-noche de correcciones). A través del de Antonio Serrano he llegado al tuyo y, mira por dónde, absorto como estaba en el trabajo (¡hoy, 1 de mayo!), hasta que te he leído no he caído en la cuenta de que, en efecto, ya están aquí los vencejos. Gracias, pues.
ResponderEliminarHermoso principio de mayo.
ResponderEliminar¡Cómo sois los andaluces! Tenéis la luz, la belleza y la alegría, y, encima, ya tenéis vencejos. Pues, aquí ¡ni uno! Y mira que he estado esperando. ¡Nada! A ver si los dejáis subir, no sea que se enamoren de Sevilla, que es lo normal, y se queden con vosotros.
ResponderEliminarGracias, Juan Antonio, el de las “soleares” y seguidillas –que ya conocía y huelen tan bien a tu tierra–, por tu visita. Lo único que hoy no te envidio es lo de los exámenes.
Un saludo.
Nos hemos cruzado, Julio; de todas formas, ya se sabe, mayo es cosa tuya.
ResponderEliminarGracias y un abrazo.
Pues sí. No sólo porque florecen las praderas más grandes y hasta las cunetas de las carreteras, lo que me gusta de mayo es notarlo dentro, esa marea viva y todo el buen tiempo por delante. Lo mejor del año otra vez nuevecito, igual que el año pasado y el que viene. Qué bien pensado está eso.
ResponderEliminarSaludos, Antonio.
Disfruta, pues, de mayo, Betty B., y muchas gracias por tu visita.
ResponderEliminarUn saludo.
Por cierto, en una gran avenida de aquí, al caer la tarde, los vencejos vuelan ensordecedores y a millones.
ResponderEliminarGracias por el apunte, Julio. El sábado por la mañana, también yo conseguí verlos. ¡Y oírlos!
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