.
Me gustaba mirarte y suponer
que tú estabas queriendo que lo hiciera;
que detrás de las cañas, los vermús, las aceitunas,
al fondo destronado de la barra,
me advertías a mí, anónimo, mirándote.
Me gustaba esa esgrima de invenciones
que cruza los silencios en los bares,
en los sitios con gente, mucha gente,
donde sólo hay dos almas y cien cuerpos,
donde el resto es paisaje o decorado,
tramoya prescindible, sonido que no importa…
Me gustaba… Y, de pronto, te bajaste
del alto taburete. Yo sentí
un heraldo de gloria en la garganta.
Te acercaste despacio, muy despacio,
engalanando el aire; te acercaste
destronando el imperio de la copas,
la voz del camarero, los verbos embriagados…
Y llegaste hasta mí… Y, sin mirarme,
seguiste caminando, lentamente,
por detrás de un ejército vencido.
Supongo que buscabas el lavabo.
10 noviembre 2009
.
Me ha escrito el caballero. Últimamente le ha dado por la crítica monográfica. Lo de “monográfico” lo digo porque sólo se mete conmigo. Me propone, entre otras cosas, que este rincón debería cambiar de nombre, que, en vez de eso de "imaginaria del alma", le iría mejor “El rincón del plañidero”. Dice que siempre estoy con la pena a cuestas como un Sísifo llorón; y que la melancolía no debe ser un lugar de residencia habitual, sino un país turístico para descansar de los negocios de la vida. Incluso añade que a las derrotas y naufragios hay que buscarles un punto de ironía, que es el que nos permite vencerlos con una sonrisa amable. Y me adjunta un ejemplo que, por el título, no desentona con el mes que corre.
Me callo las contradicciones que podría reprocharle (¿por qué se ha ido entonces tan lejos...?). Es más, me callo que mi último soneto empieza neblinoso y acaba a la “altura del cielo”. Me limitaré, pues, a transcribir su “ejemplo”; más que nada porque a mí me ha hecho sonreír. Amablemente, según él dice.
Me callo las contradicciones que podría reprocharle (¿por qué se ha ido entonces tan lejos...?). Es más, me callo que mi último soneto empieza neblinoso y acaba a la “altura del cielo”. Me limitaré, pues, a transcribir su “ejemplo”; más que nada porque a mí me ha hecho sonreír. Amablemente, según él dice.
Me gustaba mirarte y suponer
que tú estabas queriendo que lo hiciera;
que detrás de las cañas, los vermús, las aceitunas,
al fondo destronado de la barra,
me advertías a mí, anónimo, mirándote.
Me gustaba esa esgrima de invenciones
que cruza los silencios en los bares,
en los sitios con gente, mucha gente,
donde sólo hay dos almas y cien cuerpos,
donde el resto es paisaje o decorado,
tramoya prescindible, sonido que no importa…
Me gustaba… Y, de pronto, te bajaste
del alto taburete. Yo sentí
un heraldo de gloria en la garganta.
Te acercaste despacio, muy despacio,
engalanando el aire; te acercaste
destronando el imperio de la copas,
la voz del camarero, los verbos embriagados…
Y llegaste hasta mí… Y, sin mirarme,
seguiste caminando, lentamente,
por detrás de un ejército vencido.
Supongo que buscabas el lavabo.
10 noviembre 2009
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Está claro que a veces sólo hay un alma y ciento un cuerpos, aunque el alma piense que hay dos.
ResponderEliminarNo sé, Capitán, tal vez sea un problema meramente económico: mera inflación de cuerpos.
ResponderEliminarMuchas gracias, y un saludo.
Simplemente geniales los versos. Pero claro, el Caballero es el Caballero.
ResponderEliminarUn abrazo
Oh, no, no fue así: ella fue al lavabo sólo para pasar cerca de él, le quiso facilitar esas palabras que ella pensó que él quería decirle. Cuando pasó de lado del silencio, siguió hasta la puerta y allí se ha quedado, mirándose al espejo, sintiéndose tonta por haber pensado que había dos almas entre tantos cuerpos.
ResponderEliminarDile al caballero que, cuando ella salga, arregle este asunto.
Un beso.
