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A Jorge, casi hermano, con quien repartí la infancia (nunca dejé de jugar contigo)
Se iban siempre.
Cualquier día de agosto
o de antes de agosto.
De repente, la tarde se creía el silencio
y los ojos de un niño se encontraban la noche
tras la muda estatura de su azul desolado.
Volverán –te decían–
por abril o por mayo;
volverán como todo lo que un día nos deja.
Y siguieron faltando, de año en año, en agosto;
y volviendo a volver,
por abril o por mayo,
cuando el mundo estallaba en jardines
y escribían las rosas balcones al aire.
¡Volverán! –te decían–...
Y dejaron de irse
una tarde agosto,
galopando una moto a remolque de un ángel...
Y dejaron de irse porque ya no volvieron,
por abril o por mayo,
o por siempre o por nunca,
a los ojos de un niño que deshizo la noche.
19 de agosto de 2009, a treinta y seis años de tu ausencia.
.
A Jorge, casi hermano, con quien repartí la infancia (nunca dejé de jugar contigo)
Se iban siempre.
Cualquier día de agosto
o de antes de agosto.
De repente, la tarde se creía el silencio
y los ojos de un niño se encontraban la noche
tras la muda estatura de su azul desolado.
Volverán –te decían–
por abril o por mayo;
volverán como todo lo que un día nos deja.
Y siguieron faltando, de año en año, en agosto;
y volviendo a volver,
por abril o por mayo,
cuando el mundo estallaba en jardines
y escribían las rosas balcones al aire.
¡Volverán! –te decían–...
Y dejaron de irse
una tarde agosto,
galopando una moto a remolque de un ángel...
Y dejaron de irse porque ya no volvieron,
por abril o por mayo,
o por siempre o por nunca,
a los ojos de un niño que deshizo la noche.
19 de agosto de 2009, a treinta y seis años de tu ausencia.
.
Nada vuelve a ser igual después de que el corazón se nos rompa.
ResponderEliminarA uno le gustaría detener el tiempo en el día de antes, una hora antes, diez segundos antes, cuando no sabíamos nada.
Yo aún no he olvidado a Nieves. No se me pasan las cosas (debe ser una enfermedad); aunque el dolor cambia, empieza siendo un hachazo y va como volviéndose poema.
Un beso.
Pero tú nunca dejaste de jugar, aunque ya jamás volvieran. A 36 años de ausencia tú has sabido permanecer. Juego eterno. Valentía infinita que ante el dolor sabe reconocer el privilegio de lo que nos fue concedido.
ResponderEliminarTu tristeza hoy se torna equilibrio. Quizá el secreto esté en esa eternidad de tu juego. A mí... a mí, sencillamente, se me olvido volver a jugar. Y lloro con estas lágrimas todo lo que viví mientras no podía jugar a su lado. Nunca hubo consuelo.
"De repente, la tarde se creía el silencio
y los ojos de un niño se encontraban la noche
tras la muda estatura de su azul desolado".
(...)
Tengo también asociados los vencejos a amistades de la infancia, a juego en el patio y ellos chillando desde arriba, nunca posándose.
ResponderEliminarLo que no había caído en la cuenta, fíjate qué tontería Antonio, y tú me lo es recordado es que los vencejos se van también.
Me acabo de quedar un poco chafada, ¿así que no sólo llegan en abril sino que se van luego? Ahora recuerdo que alguien me contó que con otras muchas aves cruzan el estrecho en septiembre.
Bueno, aprovechemos mientras están los vencejos ¿no? armando esa bulla...
Un abrazo y dos besos
Aurora
Yo no dejé de jugar con él, Ana, pero él dejó de ver los vencejos. Y a lo mejor es cierto que aquí es el juego de dos niños el que "pasó sin hacer ruido". Y ya es eternidad, ya está fuera de la caducidad del tiempo... Dejo de irse.
ResponderEliminarSiempre gracias. Un saludo.
Desde niño, hay un villancico que me emociona particularmente: ése que dice que la Nochebuena se viene y se va mientras nosotros sólo tenemos billete de ida. Los vencejos son como la Nochebuena de la primavera y a finales de julio empiezan a hacer las maletas. Ayer por la tarde, mientras escribía, el cielo estaba alto, vacío y silencioso. Si por ahí aún los tienes, deben de ser de los que van de paso, que a veces, es cierto, aguantan hasta septiembre.
ResponderEliminarGracias, Aurora, y un beso.
Desde luego, Olga, "el dolor cambia" porque si no lo hiciera, no se podría vivir.
ResponderEliminarEn el particular catálogo de "mis odios" también están las motos. Ahora ya sabes por qué.
Gracias por tu compañía y un beso.
P.S. Perdona esta alteración del orden pero es que había escrito "...sino no lo hiciera" y no se entendía. He tenido que borrar y corregir la respueta cuando ya había colgado las otras.
¡Qué precioso recuerdo, Antonio!
ResponderEliminarComo dice Olga, el dolor hecho poema;
acaso su memoria resulte así un poco más dulce, menos punzante.
