.
.
A mi padre, a sus 94 años de pasión por la música, más debilitados cada día, con el dolor de saber que él nunca llegará a leer este sincero homenaje.
Me has hablado otra vez de días antiguos
cubiertos de una niebla color sepia.
Otra vez, de caballos y simones,
de calles troceadas y adoquines;
de otros inviernos, de otras primaveras.
Me has hablado del Parque del Retiro,
y del Apolo y del Maestro Villa
–que era pequeño, muy pequeño, dices;
y era grande, muy grande, luego exclamas–,
y después de Miguel, de Miguelón, de Fleta;
como siempre de Fleta. Y de Puccini
y La Tosca… –“E lucevan le stelle…”,
entonas con dolor y voz quebrada.
Otra vez. Cada vez con menos tildes,
con menos decisión, con más tristeza,
como si tanta niebla ya fuese insoportable;
y tanta luz, un resplandor de fondo
que no quiere dejar de ser memoria.
Me has hablado otra vez –siempre lo haces–
de esos días que son los otros días
que el tiempo ha extraviado,
que el tiempo ya no encuentra;
que ni él mismo se explica
cómo fueron posibles cuando fueron;
cómo pudo ocurrir que se hayan diluido
con tanta impunidad, tan de repente...
Y te quedas mirando a un lugar que yo aún no veo;
allí donde la vida es su vencido equipaje,
allí donde es pasión hablada de su ausencia.
26 enero 2008
.
.
A mi padre, a sus 94 años de pasión por la música, más debilitados cada día, con el dolor de saber que él nunca llegará a leer este sincero homenaje.
Me has hablado otra vez de días antiguos
cubiertos de una niebla color sepia.
Otra vez, de caballos y simones,
de calles troceadas y adoquines;
de otros inviernos, de otras primaveras.
Me has hablado del Parque del Retiro,
y del Apolo y del Maestro Villa
–que era pequeño, muy pequeño, dices;
y era grande, muy grande, luego exclamas–,
y después de Miguel, de Miguelón, de Fleta;
como siempre de Fleta. Y de Puccini
y La Tosca… –“E lucevan le stelle…”,
entonas con dolor y voz quebrada.
Otra vez. Cada vez con menos tildes,
con menos decisión, con más tristeza,
como si tanta niebla ya fuese insoportable;
y tanta luz, un resplandor de fondo
que no quiere dejar de ser memoria.
Me has hablado otra vez –siempre lo haces–
de esos días que son los otros días
que el tiempo ha extraviado,
que el tiempo ya no encuentra;
que ni él mismo se explica
cómo fueron posibles cuando fueron;
cómo pudo ocurrir que se hayan diluido
con tanta impunidad, tan de repente...
Y te quedas mirando a un lugar que yo aún no veo;
allí donde la vida es su vencido equipaje,
allí donde es pasión hablada de su ausencia.
26 enero 2008
.
Él no lo leerá, pero tiene que importar que tú le veas a él y le escuches, tiene que importar algo.
ResponderEliminarHas encontrado un lugar en el papel para tu tristeza y sus recuerdos; y yo, un nudo en la garganta.
"Y te quedas mirando a un lugar que yo aún no veo..."
Precioso, muy emotivo. Mi padre tuvo Alzheimer, así que no sabes cómo te entiendo, amigo Antonio.
ResponderEliminarTriste y sentido. Y por ello hermoso. Espectacular último verso.
ResponderEliminarUn abrazo
Supongo que es así, Olga. Mi padre tenía una voz de tenor preciosa y cantaba muy bien, pero ha perdido tanto oído, que ya hasta hablar con él me cuesta. Por eso siempre le pregunto por nombres breves como Villa, Apolo, Fleta… Y entonces sí, entonces me entiende. Pero su respuesta es cada vez más confusa.
ResponderEliminarGracias, Olga.
Entonces me entiendes perfectamente, Juan Antonio. Lo de mi padre es esa ambigua “demencia senil” en la que meten todo lo que al final ocurre. Los últimos tres años la progresión ha sido acelerada; es lo que en marzo hará que murió mi madre.
ResponderEliminarGracias y un abrazo.
Gracias, Tato. ¿Sabes lo que de verdad me gustaría…? Que pudiera entender que una cosa que se llama YouTube y ve todo el mundo aún recoge arias de Miguel Fleta.
ResponderEliminarUn abrazo
Un gran poema, Antonio.
ResponderEliminarCuando me reponga de la congoja (tan bellamente estimulada por tus versos), quizás escriba algo más. Ahora me retiro en tu padre, que es pensar en el mío. Un abrazo.