Yo no sé muy bien quién es ese caballero que de vez en cuando te da un tirón de orejas. Y hoy, hoy me siento un poco al lado de él. Si recuerdas mis primeros comentarios, cuando descubrí tu blog, mis tirones iban por ahí, yo quería decir también eso mismo... eso mismo que él te ha dicho hoy. Pero claro, yo no soy el caballero, no supe expresarlo... Eso de que siempre estás con la pena a cuestas como un Sísifo llorón; y que la melancolía no debe ser un lugar de residencia habitual, sino un país turístico para descansar de los negocios de la vida.
ResponderEliminarPero luego he ido leyendo más en tu ventana, y he podido percibir que quizá este pequeño espacio sea ese paraíso, ese lugar turístico al que de vez den cuando te escapas con tu melancolía. Y me guata mucho pasar por aquí.
Y me quedo con "La imaginaria del alma", y la entiendo como si fuera una pequeña candela... esa que vela sin ruido eso que somos siempre sin sonido.
(...)
... Tdos alguna vez, no hemos sido vistos. Pasaron delante las voces que hubieran sido todo un mundo. Siguieron... supuestamente buscando otras cosas... y no nos vieron... Esto me recuerda una anécdota de instituto fabulosa, de esas dosis de humildad que te toca a veces respirar... que te dejan entre la perplejidad y la carcajada (no deja de ser cómico el asunto) ainssss. A mí aún me hace reir... aunque en ese momento se uniera la risa con el desconcierto... ¡mira que no haberme visto siquiera!... jajjaja.
Ay, amigo Tato, muchas gracias por tus palabras. El caballero, que lo es sin duda, me reprocha también lo mal que me porto con muchos de vosotros. Y tiene razón porque, últimamente, he pecado mucho de pereza bloguera con quienes tan bien nos tratáis. Hago firme propósito de enmienda.
ResponderEliminarUn abrazo.
Jajaja… Vaya, Olga, le arreglas la “historia” al caballero. Se lo contaré sin duda, para que se dé cuenta, además, de que si él pensaba que un buen buen final de la tristeza es la ironía, tú propones otro infinitamente mejor: la esperanza.
ResponderEliminarMuchas gracias, y un beso.
jaja...No hay nada peor que la conciencia.
ResponderEliminarY lo mejor ,tener al dia un minuto para la buena música y tu poesía.
Un beso con un brindis desde ese taburete...
No le arreglo la historia al caballero, se la arreglo a ella, que en el fondo nunca pensáis en ella...
ResponderEliminarEn fin. Otro beso.
…Ya sabes, Ana, un viejísimo amigo; un amigo de ésos que, a fuerza de durarnos tanto, acaban pareciéndonos irreales. Además, es de lo más aconsejable tenerlos. Sócrates tenía su “dáimon” y yo mi inactual caballero. No es lo mismo, pero aconseja de forma bastante parecida. A veces resulta molesto, pero es por culpa mía que quiero tener razón siempre. No obstante, estoy contigo en lo del título: mejor “la imaginaria…” Lo del “rincón del plañidero” no tiene pase. ¡A veces se pone excesivo!
ResponderEliminarY bien que me place que consideres esto una provincia (país es mucho) donde vacar de los negocios de la vida; y, más aún, que la visites y te guste… aunque el clima sea demasiado “uniforme”.
En cuanto a ese “todos alguna vez hemos sido no vistos”, es absolutamente cierto; y no menos cierto que, en el momento que nos ocurre tal “invisibilidad”, lo que nos preocupa es no lograr tal estado realmente. Lo que no sólo no conseguimos nunca, sino que encima resaltamos nuestra “existencia” con una variada gama de colores: “¿por qué estás tan pálido?”, dice uno que sí nos ve; o “¡qué rojo estás!”, exclama otro que lo mismo. Un horror, no saber ser transparente.
Muchas gracias y un saludo.
Glup... Tenéis razón, Mi Señora Doña Olga. Al final va a resultar cierto eso de que somos todos unos egoistas.
ResponderEliminarEste caballero tuyo, amigo Antonio, debería dejarse ver más menudo. Es tan, tan inactual, que su poesía es modernísima, dicho sea con todos mis respetos.
ResponderEliminarUn abrazo para él. Y otro para ti.