¿Pudiste rellenar ese hueco...? Es imposible, ¿verdad? Nunca puede ser que nos devuelvan un ser que amamos o que nos acompañó en momentos importantes de nuestra vida. Ni siquiera ese trocito nuestro que se fue con él.
ResponderEliminarA veces se nos van sin irse del todo...No sé qué más duele. Caramba... hoy tu poema me ha
hecho llorar. Seguro que lo necesitaba... Limpia y se lleva el lodo que quedó pegado al alma.
Un abrazo...
Perdón... Se me ha olvidado decirte que poca veces un dolor pudo ser explicado con tanta hermosura. No es jabón. Si no, no te lo diría.
ResponderEliminarMuchas gracias, Gemma. Lo cierto es que poner un recuerdo propio en la conciencia de quien nada pudo saber de él le da una existencia nueva, algo así como una recuperación de su vida ya no posible. Creo que por eso hablamos más de las cosas que han pasado. Sobre todo a partir de cierta de edad, cuando uno descubre que sólo “es” lo que ya ha perdido.
ResponderEliminarUn saludo.
Tal vez recuerdes, Sunsi, la entrada aquella de abril sobre “Los lugares y los sitios” y la foto donde se veía el “Museo de la ciudad” (Madrid en este caso). En octubre de 2007 (“Al atardecer”, “Gómez Ortega, 28”) hay otra que habla del mismo lugar y aclara algo de esta evocación de hoy. Vivíamos allí, realquilados, como entonces era frecuente. Jorge, era mi primo, pero era mi hermano porque yo sólo tenía una hermana y, ya sabe, a la hora de jugar… no es lo mismo. Allí fuimos “todos los héroes” de la historia. Luego crecimos. Y yo me fui a la “mili” y él a Pirineos –le gustaba el alpinismo– aquel mismo agosto… Y yo estaba preocupado porque me parecía muy joven. Pero volvió feliz y me quedé tranquilo… aquel mismo agosto. Y unos días después, pocos días después, al volver a casa con un “permiso de fin de semana”, me encontré con mi madre y mi abuela llorando.
ResponderEliminarFue en una moto a pocos kilómetros de Madrid, en Hoyo de Manzanares, aquel mismo y odioso agosto que, como dices, dejó un agujero que no se vuelve a llenar. Es más, se hace más y más grande según los años te van taladrando con otras muchas ausencias.
Gracias por tus palabras, y un saludo.
Veo que se perdió mi comentario del dia 22 de agosto, intentaré enviar otro parecido hoy.
ResponderEliminarTus reflexiones son siempre estímulos gratos para quienes gustamos de leerlas, las coincidencias en el dolor que causa la pérdida de seres queridos expresada en forma poética, es compartida por todos los que hemos perdido a alguien que se llevó una parte de nosotros hacia una eternidad. Siempre conscientes, como dice Ana, del privilegio que nos fué concedido dentro de los límites de la caducidad del tiempo.
Gracias por tu poema,
Un abrazo,.
He tenido algunos problemas con el gmail los últimos días, Montse, que me daban un fallo de conexión. Hacía tiempo que no me pasaba, pero estas cosas son así.
ResponderEliminarEn cualquier caso, gracias por tus palabras. Las "coincidencias en el dolor" de que hablas son, desgraciadamente, bastante frecuentes.
Un saludo, y siento el "extravío".
En mi caso fui yo quien falto, pero mi casa de la infancia va indisolublemente unida a los vencejos, los pajaros mas fabulosos del mundo, sobre todo para un niño.
ResponderEliminarUn saludo
Pocos sonidos urbanos hay con tanta capacidad evocadora como ese alboroto de loa vencejos, ¿verdad, Capitán?
ResponderEliminarGracias por tu visita. Un saludo.
Pierdo la cuenta de las veces que he vuelto esta mañana a tu blog para empaparme del homenaje al amigo que arrancaron de tu infancia.
ResponderEliminarHago mía tu emoción.
Un abrazo, estimado Antonio.
Muchas gracias, Alejandro.
ResponderEliminarEn momentos que me tienen bastante alejado de "estos mundos", se agradecen más, si cabe, las palabras amigables.
Un abrazo.
Hermoso poema, como siempre, Antonio. Como los vencejos me fui "antes de agosto" a unas vacaciones lejos del ordenador. Veo que tú has seguido haciendo tus deberes, y qué bien, durante el verano. Apenas vuelto, aprovecho para saludarte e invitarte a "todoal59.blogspot.com", donde mi amigo Al puso algunos de los sonetos que te escribí en respuesta a cosas tuyas y que parece que siguen dando de sí.
ResponderEliminarUn abrazo ya otoñal.
Rafa
Enhorabuena, amigo Rafa, y encantado por el reencuentro. Es natural que siga dando de sí tu espléndida pluma; es más, creo que aún seguirá dando mucho: sería injusto que decir tan bello se perdiese en el olvido de unas oscuras imaginarias.
ResponderEliminarGracias por la evocación, y un fuerte abrazo.