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10/12/2010. Una madre mata a sus dos hijos de 9 y 11 años en Valladolid…
18/12/2010. Denia. Un padre mata a su hijo de 4 años y luego se suicida…
...¿Qué nos está pasando?
10/12/2010. Una madre mata a sus dos hijos de 9 y 11 años en Valladolid…
18/12/2010. Denia. Un padre mata a su hijo de 4 años y luego se suicida…
...¿Qué nos está pasando?
Ha sido un momento; breve como corresponde a la condición de “momento”, pero bellísimo, que es tilde circunstancial que sólo algunos momentos merecen.
Sábado gris de un diciembre como es debido. Sábado de sombra y niebla con enuresis diurna, que es afección habitual de este meteoro. Yo, en un Centro Comercial, camino del aparcamiento. Hay una escalera y, al final de ésta, un niño de entre uno y dos años. Detrás del niño va un hombre, su padre seguramente. Lo sigue de cerca, con los brazos abiertos como una estampita del Sagrado Corazón. El niño levanta una pierna, la izquierda si mal no recuerdo –es un zurdo prometedor–, y la apoya sobre el primer escalón. Se le ve concentradísimo, enteramente ajeno a todo cuanto no tiene que ver con su complicada empresa, a todo ese demás que los demás llamamos mundo. Titubea, se medio afianza. El que presumo padre cierra los brazos hasta casi rozar la diminuta espalda. Y entonces, el niño rodea de valor su breve alma y arrastra el cuerpo entero hasta coronar otra altura…
El momento fue después. No he visto satisfacción, plenitud, ni dicha semejantes a ese después. De pronto, al niño le interesó el mundo. Levantó la mirada –dos círculos de Dios en brillante azabache–, se encontró con la mía y exhibió la sonrisa de quien consuma una hazaña irrepetible. Era su primera gloria y exigía un espectador. Yo tuve la suerte de serlo.
Ese niño nunca recordará este momento. Y me parece injusto que así sea. Yo lo hago por él, que seguramente hoy sigue embarcándose en "prodigiosas gestas". Pero también por otros muchos niños a quienes la aberración moral, o social, o socio-moral, de una especie enferma les ha arrancado el tiempo que merecía su prometida memoria.
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Sábado gris de un diciembre como es debido. Sábado de sombra y niebla con enuresis diurna, que es afección habitual de este meteoro. Yo, en un Centro Comercial, camino del aparcamiento. Hay una escalera y, al final de ésta, un niño de entre uno y dos años. Detrás del niño va un hombre, su padre seguramente. Lo sigue de cerca, con los brazos abiertos como una estampita del Sagrado Corazón. El niño levanta una pierna, la izquierda si mal no recuerdo –es un zurdo prometedor–, y la apoya sobre el primer escalón. Se le ve concentradísimo, enteramente ajeno a todo cuanto no tiene que ver con su complicada empresa, a todo ese demás que los demás llamamos mundo. Titubea, se medio afianza. El que presumo padre cierra los brazos hasta casi rozar la diminuta espalda. Y entonces, el niño rodea de valor su breve alma y arrastra el cuerpo entero hasta coronar otra altura…
El momento fue después. No he visto satisfacción, plenitud, ni dicha semejantes a ese después. De pronto, al niño le interesó el mundo. Levantó la mirada –dos círculos de Dios en brillante azabache–, se encontró con la mía y exhibió la sonrisa de quien consuma una hazaña irrepetible. Era su primera gloria y exigía un espectador. Yo tuve la suerte de serlo.
Ese niño nunca recordará este momento. Y me parece injusto que así sea. Yo lo hago por él, que seguramente hoy sigue embarcándose en "prodigiosas gestas". Pero también por otros muchos niños a quienes la aberración moral, o social, o socio-moral, de una especie enferma les ha arrancado el tiempo que merecía su prometida memoria.
Con el deseo de que tu también subas muchos felices escalones, gracias, Arainfinitum; sobre todo por esa “sonrisa” que tanto necesitamos todos, en estos días y siempre.
ResponderEliminarUn saludo.