Ay, Veridiana, ¡qué sería de nosotros sin los reproches de ella...!
ResponderEliminarBrindo agradecido con vos divina Circe.
No creas, Juan Antonio, lo ha hecho aquí sólo por fastidiarme. Es más antiguo que yo; ¡y ya es decir! Si te fijas bien, ha metido lo de las aceitunas, las cañas, el lavabo con la perversa intención de confundirme. Es un gamberro sin tiempo.
ResponderEliminarMuchas gracias y un fuerte abrazo.
El Caballero sabe, amigo Antonio, que los que te leemos, nos conformamos con releerte entre regalo y regalo que nos haces, lo que pasa es que le gusta provocarte. Estoy por "robarte" estos versos para escribirlos con tiza en la pizarra de la taberna...
ResponderEliminarUn abrazo
Siempre puedes “robar” aquí lo que quieras, amigo mío. Yo lo que sé es que, si el lugar natural de los grávidos –según Aristóteles– es el centro de la tierra, el de este caballero son las tabernas. Lo que le pasa es que hace tiempo que “no ejerce.”
ResponderEliminarUn abrazo.
Me adhiero a la versión de Olga, Antonio. El caballero inactual...genial. Pero se tiene que reciclar. No puede aterrizar,
ResponderEliminarasí, sin más, sin previo aviso, echarte la bronca, arrastrarte a la taberna (que no caverna...¡por fin...!) sin explicarte cuatro cosillas básicas. La dama puede detenerse o no. Hay que contemplar las dos posibilidades. Si no se detiene posiblemente es porque no quiere arriesgar, no quiere perder la única carta "segura" que guarda en ese bolso de mano que sólo luce en ocasiones especiales.
¿Se fijó el caballero si ralentizaba el ritmo, si caminaba como si pensase qué pie colocaba suavemente en el suelo ...como si estuviera esperando una palabra que no se pronunció?
Sigue en el lavabo. Se está retocando;se le ha corrido el rimel. ¿A qué epera el caballero? Que corra a buscarla.
Me gustan lo finales felices, Antonio. Soy una romántica sin remedio...
Un saludo "cordial", como siempre, desde Tarraco.
Si es lo que yo digo, Sunsi, que este hombre hace bueno el refrán aquel de “donde hay confianza, da asco”…
ResponderEliminarRespecto a la “versión” feliz, lamento decir que tiene poco que ver con la realidad. Anoche mismo me lo aclaró él vía e-mail. Al parecer, poco después volvió la mirada y descubrió en un salón contiguo a la desdeñosa joven, muy acaramelada con un mozarrón, comiendo una ración de chipirones. Así que, ni lavabos ni cartas en el bolso ni nada de nada… Sólo ligona presunción vencida.
“La única persona de que es lícito reírse es uno mismo”, me dice para terminar. Y tiene razón.
Gracias, Sunsi, y otro “cordial” saludo.
Sí por favor, de nosotros mismos... riámonos de nosotros... a carcajada limpia. Siempre. Y con los otros.
ResponderEliminarNada nos puede dejar más nuevos y relucientes. Y como premio: las risas de esos ojos que escuchan. Reir hasta llorar.
Os animo a que lo probéis. Yo lo he hecho, y es, una estupenda experiencia...
(No sabes bien lo que me ha gustado este post)
Vaya... Pues qué disgusto... Ya me había montado la película...
ResponderEliminarGracias por la aclaraión, Antonio. Así puedo romper el guión. Me cae mal la señora en cuestión... Y yo defendiéndola. Vamos, hombre...
Un saludo cordial para ti. También al caballero...¡qué remedio!
Una aclaración. Aporreo el teclado con tanta fuerza que me falta la "s" y la "e". La "a" empieza a hacer el tonto. Disculpa los errores tipográficos. Me he dado cuenta de que me he comido muchas eses. Supongo que, aunque sea portátil, tendrá arreglo...
Ni sabes tú, Ana, cuánto agradezco tus palabras.
ResponderEliminarNada de disgustos, Sunsi. “C’est la vie” ¡Qué le vamos a hacer!
ResponderEliminarSaludos… Y sin preocupaciones por las “s” (lo cierto es que no me he dado cuenta).