ResponderEliminarNo hay mejor homenaje que unos versos que merecen recordarse, en la memoria que es de todos. Un poema hermoso como una vigilia. Un abrazo, Antonio.
ResponderEliminarReverbera la música en los muros
ResponderEliminary traspasa mi cuerpo como si no existiese.
¿ Soy sólo una memoria que regresa
dese el cabo remoto de la vida,
fiel a una invocación que no perdona?
Música que rechazan las paredes:
sólo soy eso.
Cuando ella cesa también yo me extingo.
Suerte de disfrutar un padre tantos años.
Un beso
Perdonadme todos la tardanza: he tenido un día liadísimo.
ResponderEliminarGracias siempre, Julio, por tus palabras.
Antonio, muchas gracias por esa “retirada” que, también a mí, me ha permitido pensar en el tuyo.
Igualmente agradecido, Juan Manuel; sin embargo, es un homenaje que en el fondo nunca tendré el valor suficiente para leérselo.
Sin duda es suerte, Veridiana. Gracias por Ángel González, de tan reciente ausencia:
“Es música...
Insiste, hace daño
en el alma.
Viene tal vez de un tiempo
remoto, de una época imposible
perdida para siempre…”
¿Cómo no he frecuentado este blog antes? Poema muy hermoso por verdadero, tocayo. Me ha emocionado. Tu padre sigue cantando en esta otra música.
ResponderEliminarDe lo que sí se enteran es del afecto en el tono de voz y del abrazo, del tacto. Eso sí que lo perciben siempre, hasta el final.
ResponderEliminarUn beso.
aurora
Muchas gracias, Antonio (Taravillo), tocayo (¡somos muchísimos!,¡qué bien!), por tu visita y tus palabras. Algún día, si me atrevo, subiré aquí una grabación que le hice a mi padre a los 87 años del aria "Je crois entendre encore" de "Les pêcheurs de perles": llevo esa voz a cuestas desde el origen de mi precario "uso de la razón".
ResponderEliminarUn abrazo.
Eso es verdad, Aurora, eso es verdad.
ResponderEliminarUn beso agradecido.
Vengo aquí, no sé de dónde, me llamó la atención tu apellido, tengo amigos en Azuaga.
ResponderEliminarA mi padre le dedicaría yo, si supiera hacerlo, un poema, aunque también sé que nunca llegará a leerlo, ya no está aquí.
También me hablaba mi padre, de sus días pasados, de sus "batallas"..., hace más de 20 años que se fue, pero en mi recuerdo aún sigue, dicen que nadie muere del todo mientras alguien le recuerde. También le dediqué un post, a él y a mi madre, hace tiempo
Un abrazo, Antonio.
Vengas de donde vengas, Irene, muchas gracias por tu visita.
ResponderEliminarYo soy de los que piensan que nadie muere del todo nunca y que recordarlos no es más que seguir demostrándoles nuestro agradecimiento por habernos acompañado durante algún tiempo. A mi edad se suele ya tener mucha gente al otro lado, y uno sigue resistiéndose a la idea de su lejanía. Mi padre es una excepción –aunque dañada– para mi fortuna.
Gracias de nuevo, y un abrazo.
P.S.: Azuaga es un seudónimo, mi apellido es bastante común: Rodríguez
jo tío, aun no se ha muerto.
ResponderEliminarAfortunadamente, extraño “Anónimo”.
ResponderEliminarNo se trata de eso y me parece que el poema no da lugar a nada que se le parezca. Y si te refieres a los dos últimos versos, el “vencido equipaje” y la “pasión hablada de su ausencia” a lo que aluden es a la mirada retrospectiva de los hombres cuando vivir es sobre todo la necesidad de contarse. Las vidas que se saben hechas duelen casi tanto –a mí por lo menos– como las que ya no tienen la posibilidad de su propio recuerdo.
Gracias por habernos dedicado, a mi padre y a mí, unos segundos de tu vida, con mucho tiempo aún, sin duda, por delante.
No hay de que...
ResponderEliminar¡La vejez es la peor enfermedad!
Es verdad.
ResponderEliminar¿¡Qué más puedo decir yo ahora? Sólo que, aparte de la emoción intensa, consigues detener el tiempo........ Hermosísimo homenaje a tu padre, hemosísima música y sublime poema.
ResponderEliminarAl igual que a Olga me ha impresionado mucho la frase "Y te quedas mirando a un lugar que yo no veo..."
Muchísimas gracias, Inma. Tú, mejor que nadie, puedes entender esta entrada.
ResponderEliminarUn beso.