Sigue así, extendiendo la imagen de los círculos de Dios en brillante azabache
ResponderEliminarGracias Antonio. Con tu entrada me has hecho sonreir. El comienzo era aterrador pero luego ha vuelto la luz.
ResponderEliminar¿Qué puedo darte yo?
¿Una sonrisa? ¿Una broma?
¿Una mirada de ternura?
¿Un trozo de mi amistad para que lo lleves contigo?
Que la Luz te bese!
¿Qué sería de nosotros, Capitán, sin esas pequeñas señales que aún nos permiten creer que la inocencia y la grandeza son posibles, son simultáneamente posibles?...
ResponderEliminarGracias y un fuerte abrazo.
Los trabajos y los días, Inma; tu compañía maravillosa en los trabajos y los días. ¡Échale lo que puedes darme!, ¡lo que me das de hecho!
ResponderEliminar¿Te parece poco?
Un beso, sólo "oscuro" por servidumbre de mis manías indumentarias.
Lo he leído porque los comentarios hablaban de un final feliz o algo así. Las noticias del principio me estremecen. No quería. Mis dos hijos aún son pequeños y no puedo, es algo que me deja una naúsea en forma de interrogación en medio del estómago, y una tristeza grande, grande. Me consuela pensar que es un comportamiento profundamente anormal incluso entre los animales. No somos una especie tan enferma, no quiero pensar eso, lo "normal" es la escena que tú cuentas: el niño y su hazaña, su sonrisa, tu comprensión del momento más allá de la memoria del protagonista. Ese amor que nos producen los niños aunque sea la primera vez que los vemos, toda esa pureza derrochada en cada escalón nuevo.
ResponderEliminarQue el ángel de la guarda los proteja. Aunque tal vez nunca pensó que tuviese que protegerlos de sus padres.
Un beso y una sonrisa que sí recordaré.
Como buen observador inteligente que eres,esos momentos breves son los que cuentan.
ResponderEliminarNos toca vivir tiempos duros.Hoy mi amiga C.ejecutiva "agresiva",sensible,culta,maravillosa y con sentido del humor,embarazada de ocho meses de su tercer bebé,me dice en un sms: "Estoy hasta los...,los hijos los dejo con su padre y el que nazca te lo dejo en adopción.
Un beso con una cierta ilusión.
En su consideración más mecánica y fría, Olga, la vida es la historia de una piedra que quiso sentir; y cuando sintió, quiso seguir sintiendo. A esto lo llamamos, después, instinto de conservación. Y, como aquella piedra no era ni mucho menos tonta, se dio cuenta de que ella, tarde o temprano, volvía a ser piedra y la única forma de mantener su empeño era que sus pequeñas divisiones siguieran sintiendo. A eso lo llamamos después instinto de reproducción. Por eso es tan anormal, tan antinatural, que un progenitor destruya a su cría; las que lo hacen excepcionalmente son ensayos erráticos de la naturaleza. Pero cuando esto le pasa al hombre, que es donde la piedra además de sentir puede entender por qué siente, ya no es una torpeza evolutiva, sino una aberración moral; o social, porque es muy difícil establecer fronteras estos conceptos.
ResponderEliminarPerdona el rollo, Olga. Lo importante es la “sonrisa” que guardas tú para recordar, lo único importante: la breve voluntad de un niño que sube un escalón y nos dice: fijaos qué grande soy.
Un beso, y siempre gracias por tu lectura.
Eso de “buen observador inteligente”, Veridiana, es un generoso aguinaldo que me viene de perlas en estos días.
ResponderEliminarEn cualquier caso, lo que sí es incontestable es lo que dices sobre “esos momentos breves”: estamos tan embrutecidos por la cantidad que hemos perdido la perspectiva de la calidad. Para ser felices, no nos basta que algo sea, exigimos que sea mucho. Y dentro de nuestra inevitable temporalidad, un empeño así acaba siendo un egoísmo absurdo o un egoísmo brutal, según la forma que hayamos elegido de maltratar al alma.
Un beso siempre compatible con la ilusión, a pesar del pesimismo que se me supone.