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La única elección

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La historia es la hazaña de la libertad y la libertad, la hazaña de la historia
Claudio Sánchez-Albornoz



Hace ya algún tiempo comprendí que tomar partido político era algo de pobre trascendencia en la vida de los hombres; un suceso coyuntural siempre; a veces, una gimnasia de estupidez. En los últimos siglos, Occidente se ha dedicado a matar a diestro y siniestro. En el XIX, mató a Dios, según la sentencia de Nietzsche, y se quedó con las ideologías, que eran la caricatura de Dios a escala humana. En los dos primeros tercios del XX, las ideologías, que se habían encarnado en partidos políticos, se mataron unas a otras en dos guerras mundiales (declaradas, porque hay otras que cursaron tácitamente), variopintas “revoluciones” y un par de genocidios más o menos reconocidos. En el ultimo tercio del mismo siglo, las ideologías, exhaustas y arruinadas por su inutilidad –no sé si también por su remordimiento–, acabaron suicidándose. A esto se le llamó posmodernidad, que es algo que no se sabe muy bien qué es y que yo definiría como la anorexia del pensamiento. El caso es que los partidos se quedaron sin carne que encarnar. Así que, fantasmas de sí mismos, empezaron a vagar por nuestras pesadillas arrastrando las cadenas de su esquelético desastre. Como es natural, tomar partido por un fantasma me parece una idiotez.

Cosa distinta es la Historia, porque la Historia no es únicamente la vecindad dramática e innecesariamente brutal de una o dos centurias próximas. La Historia, que es nuestra naturaleza como dijo Ortega, tiene parámetros cronométricos mucho más dilatados de los que abarca el reloj de cualquier idiota empotrado en los telediarios. A lo largo de aquéllos, se hizo, a fuerza de muerte y vida, de dolor y orgullo, de entusiasmo y tristeza, de derrota y gloria, de empresa y naufragio, ese puñado de valores –y derechos– que muchos exhiben hipócritamente con premeditada –o simple, de todo hay– ignorancia sobre su vasta gestación. Aquí sí que no; aquí, no tomar partido es una indecencia. Para un gorrión es prescindible elegir ser gorrión; y lo es porque un gorrión no tiene –afortunadamente para él– la amorfa posibilidad de dejar de serlo. Para un hombre, sin embargo, no querer –o emborronar– la histórica voluntad que le ha permitido ser libre es una inmoralidad.

Así que lo único decente que se puede elegir es la Historia. La de verdad, naturalmente, la que nos hiere el alma pero insiste en su vieja decisión de creer en sí misma, no la que nos salpica los ojos –como un anuncio de camisetas– y, torticeramente, nos vende un fraude.
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Comentarios

  1. Todos formamos parte de la historia,aunque muchas veces nos la hayan contado distorsionada,por los que ocupan el poder,y sepamos menos de la gente sencilla,que la han engrandecido.
    En muchas épocas,ha habido crisis de valores,en el 27,surgió un periodo revolucionario posmoderno que quería expresar el pesamiento, libre de cualquier control de la razón,idependiente de preocupaciones morales o estéticas...( un movimiento literario que me fascina)
    Creo que lo que hay que fomentar es respeto a la dignidad.

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  2. Lo que hay que hacer, Veridiana, con todos mis respetos, es volver a creer que la libertad es la única justificación de la terrenalidad del hombre: su historia frente a la biología de las demás especies.

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