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Para José Luis y para Francisco (ahora ya puedo tutearos), por la grandeza de haber vivido como lo hicisteis… Y por la “pared”, naturalmente, que impedía el frío.
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Hay una pared en casa que me preocupa. Cada vez más. Cada día más. Sobre todo ahora que se acerca el invierno. Con los años han ido apareciendo grietas. Al principio pensaba que era cosa de los pilares. Eso, al menos, me decían los expertos en grietas. Pero he dejado de creer en sus diagnósticos: no es que ceda la tierra que sostiene sus cimientos, sino que hay una inclemencia exterior, inevitable, que daña gravemente la salud de su estructura. Se desmorona por simple erosión del tiempo; porque así son el tiempo y su inconsistente materia. Ayer me salió otra cerca de la ventana, justo en la perpendicular de una escarpia que sostenía la foto de no sé cuántas memorias de otros sueños. Y hoy ha insistido el deterioro; y un relámpago oscuro ha crucificado la ventana. Una ventana a punto de caerse. Su marco ha perdido la apacible equidad de los paralelogramos y ya es apenas un trapecio irregular, disforme. Poco a poco, el invierno se vuelve más terrible –más frío, más traidor– con tanta grieta, con tanto decidirse a entrar por cualquier parte. Sobre todo por la más dañada, ésa por la que ya no creo en los diagnósticos expertos, ésa que los albañiles demoran; o regatean el coste y dan largas a su curso porque tienen quehaceres más rentables
Lo peor de esa pared es que tras ella, protegido por ella, estaba el mundo; el mío, mi rincón de certidumbres, mi pequeña provincia de heridas consistencias...
Supongo que al final tendré que regresar a la intemperie.
Lo peor de esa pared es que tras ella, protegido por ella, estaba el mundo; el mío, mi rincón de certidumbres, mi pequeña provincia de heridas consistencias...
Supongo que al final tendré que regresar a la intemperie.
Para José Luis y para Francisco (ahora ya puedo tutearos), por la grandeza de haber vivido como lo hicisteis… Y por la “pared”, naturalmente, que impedía el frío.
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"...que sostenía la foto de no sé cuántas memorias de otros sueños".
ResponderEliminarAsí ocurre con las paredes de nuestra casa, con las paredes de aquel estupendo corral... allí, conde se cobija siempre la mirada segura de la infancia.
Y sí, saldremos más a menudo de lo que quisiéramos a la intemperie. Y también encontraremos amigos, a los nuestros...
... y comenzaremos nuevos muros para el descanso de nuestras nuevas certidumbres. Porque siempre habrá paredes que nos cobijen del frío. Aunque las que más anhelo nos provoquen sean aquellas, las de la infancia.
Un abrazo. Y que tengas descanso esta noche.
"He dejado de creer en sus diagnósticos"... Antonio, yo también he dejado de creer en ellos. Y el deterioro es, como tan bien describes, casi inevitable en tantas cosas... Me ha gustado mucho cómo lo escribes, mendigos siempre al amparo temporal de algo que suele acabar por desmoronarse no por falsedad o debilidad, por el simple (de simple nada, claro) paso del tiempo, ni siquiera porque los materiales sean malos o las estructuras o los pesos estén mal calculados. Y el guarecerse al final acaba siendo algo interno y a veces ni eso.
ResponderEliminarUn muy fuerte abrazo, y un beso. Ya sabes.
Aurora
Lloverá siempre en la intemperie inmensa
ResponderEliminarde las fronteras del país de nadie.
No hay techo para el alma y para el miedo.
Jamás la incertidumbre ha abandonado
su ciego descampado y su tormenta.
Olga Bernad
Podemos quedar todos tus fans y reparar las grietas en erosión.
Un beso encubierto.
Todo límite, toda pared, se cobra una pérdida. Cuando se levanta y cuando se desmorona (como atestiguan Cavafis y Quevedo, respectivamente). Y privación son el abrigo y la intemperie. Te envío hoy este soneto un tanto oscuro, de los que no suelo. Será por la risa y la sonrisa que se han llevado cada uno de tus homenajeados.
ResponderEliminarNoviembre abre sus puertas con usura
que reclama tributo y homenaje
a los que ya no están, y en su equipaje
Perséfone trafica levadura
para saciar el hambre de la oscura
mansión. Cuando a su triste lecho baje
devolverá a su dueño la salvaje
cosecha que le hurtó a la sepultura.
Noviembre va quebrando las paredes
que fueron orgullosa barricada,
cortando la postrera flor de Hera,
dejando la campiña desolada.
Y esperan los tres jueces en sus sedes
a la que secuestró la primavera.
Perdonad la descortesía del retraso: hoy he estado ausente. Y nada mal, por cierto. Ha sido una especie de compensación, una reparación de inesperada albañilería. He estado en Alcalá – la “de Henares”, que me queda al lado– disfrutando de la voz y la palabra de dos grandes poetas: Amalia Bautista y Francisco José Martínez Morán. No voy a decir más porque les debo una imaginaria; una cuarta imaginaria que, como saben quienes las hicieron, es la que acaba al amanecer, como es debido. La de ayer fue una “primera”, que es la que tiene toda la noche por delante y toda la melancolía por detrás. Y os agradezco –Ana, Aurora, Veridiana, Rafa (¡qué soneto!)…– lo sinceramente que la habéis acompañado. Esta vez no por mí, sino por la casa que levantamos para pasar el trago y la desconsideración de la muerte hacia las paredes que nos dieron cobijo, buen humor y, casi siempre, esperanza… Aunque la esperanza sea una habitación aparte, un rincón muchas veces indecible.
ResponderEliminarUn abrazo a todos.
Qué envidia, Antonio. Espero esa crónica, tienes que contarnos.
ResponderEliminarBueno, y lo mejor para las grietas es ese material blando como el corazón que luego se endurece como la roca. Lo he visto y lo he tocado, pero no recuerdo el nombre...
Aunque, en el fondo, todos somos unos "sin techo" sin remedio. Condenados a acabar tuteándonos.
Mientras tanto, un beso.
Desde luego, Olga, para mí fue extraordinariamente gratificante. Entre otras cosas por los reencuentros. Pero dudo que escriba ninguna crónica: no soy quién para ello. Lo mío, ya sabes, es colocar unas pocas palabras para que no se me nublen las teselas de la vida, para que no se me olviden cuando empiecen a olvidárseme.
ResponderEliminarY no somos unos “sin techo”, lo que pasa es que el techo se nos acaba cayendo. Rafa evocaba certeramente a Quevedo, que lo dijo espléndidamente.
Así que, mientras podamos, demos al beso lo que es del beso… Es decir, otro beso
P.S. Esto para que te rías: yo iba, además, con un encargo… ¡Y me lo dejé en casa! No sé si soy más tonto que viejo, o viceversa. En fin, que mañana saldrá por correo hacia el destino que tendría que haber tenido ayer.